ABC
En Nuestra música (2004), Jean-Luc Godard nos introduce en Sarajevo. Allí la guerra ha terminado pero el escenario es semejante a un campo de batalla. Bastantes edificios continúan exhibiendo heridas, agujeros de balas y obuses. La biblioteca municipal está siendo reconstruida, mientras se registran los volúmenes que van llegando de todas partes, amontonados en una pila de donde parece poco probable que lleguen a salir algún día. Una joven entonces se pregunta por qué no son los humanistas quienes libran las guerras. Sin embargo, los humanistas sólo pueden aspirar a construir bibliotecas, y a veces cementerios. Sus palabras mueren cuando nadie cree en ellas, ni siquiera quienes las utilizan en sus novelas o poemarios muestran cierto grado de confianza en su profesión.
Una historia. Hacia el final de la película, Godard nos cuenta la historia de Olga Brodsky, una joven idealista que un día entró en un cine israelí y retuvo a los espectadores, amenazando con hacer estallar una bomba que llevaba en una mochila. Algo después dejó salir a todos los rehenes, al ver sus rostros aterrorizados. Ya sola y sin mediar palabra, fue abatida por los disparos de la policía. Cuando luego se acercaron a su cuerpo para comprobar qué tenía en la mochila, vieron que dentro únicamente había libros. Libros como los que han ayudado a reconstruir la Biblioteca Municipal de Sarajevo; libros como los que uno agita al acabar las guerras, con el ánimo de que alguien se acerque y los lea; libros donde se explican las cosas que los seres humanos fueron aprendiendo a lo largo de los siglos; libros que simbolizan el poder de la palabra; libros anónimos, apilados unos sobre otros, en grandes montones; libros que un día fueron prohibidos, quemados o despreciados; libros que hicieron un largo viaje a través del tiempo? Libros que -según Godard- cada día van enmudeciendo más, como si los fuesen abandonando las palabras. Son los libros que Olga Brodsky quería leer en voz alta para resolver el conflicto árabe-israelí.
Poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, un novelista alemán decía que si sus libros sirvieran para algo, frenarían la hecatombe que se avecinaba. Ese no parece ser el problema de John Halder (Viggo Mortensen), el protagonista de Good (2008, Victor Amorim). Está casado con una neurótica, su madre murió tras una larga enfermedad, y a él sus clases de literatura en la universidad no le interesan demasiado. Pero su vida va a cambiar. De pronto tiene un lío con una de sus estudiantes. Y, además, los nazis aclaman uno de sus ensayos sobre la eutanasia. Estos repentinos triunfos le ayudan a olvidar sus antiguas desdichas, aunque también le ciegan. Alemania prepara la Solución Final sin que él se dé cuenta de su complicidad en todo ello. No ve malos augurios a su alrededor, ni entiende el miedo de sus amigos judíos.
Vender el alma. Más que un ser inmoral, John Halder es un estúpido, el tipo de escritor que vendería su alma por un aplauso, alguien tan ensimismado en su éxito que no se da cuenta del dolor ajeno. Su comportamiento pasaría desapercibido en cualquier otro momento, no durante los preparativos del Holocausto. La estupidez y la pasividad son los cómplices perfectos del horror. Uno no puede seguir realizando su trabajo como si tal cosa cuando ese trabajo puede convertirse en una pieza de un mecanismo destructivo. Para construir campos de exterminio se necesitan albañiles, para trasladar a los prisioneros hasta ellos se necesitan trenes y alguien que los conduzca, para ofrecer aun el peor rancho hacen falta cocineros, para registrar nombres y estampar sellos es preciso contar con el apoyo de funcionarios, para fabricar gas Ciclón B se necesitan químicos?
Si la pasividad y la estupidez de Halder no son excusa, tampoco lo es la ignorancia de Hanna Schmitz (Kate Winslet) en El lector (2008, Stephen Daldry). Cuando, durante un juicio, da explicaciones sobre su trabajo como guardiana en un campo de exterminio, dice que necesitaba un trabajo y la SS le ofreció uno bien remunerado. Era una pobre desgraciada, tan celosa de sus deberes, que siguió la lógica de sus jefes al pie de la letra: cada día llegaban nuevos prisioneros al campo y para evitar masificaciones era preciso que alguien fuese enviado a la cámara de gas.
Años más tarde, acabada la Segunda Guerra Mundial, aunque Hanna sigue siendo una analfabeta, quizás ha entendido que necesita aprender, huir de su aplastante ignorancia, por eso utiliza a un joven como amante y como lector.
Tanto Good como El lector nos muestran a personajes infantiles e irresponsables, que se excusan diciendo que ellos, durante el Holocausto, se dejaron llevar por los aplausos o por las necesidades laborales. Participaron directa o indirectamente casi sin quererlo. Otras películas recientes, por el contrario, quieren hacernos entender que no todos los alemanes actuaron de forma pasiva o cómplice. Hubo quienes se rebelaron contra Hitler, como el general que interpreta Tom Cruise en Valkyria (2008, Bryan Singer), y hubo quienes mostraron piedad y amistad hacia los judíos, como el personaje principal de El niño del pijama a rayas (2008, Mark Herman).
Elección. La filósofa Hannah Arendt se sorprendió al escuchar la confesión de Adolf Eichmann, después de que el Mossad lo hubiese atrapado en Argentina y lo hubiera llevado a Israel para responder de sus crímenes ante un tribunal. Le pareció imposible que un magnicida fuese una persona normal, alguien casado, con hijos, y con ganas de ascender. A Eichmann se le puede considerar un extraño cruce entre los personajes de Good y El lector, gente que se niega a entender que, aun cuando el mundo nos resulte un lugar incomprensible, feo o ajeno, el lugar que ocupamos en él lo elegimos nosotros.
Una historia. Hacia el final de la película, Godard nos cuenta la historia de Olga Brodsky, una joven idealista que un día entró en un cine israelí y retuvo a los espectadores, amenazando con hacer estallar una bomba que llevaba en una mochila. Algo después dejó salir a todos los rehenes, al ver sus rostros aterrorizados. Ya sola y sin mediar palabra, fue abatida por los disparos de la policía. Cuando luego se acercaron a su cuerpo para comprobar qué tenía en la mochila, vieron que dentro únicamente había libros. Libros como los que han ayudado a reconstruir la Biblioteca Municipal de Sarajevo; libros como los que uno agita al acabar las guerras, con el ánimo de que alguien se acerque y los lea; libros donde se explican las cosas que los seres humanos fueron aprendiendo a lo largo de los siglos; libros que simbolizan el poder de la palabra; libros anónimos, apilados unos sobre otros, en grandes montones; libros que un día fueron prohibidos, quemados o despreciados; libros que hicieron un largo viaje a través del tiempo? Libros que -según Godard- cada día van enmudeciendo más, como si los fuesen abandonando las palabras. Son los libros que Olga Brodsky quería leer en voz alta para resolver el conflicto árabe-israelí.
Poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, un novelista alemán decía que si sus libros sirvieran para algo, frenarían la hecatombe que se avecinaba. Ese no parece ser el problema de John Halder (Viggo Mortensen), el protagonista de Good (2008, Victor Amorim). Está casado con una neurótica, su madre murió tras una larga enfermedad, y a él sus clases de literatura en la universidad no le interesan demasiado. Pero su vida va a cambiar. De pronto tiene un lío con una de sus estudiantes. Y, además, los nazis aclaman uno de sus ensayos sobre la eutanasia. Estos repentinos triunfos le ayudan a olvidar sus antiguas desdichas, aunque también le ciegan. Alemania prepara la Solución Final sin que él se dé cuenta de su complicidad en todo ello. No ve malos augurios a su alrededor, ni entiende el miedo de sus amigos judíos.
Vender el alma. Más que un ser inmoral, John Halder es un estúpido, el tipo de escritor que vendería su alma por un aplauso, alguien tan ensimismado en su éxito que no se da cuenta del dolor ajeno. Su comportamiento pasaría desapercibido en cualquier otro momento, no durante los preparativos del Holocausto. La estupidez y la pasividad son los cómplices perfectos del horror. Uno no puede seguir realizando su trabajo como si tal cosa cuando ese trabajo puede convertirse en una pieza de un mecanismo destructivo. Para construir campos de exterminio se necesitan albañiles, para trasladar a los prisioneros hasta ellos se necesitan trenes y alguien que los conduzca, para ofrecer aun el peor rancho hacen falta cocineros, para registrar nombres y estampar sellos es preciso contar con el apoyo de funcionarios, para fabricar gas Ciclón B se necesitan químicos?
Si la pasividad y la estupidez de Halder no son excusa, tampoco lo es la ignorancia de Hanna Schmitz (Kate Winslet) en El lector (2008, Stephen Daldry). Cuando, durante un juicio, da explicaciones sobre su trabajo como guardiana en un campo de exterminio, dice que necesitaba un trabajo y la SS le ofreció uno bien remunerado. Era una pobre desgraciada, tan celosa de sus deberes, que siguió la lógica de sus jefes al pie de la letra: cada día llegaban nuevos prisioneros al campo y para evitar masificaciones era preciso que alguien fuese enviado a la cámara de gas.
Años más tarde, acabada la Segunda Guerra Mundial, aunque Hanna sigue siendo una analfabeta, quizás ha entendido que necesita aprender, huir de su aplastante ignorancia, por eso utiliza a un joven como amante y como lector.
Tanto Good como El lector nos muestran a personajes infantiles e irresponsables, que se excusan diciendo que ellos, durante el Holocausto, se dejaron llevar por los aplausos o por las necesidades laborales. Participaron directa o indirectamente casi sin quererlo. Otras películas recientes, por el contrario, quieren hacernos entender que no todos los alemanes actuaron de forma pasiva o cómplice. Hubo quienes se rebelaron contra Hitler, como el general que interpreta Tom Cruise en Valkyria (2008, Bryan Singer), y hubo quienes mostraron piedad y amistad hacia los judíos, como el personaje principal de El niño del pijama a rayas (2008, Mark Herman).
Elección. La filósofa Hannah Arendt se sorprendió al escuchar la confesión de Adolf Eichmann, después de que el Mossad lo hubiese atrapado en Argentina y lo hubiera llevado a Israel para responder de sus crímenes ante un tribunal. Le pareció imposible que un magnicida fuese una persona normal, alguien casado, con hijos, y con ganas de ascender. A Eichmann se le puede considerar un extraño cruce entre los personajes de Good y El lector, gente que se niega a entender que, aun cuando el mundo nos resulte un lugar incomprensible, feo o ajeno, el lugar que ocupamos en él lo elegimos nosotros.