Joseph Bau: del infierno a la redención


JOANA REI
El Mundo




Durante tres años, Joseph Bau fue tan sólo un número: el 69084 del campo de concentración de Plaszow. Su vida puede resumirse en una sucesión de milagros, que le permitieron aguantar el Holocausto y vivir para contarlo, pintarlo y dibujarlo con el talento que le ayudó a supervivir.

Hasta el día 18 de marzo, Madrid acoge la exposición 'Joseph Bau, el pintor de Cracovia', que expone los dibujos y viñetas del autor: algunos hechos durante el cautiverio y otros ya después de la liberación.

Entre la desesperación y la amargura de algunas imágenes hay espacio para la ternura, la ironía y el sentido del humor con los que, pese a todo, nunca dejó de mirar la vida. "Es mi venganza personal contra los nazis, que querían matar no sólo a la gente, sino también su espíritu", dijo en una ocasión.

La exposición, organizada por la Casa Sefarad, empezó su recorrido en la Asamblea de Madrid, siguió para la Universidad Complutense y está ahora en la Escuela Julián Besteiro de UGT (C/ Azcona, 53. Tel: 915897801).

Los cerca de 20 dibujos que la componen hablan de sufrimiento y de esperanza, de los campos de concentración y de la lucha por llegar vivo al día siguiente. Pero también de las sonrisas que seguían siendo posibles.

Con colores fuertes o en blanco y negro se pueden ver parejas besándose, niños jugando o lo más duro: las colas de los judíos para las cámaras de gas, el humo de las chimeneas en forma de personas. La violencia y la cruda realidad en la que vivió durante esos años.

El 24 de mayo de 2002 Joseph Bau moría dejando su arte como legado. Sus hijas transformaron su estudio en Tel Aviv en un museo donde siguen sus trabajos y siguieron con la divulgación del trabajo de su padre.

Cautiverio sin salida

"Aquí entras por la puerta y sales por la chimenea": éste era el lema que los prisioneros tenían recalcado y fue la primera lección que Joseph Bau aprendió cuando entró en Plaszow, en 1941. Al poco tiempo de estar ahí y ante su mirada impotente, un oficial de las SS mató a su padre.

A Bau le salvó su talento para el dibujo. Lo usaron como dibujante de las plantas de los campos de concentración y las letras góticas en los cárteles, que tanto gustaban a los verdugos. Años más tarde, ese talento habría de convertirlo en el 'Walt Disney israelí', por sus trabajos en el cine de animación del país.

El campo de concentración fue, a la vez, el infierno y la redención para Joseph Bau. Ahí vivió los peores momentos pero también conoció al amor de su vida, Rebecca Tannenbaum, con la que se casó a escondidas en Plaszow.

"Siempre nos decía que si no fuera por el campo de concentración nunca habría conocido a nuestra madre", cuenta Clila, una de sus hijas. "Era un optimista. Esa fue quizás la cosa más importante que aprendí con él. Hay que mirar el lado bueno. Fue eso que lo mantuvo vivo", concluye. Contrajeron matrimonio en el barracón de las mujeres, una escena que está retratada en la película de Spielberg 'La lista de Schindler'.

En 1944, Rebecca consigue que el nombre de Bau sea incluido en la lista de los trabajadores de Schindler y le salva la vida. Ella era la manicura de Amon Goethe, uno de los comandantes más sádicos de las SS, conocido por matar indiscriminadamente a los judíos en los campos, fuesen hombres, mujeres o niños.

Un día, Rebecca vio a un guardia nazi a punto de disparar a la madre de Muetik Pemper, el secretario judío de Goethe. Le advirtió de que si el comandante se enterara lo asesinaría y salvó la vida a la mujer. A la hora de hacer la lista de empleados para Schindler -que pidió mano de obra esclava a Goethe-, Rebecca fue a ver a Pemper y le recordó que le debía un favor.

El nombre de Joseph Bau fue incluido en la lista y en 1944 lo trasladaron a la fábrica de Schindler, junto con los 1.200 polacos que escapaban, de esta forma, a las cámaras de gas. Rebecca fue a Awschitz. Los dos sobrevivieron y obraron un nuevo milagro: el de rencontrarse.

En su obra encontró su catarsis. En su familia descubrió la fuerza para seguir creyendo en lo bueno. "Todos los años dibujaba una tarjeta de año nuevo. En uno de ellos hizo dos agujeros que cubrió con papel transparente de color rosa y al final escribió: 'Mira por las gafas y tendrás un año color de rosa'. Así era mi padre".