Jonathan Littell pisa las palabras del fascista


El autor de Las Benévolas analiza la mentalidad nazi en 'Lo seco y lo húmedo', con el material lingüístico que usó el general Degrelle de la SS sobre sus enemigos



PEIO H. RIAÑO
Público


La edición que se hizo de aquel libro era bonita. El ejemplar explicaba en su portada: "Colección de lujo encuadernada en tela con los colores militares" y en la tapa llevaba la reproducción de un cartel de reclutamiento de la división blindada Valonia. La campaña de Rusia, publicada por el nazi belga Léon Degrelle en 1949, arrancaba con una presentación que aclaraba el carácter de tan lindo libro: "Aquí hallará el hombre de armas el lugar que debería corresponderle por derecho, el primero, despreciando los valores burgueses, cómodos y mercantiles".

Con la descripción de aquel libro escrito por este agitador fascista, condenado a muerte por su país por luchar junto a Hitler, refugiado en la España de Franco y mantenido hasta su muerte en 1994 en libertad en la España de la democracia, Jonathan Littell (Nueva York, 1967) desvela su notable capacidad para la ironía descerrajada.

La vuelta al ruedo del autor de la novela Las Benévolas (RBA) es con un libro anterior al premio Goncourt 2006 y uno de los éxitos más extraordinarios en los dos últimos años. Tiene forma de ensayo aunque el alma incendiaria de Lo seco y lo húmedo (RBA en castellano, y Quaderns Crema en catalán) convierte a este escrito en un estudio libre de retórica, en el que se repasa la intimidad de la psicología nazi a partir de las palabras de Degrelle.

Normales o fascistas

En el vasto y magistral esfuerzo que mantuvo el autor para construir la novela que le dio a conocer, comprendió que la cultura no nos libra de nada y los nazis lo demuestran. Entre las fuentes consultadas el escritor descubrió esta joya del horror, abundante en descripciones de los estragos de la guerra, donde Degrelle entraba a identificar a su enemigo con todo lujo de detalles semánticos. Littell los aprovechó para construir la identidad nazi y preguntarse, entre otras cosas, si un hombre que dice ser "normal" podría convertirse en un fascista.

El nazi belga, entusiasta partidario de los planes hitlerianos para desmembrar su patria y anexionar Flandes y Holanda al Reich, escribió La campaña de Rusia nada más llegar a España (en un vuelo desde Noruega que aterriza en la playa de Donostia). Para Littell se trata ante todo de "una maniobra para justificarse y para crear una leyenda". "Como tal, no puede decirse que la obra peque de sincera. Pero la sinceridad nunca fue algo que preocupase a Degrelle", escribe.

Pero la figura de Degrelle es la excusa. Es un personaje con una historia ya conocida. Donde Littell mete el dedo es en las palabras que escribe este, en el relato de los hechos, en las líneas no escritas que gritan bajo todo ese montón de sucia propaganda nazi. "La lucha en Rusia era la lucha entre el bárbaro y el hombre civilizado. El bárbaro luchaba en cualquier parte y comía lo que fuere. Al hombre civilizado lo desbordaban sus hábitos, su necesidad de comodidad, sus servidumbres y la ignorancia que tenía de la naturaleza [] llevábamos a cuestas, cruzando por comarcas imposibles, el inconveniente de la civilización", escribió Degrelle.

Littell le rebate más de 60 años después, para desmentir la verdad embalsamada en lírica y épica, que se trató de difundir. Degrelle sabía perfectamente que las fuerzas alemanas habían despilfarrado todo el material, mientras que el ejército soviético se había mecanizado. Lo importante, para Littell, y lo que salta a la vista, es lo que un texto como este opera: la conservación del yo fascista.

La protección de la identidad fascista se sustenta en una serie de oposiciones: la principal es la de lo seco y lo húmedo; también están lo rígido y lo informe, lo duro y lo blando, lo tieso y lo flácido, lo limpio y lo sucio, lo lampiño y lo velludo, lo claro y lo turbio, lo mate y lo brillante, y así sucesivamente. "Contra todo cuanto fluye, el fascismo tiene que instaurar todo cuanto esté erecto", explica Littell.

Degrelle lo dice de forma explícita, sólo lo húmedo puede acabar con el cuerpo fascista: "Quien no haya caído en la cuenta de la importancia del barro en la cuestión rusa no puede entender lo que estuvo sucediendo durante cuatro años en el frente europeo del Este. [] La mayor historia militar de todos los tiempos, la más veloz, la paró el barro en la etapa, sólo barro, el barro elemental, tan antiguo como el mundo, impasible, más poderoso que los estrategas, que el oro, que la mente y que el orgullo de los hombres".

El nuevo escrito de Littell no da voz a los muertos ni a los mudos, tampoco es la memoria de una resistencia, es la ruina del humanismo en una proliferación léxica incontrolable. Para definir al barro, ese mal, mucho más peligroso para el fascista que el bolchevique, Degrelle utiliza términos como "mar de légamo", "légamo pútrido", "gigantesca cloaca", mar de argamasa, "trágica bolsa viscosa" innegable el esfuerzo poético por vestir el acontecimiento.

Anatomía del lenguaje

El escritor neoyorquino apunta que dudó en incluir como subtítulo Anatomía de un lenguaje fascista, porque básicamente este tratado descubre el cuidado y el miedo que el fascista pasa por la integridad de su cuerpo. Afirma que "la muerte es para el fascista la fuente de todos los temores". Y vuelve a cargar con ironía contra el cuerpo nazi: "Por supuesto que el fascista no muere; cae en el campo del honor, depone la vida, se sacrifica".

"En los caminos, se pudrían muchos cadáveres de rojos. Mongoles y tártaros yacían en montones, en plena putrefacción, y soltaban por todos los agujeros miles de larvas amarillentas", escribía Degrelle, y es en ese miedo a verse como un saco lleno de líquidos donde Jontahan Littell explica que para librarse de esa visión la proyectan sobre su enemigo. Es más, confirma que en el relato de Degrelle los fascistas, incluso muertos, suelen seguir secos.

En La campaña de Rusia se recogen tantas descripciones de muertos fascistas como de cadáveres enemigos. Sólo les diferencian las descripciones semánticas: los primeros aparecen relacionados con lo rojo, lo blanco o la carne; los segundos con la grasa, lo podrido y lo derretido. Littell describe el libro como una "amplia operación de salvamento" de la conciencia degrelliana, contra la que tiene todas las armas en alerta para desmontar todas las estrategias retóricas y "esbozarlas, canalizarlas, evacuarlas y tirar de la cadena".

Lo húmedo y lo seco demuestra que la II Guerra Mundial sigue siendo una fuente inagotable de aportaciones novedosas, en este caso además, porque es un ajuste de cuentas vehemente con Degrell y su incapacidad para sentir más allá de la dureza y la frialdad. Ni una emoción verdadera.