"Érase una vez en América", Sergio Leone


MANUEL NAVAS
Paisajes eléctricos magazine




Después de revolucionar el western con una trilogía que dio origen a un nuevo sub-género llamado "spaguetti-western", el realizador italiano Sergio Leone parecía descolgarse con un film aparentemente diferente lo que había realizado en los últimos años, ya que dejaba de lado a los sucios y polvorientos pistoleros para centrarse en los elegantes gangsters. Sin embargo, su propuesta no estaba tan alejada de lo que parecía en un principio. Si analizamos a fondo su trayectoria desde “Por un puñado de dólares” hasta su último film, el que nos ocupa, hay la sensación de avance temporal. Si bien las dos primeras películas de la trilogía no tienen referencias temporales concretas (como si fueran breves escaramuzas fronterizas), la tercera, “El bueno, el feo, el malo” nos presentaba a sus protagonistas buscando un botín en medio de la Guerra Civil norteamericana (incluso se puede pensar que ésta última es un antecedente de las dos anteriores por el gesto del “rubio” al final del film embutiéndose en el famoso poncho, por el hecho que en las dos primeras “trabaja” en solitario, y por la breve referencia, muy sutil, que tenemos que el Coronel Mortimer había participado en la Guerra Civil norteamericana), para posteriormente situar la historia de venganza de “Hasta que llegó su hora” en el contexto de la llegada del ferrocarril a esos territorios fronterizos sin ley donde las disputas se dirimían a golpe de revólver. Por su parte “Agáchate maldito” se situaba en plena revolución mexicana, ya a principios de siglo XX, último reducto de los aventureros. “Érase una vez en América” se sitúa pocas décadas después, ya en plena “civilización”, con una historia que tiene lugar en los suburbios de Nueva York en el barrio judio.

Tras unos enigmáticos 30 minutos que no hacen más que plantearnos interrogantes (que posteriormente irá desvelando poco a poco), en el que el protagonista, Noodles (Robert De Niro) se ve obligado a huir para evitar que le maten, Leone salta 30 años en el tiempo (con una bellísima elípsis en la que una melancólica versión de “Yesterday” de los Beatles nos sitúa con inteligencia en los años 60), para mostrarnos a un envejecido Noodles que vuelve “a la escena del crimen”, invitado por un misterioso personaje (más enigmas). Esto marcará la pauta del film, en la que Noodles, mientras recorre los escenarios de su juventud va rememorando los hechos que le han llevado hasta allí y que le han marcado profundamente. De esta forma, el film va dando saltos en el tiempo a base de “flashbacks” (excelentemente enlazados por su director evidenciando el peso del pasado en el presente del protagonista). Así vamos recorriendo la vida de Noodles desde su niñez hasta el momento en tiene que dejarlo todo atrás, para reaparecer, cual fantasma (notablemente envejecido) en lo que podríamos llamar una historia de “gangsters”.

El guión es excelente, ofreciendo al espectador un puzzle con múltiples vacíos que la trama irá rellenando a lo largo de las casi cuatro horas de duración del film. A pesar de tratarse de un film de criminales, la intención de Leone es muy diferente a la de Coppola (por citar el referente más cercano del cine de gangsters), ya que lo que le interesa realmente es contarnos una historia que tiene de todo violencia, acción, amistad, drama, traición, violencia amor, etc. En definitiva las diferentes partes que forman parte de toda una vida, la de Noodles. A pesar de la excesiva duración de la cinta, el film se hace muy interesante, no sólo por la curiosidad de resolver los enigmas iniciales sino por la proximidad que sentimos a los personajes que pueblan el film, y las diversas y variadas historias que nos cuentan. En este sentido, Leone nos vuelve a mostrar escenas de violencia explícita, pero también románticas e incluso de alto contenido sexual.

Pese a situarlo en un tiempo y un espacio real, sus personajes son ficticios pero tremendamente humanos. Sus protagonistas aman, matan, sienten, padecen, en definitiva están vivos. Uno de los temas principales que recorre el film es el de la amistad, el de Noodles con Max (James Woods), que contiene todas las connotaciones (positivas) de la amistad entre dos hombres. Curiosamente, por fin aparecen personajes femeninos de entidad, aunque el verdadero peso del film lo lleven los hombres. La mujer en este film cumple un doble papel que va del puro objeto sexual, personificado en Carol (Tuesday Weld) al deseo inalcanzable, personificado por Deborah (Elisabeth McGovern), cuyo amor con Noodles se acaba convirtiendo en un amor imposible, por más barreras sociales que éste intente superar por conseguir a su “primer amor”.

A través de las diferentes secuencias Leone anota ciertas connotaciones sociales y una mirada crítica tanto hacia los políticos como a las fuerzas del orden, apareciendo todos ellos rodeados de connotaciones negativas. Pero en realidad, por encima de lo que podría ser un típico film de gangters Leone nos habla del tiempo, del paso del tiempo más bien, y del peso del pasado en el presente tratado de una forma melancólica. Flota en todas las secuencias del film un cierto aire nostálgico (mucho más evidente en los recuerdos de niñez de Noodles, de un pasado lejando y ya perdido para siempre subrayado por la excelente banda sonora del gran Ennio Morricone.

Otro de los pilares sobre el que se sustenta este magnífico film es el interpretativo. Todos los actores (incluidos los niños)brillan a un excelente nivel, destacando sobre todo Robert de Niro y James Woods pero sin olvidarnos de Elizabeth McGovern ni de los excelentes secundarios entre los que encontramos a Joe Pesci, Danny Aiello, James Hayden, Treat Williams, etc. Todos ellos magníficos con los que Leone compone un film a ratos violento,a ratos emotivo, a ratos poético, que nos deja un cierto regusto amargo en general, peor sobre todo la sensación de haber visionado una gran película cuyas imágenes e historias son tan reales, tan cercanas que permanecen impresas en nuestra retina por un largo periodo de tiempo. Se puede decir que Leone nos dejó a "lo grande".