"Las películas de Hollywood se limitan a estimular el sistema nervioso periférico de los espectadores" Entrevista a Emir Kusturica


MARCOS MAYER
Revista Enie



Emir Kusturica parece compartir el carácter nómade de sus personajes, sobre todo los de raigambre gitana. De allí que esta entrevista tuvo varias partes, fragmentación a la que contribuyó un aparato de telefonía celular poco adaptado a las frecuencias transoceánicas. El primer intento fue cuando el director de Underground se hallaba en Belgrado y el fondo de vasos hacía suponer que era un momento de brindis. Cuando el hartazgo por las preguntas y respuestas mal comprendidas es inmenso y las reiteraciones parecen ser interminables, un chiste acerca de la incomunicación establece un primer paréntesis. La siguiente conversación, también un tanto turbulenta, es con el cineasta en plena gira con su grupo, "No Smoking Orchestra", esta vez desde Lisboa. Un par de brevísimos contactos en Buenos Aires completaron la complicada entrevista. Cuando aún faltan conocerse en la Argentina sus dos últimos filmes – Maradona por Kusturica y Promise me this – el realizador de Gato blanco, gato negro trabaja en la construcción de un mundo aparte de aquel que le disgusta tanto, y se divierte haciéndolo.

—Usted dijo durante una entrevista que las películas de Hollywood no le plantean preguntas a sus espectadores. ¿Qué clase de preguntas plantea usted en sus filmes?

—Las películas de Hollywood no aluden a ningún sentimiento humano profundo. Se limitan a estimular el sistema nervioso periférico de los espectadores. Ha pasado ya mucho tiempo desde que han perdido toda dimensión artística. Se ha transformado en una industria sin más y sin plantearse ningún otro objetivo que no sea puramente comercial. Por mi parte, sigo tratando de hacer arte pese a que es algo que está pasado de moda y a lo que se considera cosa del pasado. Hoy se pasan películas en los teléfonos celulares. Es lógico, entonces, que los diferentes cines y los autores de películas se hayan convertido en piezas de museo. Trato de crear mi propio mundo con las personas, las cosas, las experiencias y las situaciones que amo. Intento proyectar a través de las historias que cuento mis sentimientos más profundos. No separo personajes buenos y malos, trato de que cada uno de ellos tenga su oportunidad de que se vea su manera de encarar la vida. Trato de hacer comedias a partir de situaciones tremendas. Y allí planteo los interrogantes que me preocupan. Por supuesto, no tengo las respuestas.

—En su última película, Promise..., los personajes positivos son los jóvenes y los viejos. Su propia generación aparece pintada con rasgos muy negativos. ¿Cree y espera que los jóvenes arreglen aquello que arruinaron sus padres?

—Se puede encontrar una división similar en Gato negro, gato blanco: los abuelos y los nietos no están contaminados, son bondadosos y cálidos, mientras que mi generación ha quedado marcada por el mal. Esta es una aproximación de mi división en personajes que sigo manteniendo porque los chicos y los ancianos son aceptados fácilmente por los espectadores que los sienten muy cercanos. Tanto al comienzo como al final de sus vidas, los seres humanos pierden interés en las cuestiones económicas, dejan de lado toda codicia a diferencia de lo que ocurre con la edad madura. Pero esos jóvenes han de crecer y transformarse en adultos.

—También en Promise... aparece un conflicto entre la ciudad y el campo. Usted dijo hace un tiempo que está cansado de vivir en ciudades. ¿Qué hay de malo en ellas?

—El deseo en retirada, la neurosis, pánico, estrés, la codicia, son todas palabras que caracterizan a cualquier ciudad del planet a, y a sea una pequeña ciudad como la que aparece en la película o una megalópolis como Buenos Aires o Nueva York. Nadie conecta estas palabras con la naturaleza, porque en la naturaleza todo está en armonía. Todo esto me hace sentir que es tiempo de retirarse hacia la naturaleza. Serbia es de los últimos sitios en Europa en cuyos campos puede respirarse algo de aire puro. En las ciudades falta el oxígeno, lo que afecta el cerebro de los que viven en ellas. Por eso construí mi propia aldea, donde reúno el cine y la vida.

Kusturica alude a Küstendorf y definió así en 2004 las características de ese lugar situado entre colinas serbias al sudoeste de Belgrado: "Perdí mi ciudad durante la guerra. Fue por eso que me planteé construir mi propia aldea. Tiene un nombre alemán: Küstendorf. Tendrán lugar allí seminarios destinados a quienes quieran aprender a hacer cine, conciertos, cerámica, pintura. Es el lugar en el que viviré y al que cierta gente podrá venir de tanto en tanto. Sueño con un lugar abierto a la diversidad cultural que se oponga a la globalización". La ciudad es hoy una realidad y arrastra el destino paradójico de ser absolutamente mediterránea y llamarse "Ciudad costera". Además funcionó como set para la filmación de La vida es un milagro.

—Actualmente estamos trabajando en el Segundo festival de cine y música y los invitados serán Jim Jarmusch y Oliver Stone. Van a asistir estudiantes de todos los lugares del mundo y allí tendrán la oportunidad de mostrar sus trabajos, tal como ya ocurrió el año pasado. Nuestra experiencia con el festival anterior fue impresionante. Siete días de arte a pleno, películas y músicas parecieron darnos el derecho para hablar del exilio de Küstendorf, de que es el mejor lugar para huir de la industria. A cierta distancia de allí inauguramos el cementerio de las malas películas. El año pasado enterramos allí Duro de matar IV , pero todavía no decidimos a quién le va a tocar este año, pero temo que el cementerio termine por ser demasiado pequeño considerando la enorme cantidad de películas espantosas que se han estrenado. Lo puse en lo alto de una colina y creé allí mi propio set para hacer mis películas de un modo realista. Felizmente no se parece en nada a Hollywood que es un lugar que ya no es en absoluto realista.

También Küstendorf es una fábrica de proyectos: uno de los más llamativos es la producción de jugos frutales orgánicos, a los que bautizó con nombres de figuras de la política. "Dado que decidimos hacer una bio revolución en la producción de jugos frutales era lógico que eligiéramos los nombres de aquellos que simbolizan lo revolucionario. Así, el jugo de frambuesas se llama Che Guevara, el de zarzamoras lleva el nombre de Tito y así sucesivamente, de Fidel Castro a Lenín. En nuestro Küstendorf sólo puedes beber y comer los productos naturales que fabricamos. En cierta oportunidad, un visitante pidió una Coca-Cola y se le informó amablemente de que no la producimos simplemente porque no tenemos la receta."

Hay ciertas constantes en el cine de Kusturica. La apuesta a los jóvenes, la trama intensa entre tonos de la música y del relato, un cartel que cierra sus filmes con la leyenda "happy end".

—¿Qué significa el letrero "Happy end" que cierra sus películas? ¿Se trata de ironía o de esperanza?

—Es esperanza. La muerte siempre puede esperar. Por primera vez quise que una de mis películas tuviera un verdadero final feliz y como en Gato negro, gato blanco, creo que hacer Promise... tiene algo de psicoterapéutico. Es al menos así como lo siento. Es lo que hacemos con nuestra música.

—¿Cómo fue la experiencia de la realización del filme acerca de Maradona?

—Maradona es mucho más que un futbolista y que un deportista famoso. Por mucho tiempo fue una especie de reivindicador de los humillados y los perseguidos, esos pueblos entre los que veía al mío. No me interesaban las historias baratas y sensacionalistas en torno de quien es hoy el personaje más popular del planeta. Hay demasiadas de esas historias, basta con abrir cualquier diario o revista. Me interesaba su persona, su forma de ser, su manera de ver las cosas y su fuerza para sobreponerse a todo lo malo que le pasó en la vida. Debo admitir que cuando lo tuve cerca me fascinó. Es una de las personas más intensas y sentimentales que conocí en toda mi vida. Con esa fuerza y esa forma de encarar la vida, no sorprende que haya terminado por ser el mejor futbolista de todos los tiempos. Me hizo muy feliz ser parte de la vida de Maradona, y ver que está mucho mejor que en la última década. Para mí fue muy importante, porque cuando era joven fue uno de mis pocos héroes, la concreción de todos los sueños que pueden existir alrededor del fútbol. Pese a haber sido un hábil mediocampista, hoy juego poco, tengo 53 años y mis músculos se resisten a saltar como antes.

—La música parece ocupar un lugar impor tante en sus películas. ¿Hay una relación entre interpretar música y dirigir películas?

—La música es como una hermana de la película. Ambos artes tienen una construcción, una composición y una arquitectura similar, y también se parecen en la forma en que hacen emocionar a la gente. Me gusta tanto la música como las películas. A veces, prefiero tocar que rodar un filme. Simplemente porque con las películas, la gestación es dolorosa, mientras que con la música la alegría está presente desde el comienzo hasta el final. Después de todo, se termina el rodaje, el armado y es como si uno se desprendiera de la película. Con la música pasa algo distinto, en cada concierto se reanuda la comunicación con la audiencia y, con nuestro grupo, generalmente renovamos la alegría en cada tema que tocamos.