FRANCISCO ALGARÍN NAVARRO
Kane 3
Dos impulsos de diferente fuerza y velocidad: la explosión de violencia y el cachete. Con una especie de gesto de provocación comienza Breathless, la primera película de Yang Ik-June, escritor, director, productor y protagonista.
Un hombre pega, empuja al suelo y patea a una mujer. Desde alguna parte, un segundo hombre pega al primero hasta tirarlo. Se acerca a la chica y le da un par de cachetes, al tiempo que la insulta. No hay condescendencia, es un estallido violento sin causa ni coartada. No hay voluntad de protección, ni de establecer una jerarquía. Tampoco sentimiento de justicia. No se pretende reestablecer el orden. Poco importa que sea un hombre, una mujer o un niño. Poco importa que sea conocido o desconocido. Poco importa que sea amigo o enemigo. No es un ritual porque responde tan sólo a impulsos.
En Turning Gate (Hong Sang-soo, 2002), un personaje le decía a otro en mitad de una pelea: «aunque sea difícil ser seres humanos, no nos convirtamos en monstruos». Las chicas reprochan generalmente en el cine de Hong a los varones: «te comportas como un animal». El protagonista de Breathless- ¿un loco expulsado de cualquier parte menos de un vientre materno?- está mucho más cerca de un animal salvaje que aquellos, pues solo responde a sus instintos, su comportamiento ni siquiera puede ser asociado con la mezquindad.
No debería ser motivo de elogios para el cine contemporáneo que la violencia sea mostrada sin ambages, es decir, que la relación de causalidad al fin se rompa, que no se pueda justificar de ningún modo. Esta lección la creíamos ya aprendida, y viendo el comienzo de Breathless, pensábamos que Yang Ik-June no se encontraba del lado de cineastas como Kim ki-duk o Park Chan-wook, quienes más de una vez recurrieron a los dobles raseros, los rodeos y la trampa para buscar los motivos de la agitación, la cólera y las represalias, cayendo siempre en la más vulgar y peligrosa justificación de la venganza.
Pero Yang Ik-June sí que pertenece a ese grupo algo mafioso -como los gángsters que vemos como presencias casi fantasmales en el filme- de cineastas coreanos que no saben jugar limpio, que siempre se guardan una carta en la manga.
Tras encadenar esa reacción inmediata y áspera en la que Song-Hoon se lanza allá donde la violencia reina, como si dispusiera de un rádar para detectarla y sembrar así su ley incansablemente solo contra todos (tampoco estamos lejos del cine del franco-argentino), el cineasta frena en seco con los tobillos y no duda en marcar, subrayar en un color fluorescente que quema la vista, un flashback en el que se explica el origen de la trágica existencia de nuestro matón. Song-Hoon niño, asiste al maltrato y posterior ejecución de su madre a manos de su embrutecido padre.
Visto lo visto, ya tenemos el dictamen del psicólogo de guardia (o de guardería) y nos podemos tranquilizar: trauma. Y bien, ¿de qué otro modo podría si no el cineasta llevar a su protagonista hacia el camino de la redención? ¿Cómo podría transformarlo de verdugo en víctima? Breathless se dispone entonces, en mil y un rodeos rodeos, a transitar este camino de expurgación en el que el cineasta expone su propio cuerpo para liberarse del pecado.
Un hombre que no conoce la ironía, que solo se deja llevar por lo que dictan sus arrebatos, el único capaz de agilizar las transacciones de cobro de aquellos peligrosos rezagados. Lógicamente, no podrá recorrer ese camino él solo y necesitará la ayuda de alguien, evidentemente, de muchos menos edad y, aparentemente, como en toda buena película de aprendizaje adulto, sin experiencia pero con mucha más madurez.
"Una película políticamente correcta por mucho que se empeñe en no serlo, temerosa, cobarde y llena de golpes bajos que no duda -y como siempre sucede en estos casos, lo consigue- jugar sus cartas para ocupar los primeros puestos"
Un día nuestro león se cruzará con una bella alumna de instituto, ataviada con uniforme rosa, de pies bien puestos en la tierra. Ella deja rápidamente claro que no piensa pasarle una. Él la golpea, ella cae al suelo, pierde el sentido y, al despertar, vuelve a plantarle cara. Admirado por su osadía comparten algunas tardes. Pero el trauma habrá de volver una y otra vez. Poco sorprendida por las reacciones de nuestro futuro héroe, la chica intenta llevarle por el buen camino, mientras los recuerdos vuelven a venir a su vista en cada paliza que propina.
Temeroso de que no comprendamos tan extraño viraje, el cineasta irá tamizando los tonos, intensidades, colores de las imágenes de la infancia al tiempo que compondrá cuadros en los que sistemáticamente los personajes se vean colocados en una misma disposición espacial. Pero, lo sabemos bien, la memoria no responde a ese tipo de estímulos. Las razones que activan un recuerdo, ya nos lo enseñó Proust, pasan por otros recorridos. El programa de Yang Ik-June es bien férreo y está construido sobre puntos, comas, saltos de párrafo y puntos de giro que habrá que respetar, nunca mejor dicho, al pie de la letra.
¿Para qué entonces esos violentos movimientos de cámara, ese nervio, ese aparente destiempo? Si resulta tan inesperada y espontánea la aparición del personaje en un conflicto previo no es gracias a la visceralidad con las que los cuerpos son filmados. Los cambios de plano, la colocación de los cuerpos, responden únicamente a efectos puramente cerebrales, calculados y extremadamente racionales.
Vamos a encontrar una y otra vez los tradicionales motivos visuales que reconfiguran incansablemente la iconografía genérica, así como el conjunto de las virtudes teologales: fe en la salvación («gracias» dirá el protagonista en un primer plano de su rostro ensangrentado), esperanza (en un futuro mejor para los que vengan detrás de él) y caridad (para los indefensos, algo que irá aprendiendo de la chica), a la que se unen las variantes de la hermandad, la solidaridad, la expiación, la redención, la culpa...
Breathless es una película reaccionaria incluso cuando trata de no serlo por una y por todas. En su pulso al cine contemporáneo recoge los grandes temas: la familia como seno del mal, las consecuentes familias disfuncionales, el maltrato, la dificultad de transmisión paterno-filial... Orfandad, machismo, miseria, en definitiva lo que se pretende es trasladar la ley de la calle a la ley de la casa: los hijos aprenden y repiten aquello que sus padres hacen equivocadamente, y temen que el ciclo se repita con la generación posterior.
Paralelamente, el filme trata de poner en conflicto los tradicionales géneros del melodrama, el cine de gángsters, la comedia romántica y la tradición excéntrica y no exenta de sordina de un cierto cine coreano, pero como ya se habrá notado Yang Ik-June carece por completo de la sutilidad de, por ejemplo, un Bong Joon-ho. Al final, no hay hibridación, no hay pliegues, no hay fisuras. Solo compartimentos estanco donde cada oveja encaja con su pareja.
La música enlaza las escenas del paseo nocturno de los protagonistas (pareja disfuncional como mandan los manuales de buenos transgresores, una estudiante y un gángster, como ellos mismos se definen entre risas) convertidos ahora en una "extraña" familia cuya presunta "madre" está más cercana a la edad del pequeño sobrino del matón que de éste. Estos personajes se han convertido, como indica la terminología inglesa, en «caracteres». No tienen alma, no respiran, son puros arquetipos dispuestos para ser analizados, para extraer de ellos sus constantes, sus «características».
La vencedora del último Festival de Rotterdam no es más que una película políticamente correcta por mucho que se empeñe en no serlo, temerosa, cobarde y llena de golpes bajos que no duda -y como siempre sucede en estos casos, lo consigue- jugar sus cartas para ocupar los primeros puestos.