Hace cien años nacía Simone Weil, la moderna "doncella de Orléans"


SABINE GLAUBITZ
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Cuando se cumplen 100 años de su nacimiento (3 de febrero de 1909), en Francia se la recuerda como la moderna "doncella de Orléans", en alusión a Juana de Arco, y se la compara con Rosa Luxemburgo.

Weil fue una rebelde nata, una persona de extremos y contradicciones. Protestó contra el papel tradicional de la mujer, contra el nacionalismo y rechazó todas las visiones hegemónicas. Cuando esta filósofa y mística murió con tan sólo 34 años en Ashford, en el condado británico de Kent, de hambre y tuberculosis, nadie conocía a nivel internacional a quien fuera hija de una familia judía acomodada. Aunque tenía amistad con muchos políticos y literatos, fue sólo después de su muerte que el mundo se enteró de que la francesa era la versión femenina de Marx, Marcuse o Mao.

En Francia el mito de "Simone Weil" surgió ya en vida, pero en otros países no se la conoció hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

Nacida en París, Weil atravesó con éxito todas las etapas clásicas de una formación de élite. Sus compañeros de clase la describían como alguien siempre inconformista y extremista en sus ideas políticas. En 1929 entró en la Liga por los Derechos Humanos, escribió artículos inflamados en los periódicos anarcosindicalistas y escribió un diario sobre la vida en la fábrica, que se convirtió en un libro de culto para la generación del 68. Las condiciones inhumanas de los trabajadores y la desesperación de los desempleados que regían a comienzos del siglo XX la llevaron a realizar intensas protestas.

Su compañera de estudios Simone de Beauvoir escribió en Memorias de una joven formal: "Simone afirmaba con un tono que no permitía réplica que hoy en día sólo había necesidad de una cosa: la revolución que diera de comer a todo el mundo. Le respondí en el mismo tono categórico que el problema no era hacer feliz a la gente, sino desentrañar el sentido de su existencia.

Me miró de arriba a abajo y dijo: 'Está claro que usted nunca pasó hambre'".

Weil veía en los obreros un potencial espiritual que podría crear una auténtica cultura si se activaba. Con sus ideas no encajaba en ninguna línea panocieron de inmediato los comunistas que gobernaban Rusia. En 1933 le prohibieron entrar al país para un viaje de estudios por su "paraíso de los trabajadores y campesinos".

Pese a sus orígenes judíos, nunca se sintió comprometida con ellos. "La tragedia del siglo no es la fábrica, sino la cámara de gas", fue una de las más feroces críticas que se le hizo.

Desde muy joven Weil rechazó la religión judía y no se consideraba parte de esa comunidad. "Como verdugos de Cristo este puñado de desarraigados causaron todo el desarraigo de esta tierra", afirmaba.

También rechazaba la visión judía de sentirse el pueblo elegido. La guerra civil española, en 1936, fue un momento fundamental en su vida, porque significó el fin de su compromiso revolucionario y su entrega a la mística, a Dios. Porque ya ni el anarquismo violento ni el pacifismo -en vista del fascismo y el nacionalsocialismo- le convencían ya.

Weil fue una individualista, caprichosa y desenvuelta. Se liaba sus cigarrillos, fumaba como una chimenea y llamaba la atención tanto por su brillantez intelectual como por sus cabellos desgreñados y sus gafas poco favorecedoras. Era pequeña, de sólo 1,60 metros de
estatura, y llevaba siempre vestidos muy usados.

La escritora Ingeborg Bachmann escribió sobre ella en 1953: "Simone Weil no era fácil. Era muy joven y no era atractiva, poco amable, sin encanto, implacable y mortalmente seria. Pero era muy veraz, pertinaz e irreductible, y se imponía".