Stanley Kubrick, fotogramas de obsesión

FRAN CASILLAS
El Mundo



Poco antes de su estreno, Stanley Kubrick quiso asegurar '2001: Una Odisea en el Espacio' frente a una posible invasión alienígena. El desembarco de extraterrestres en nuestro planeta habría desbaratado la premisa del filme, y ese era un riesgo que el cineasta no estaba dispuesto a correr. Claro que ninguna compañía se prestó a satisfacer su deseo.

La anécdota, con hechuras de leyenda urbana, ilustra a la perfección el carácter obsesivo y minucioso de Kubrick, de cuya repentina muerte se cumplen este sábado 10 años. Un infarto mientras dormía terminó con la vida de ese hombre tan raro porque era un genio. O quizás tan genial por sus rarezas, quién sabe.

Nacido en Nueva York en 1928, Kubrick fue ajedrecista antes que realizador. El joven Stanley era un chico listo pero indolente en la escuela, por lo que su padre trató de orientar su interés hacia el tablero. Fue un acierto. Gracias al dinero que ganó rubricando un jaque mate tras otro en Central Park, Kubrick financiaría parte de su primer filme, 'Fear and Desire'.

Aquella filmación arrojó los primeros destellos del Kubrick meticuloso hasta la médula. Su matrimonio con Toba Metz, su novia del instituto, no sobrevivió al rodaje. Un alto precio a pagar por una película que, como con 'El beso del asesino', Kubrick terminó repudiando. De hecho, trató de adquirir todas las copias de la cinta para impedir que nadie más la viera.

Aunque jamás lograría el reconocimiento que otorgan los premios, Kubrick atrajo el interés de Hollywood en 1956 con 'Atraco perfecto', un excelente ejercicio de cine negro. Su consolidación llegaría sólo un año después con 'Senderos de Gloria', un alegato antibelicista que se convertiría en todo un emblema por su tratamiento descarnado de la guerra.

Apenas 15 filmes en casi medio siglo

Además de fama y prestigio, 'Senderos de Gloria' le sirvió a Kubrick para conocer al gran amor de su vida. Aunque ya se había casado en segundas nupcias, fue a la tercera cuando llegó la vencida: con Christiane Harlan, la joven que cantaba al final del filme, Kubrick compartió sus últimos 40 años de existencia.

Christiane y otros allegados del director han tratado de desdramatizar la leyenda negra en torno a la exigencia y el desgaste a los que Kubrick sometía a su equipo. No obstante, el cuidado del más nimio detalle es una huella en su filmografía, y acaso el principal responsable de que sólo unos 15 títulos adornen sus casi 50 años de carrera.

Este pírrico promedio se debe a que Kubrick asumía todo el trabajo. Era dedicado y escrupuloso, trabajaba a ritmo lento y era increíblemente perfeccionista. En 'Espartaco' usurpó las funciones de su director de fotografía, Russell Metty. Irónicamente, Metty fue premiado con un Oscar por su labor en el filme.

Este afán controlador le costó algún desliz (léase el infame doblaje al castellano de 'El Resplandor') e inevitables fricciones entre Kubrick y Hollywood. El cineasta no dudó en hacer la maleta y emigrar a la campiña británica, desde donde dirigió el resto de sus proyectos.

Aquella huida hacia delante desencadenó los rumores en torno al carácter huraño y maniático de Kubrick. Se decía que vivía como un recluso exageradamente celoso de su intimidad. Los tabloides llegaron a publicar que disparó a un fan que penetró en su propiedad, y que le descerrajó un segundo tiro por sangrar sobre su césped.

Kubrick se convirtió en un personaje mítico, que vivía aislado y cuya apariencia era prácticamente desconocida. Tal es así que un tal Alan Conway aprovechó la coyuntura para suplantar a Kubrick y codearse con la 'beautiful people' en los clubes de moda. Se parecían como un huevo a una castaña.

Pletórica época inglesa

Al margen de la rumorología y los episodios bizarros, Kubrick enlazó en Reino Unido una serie de títulos magníficos. Empezó en 1962 con 'Lolita', más recordada ahora por cómo Kubrick devoraba con ojos rijosos a la nínfula Sue Lyon en el rodaje. Continuó con 'Teléfono Rojo', '2001' y la soberbia 'La Naranja Mecánica'. Durante la grabación de esta última forjó una íntima amistad con el actor protagonista, Malcolm McDowell. Finalizada la filmación, Kubrick jamás volvió a llamarle.

Así era él. Aplicaba trucos para manipular a sus actores psicológicamente, como si fuesen piezas sobre el tablero de ajedrez. Todas sus películas, impactantes, originales e innovadoras, hallan un tema común en la deshumanización. No fueron una excepción 'La Chaqueta Metálica' o 'Eyes Wide Shut', el 'thriller' psico-sexual que finalizó poco antes de fallecer.

Kubrick, que supuestamente había querido rodar 'El Señor de los Anillos' con los Beatles como protagonistas, se quedó sin tiempo para acometer otros ansiados proyectos, como el 'biopic' de Napoleón o esa 'Inteligencia Artificial' que Spielberg remató con irregular resultado.

Artífice de algunas de las películas más memorables de la historia del cine, el legado de Kubrick estaba en cualquier caso garantizado. A pesar de sus extravagancias y su temperamento erosivo. A pesar de su personalidad críptica. "¿Cómo podríamos apreciar 'La Mona Lisa' si Leonardo hubiese escrito en la parte inferior del lienzo: 'La dama sonríe porque esconde un secreto de su amante'?", se preguntaba Kubrick retóricamente. Y a él, como a sus filmes magistrales, hay que amarlos aunque no se comprendan las razones.