Las máscaras venecianas de Arthur Schnitzler

Acantilado reedita 'Relato soñado', la novela que inspiró 'Eyes wide shut'


ÁLVARO CORTINA
El Mundo




Viena fue a principios de siglo XX y finales del XIX un hervidero de hallazgos inéditos. Zweig la llamó el "mundo de ayer", en sus memorias. Extinta y ya lejana Viena de conciertos de Mahler, cafés de poetas y dramaturgos, mujeres desveladas de arabesco de Gustave Klimt.

Hasta Hitler quiso ser artista en Viena, ciudad imperial de judíos prósperos, la misma que engendró el sionismo moderno, el psicoanálisis y las 'nouvelles' de Arthur Schnitzler. Después, en los años 30, los libros de Schnitzler arderían en el Berlín del Führer, en las grandes piras de literatura "degenerada".

Su novelita 'Relato soñado' (reeditada por Acantilado) ahonda en el trastorno ambiguo que supone caminar los callejones de entresueños. Carruajes que traquetean sobre los adoquines de algún callejón, una contraseña ("Dinamarca"), carnaval nocturno y desnudas mujeres enmascaradas, lógica terrorista de lo onírico y una trama abierta e insinuante muy pródiga en tensión. Hay que reconocer que en 131 páginas, 'Relato soñado' toca muchas teclas.

"-...Sospecho que la realidad de una noche, incluso la de toda una vida humana, no significa también su verdad más profunda.

-Y que ningún sueño- suspiró él suavemente- es totalmente un sueño".

Albertine y Fridolin son un matrimonio que habla entre las sábanas, en la semipenumbra, y parece que cada uno abre y cierra sus propias puertas mientras duerme. Cada uno yaciente junto al otro, como dos cadáveres en trance, ciegos en sus iluminaciones. Tom Cruise encarna a Fridolin y Kidman a Albertine en la adaptación neoyorquiina que hizo Stanley Kubrick de Schnitzler: 'Eyes wide shut'.

En todo caso, esa Nueva York parecía tan irreal como una gran casa de muñecas. Cuando Fridolin, médico (como Schnitzler), llega a la casa de su paciente y éste ya es fiambre, y la hija (del fiambre) se le declara (frente al fiambre), se reconoce el desvarío de un sueño. Lo representan muy bien las luces y colores de Kubrick, tan irreales de puro nítidos.

No es una novela psicológica en el sentido de que los personajes no generan la escena. Más bien al revés, de hecho: la melodía del duermevela los pone a desfilar por un carnaval que igual termina abrevando en pozos de veneno o en el soplo de un recuerdo, las escenas se imponen a las motivaciones de los personajes.

'Relato soñado' es espionaje desinformado y erotismo, es drama y somnolienta distancia a un tiempo. Contiene además un tema clásico de la novela de misterio: las sociedades secretas.

Fridolin y Jessica Fletcher

El suspense (tan empático y compartido) del tipo de a pie entrometido que quiere inmiscuirse privadamente en los ritos y en el exotismo de una secta epicúrea y letal, dirige los pasos vacilantes de esta trama. Al fin y al cabo, Jessica Fletcher, en 'Se ha escrito un crimen', describe crímenes a costa de ser una cotilla. La intriga se practica entre gente acomodada y dispuesta al ocio como Fletcher o el doctor Fridolin.

Es el calor de la noche, que parece aquí el aura propia de la aventura, el polo opuesto del trajín mundanal. Después el amanecer convierte a las putas en condesas (como en 'Belle de jour') y a las dagas en flores blancas de enredadera.

Aquí todo es muy confuso, pero el sexo y la muerte parecen venir unidos, sofisticados, solapados, esperando, carnívoros al final de un laberinto. Hasta lo grotesco se presenta velado, y las luces de los faroles parecen símbolos muy recónditos.

Son todo impresiones. Una tienda de disfraces, un salón cerrado y escénico iluminado de odaliscas lujuriosas de porcelana y melenas de oro, y extrañas músicas barrocas. O un viejo amigo que facilita una contraseña (aquí "Dinamarca", en la película, más sugestiva: "Fidelio") e incita a Fridolin al venturoso teatro del riesgo.

Schnitzler maneja los símbolos más insinuantes. Sabe dar a las máscaras venecianas todo el peso estético, toda la presencia fantasmal y psicótica y obsesiva que detentan por derecho propio.