Toni Romano, Marlowe de Malasaña

Ediciones B reedita algunos títulos míticos con el detective creado por Juan Madrid


ÁLVARO CORTINA
El Mundo




En las novelas negras se presupone que la noche es un incendio donde tintinean los hielos de las copas, donde se extiende líricamente el humo. Pesa sobre los ciudadanos de este género un fraude que es mordaza, secreto urgente, mudo resorte disfrazado entre el disoluto barullo urbano.

Detrás de los factores humanos de la incógnita (pasiones y astucias) está la coartada del poder, que asume la metáfora de lo subterráneo, de la cloaca como reino de los títeres. Aquí está la vocacional directriz social de esta novelística popular, que finalmente se importó a España.

El sabueso, el Bogart a la española, tomó forma y saga cuando el país se iba liberando de su folclore de revista y podía prepararse para ser un poco Chicago. Aún así hay gente que no le gusta el intento, como a muchos no les gusta el rock cantado en español. Pepe Carvalho, de Vázquez Montalbán, Ricardo Méndez de González Ledesma y Toni Romano, de Juan Madrid son las más prestigiosas contribuciones a la reinvención patria.

Recientemente le honra Ediciones B (a través del sello Z) a Juan Madrid con la renovada salida (en diseño renovado de la mítica colección Novela Negra) de parte de su saga (revisada por el autor) de Toni Romano. Y al mismo tiempo que reedita al gran James Ellroy, como vindicando a los de aquí junto a los gigantes.

De los siete títulos de Romano se pueden encontrar 'Un beso de amigo', la primera incursión del autor en la ficción, 'Las apariencias no engañan' y 'Regalo de la casa'.

Deudor de Marlowe

Romano, deudor (y remedo) de Marlowe, cuenta en 'Un beso de amigo' sus andanzas de detective ex policía y ex boxeador. Nada tiene del 'gourmet' Carvalho. Madrileño de puño suelto y careto coriáceo que pulula con las manos en los bolsillos y algunas inquisiciones en la punta de la lengua. Animal tabernario, fuma, bebe y es feo. Es Romano el príncipe de Malasaña, rastrea de la Plaza de Santa Ana al Dos de Mayo, de Libertad a Montera.

Los símiles son, por supuesto (como es tradición entre detectives), la retórica predilecta de Romano: "Se abrió un espacio entre la gente de la misma forma que un cuchillo caliente corta la mantequilla", dice del que se aproxima; si se pone moral: "Más oscuro que las intenciones de Millán Astray en el monte gurugú". Y, cómo no, están los sarcasmos fáciles al barman de turno: "Échale todo lo que esté incluido en el precio. Acuérdate de la carne".

Es el año 80, y ciertos grupos fachas pegan a los progres con nocturnidad y alevosía a cambio de un dinero que le viene de fuentes interesadas (y veladas). Y hay un desaparecido a quien busca su mujer (aquí entra el protagonista). Hay también, por supuesto, mujeres inasequibles, macarras turbios, amigos turbios (¡ambigüedad, siempre ambigüedad!), amigos muertos y un cliente que o calla cosas o miente lo que no calla.

"Nadie sabe de dónde vienen y hasta sus nombres y apodos son inciertos. Aparecen durante la noche y semejantes a sombras viven en las calles que delimitan extraños mundos que son tan fijos como sus caras o cuerpos. Nadie las ve durante el día, como si la luz les hiciera daño".