JOSÉ MARÍA POZUELO YVANCOS
ABC
Cada vez resulta más claro que la pervivencia del cuento, el género que más inalterable ha permanecido a través de siglos, culturas y lenguas, tiene que ver con su concentración. Un situación, un personaje, existe siempre más allá de la anécdota y el tiempo, porque, a la postre, todos los humanos se parecen en sus distintas edades. Ignacio Martínez de Pisón, que es justamente reconocido como uno de nuestros novelistas más destacados, ha reunido en este libro una antología de ocho cuentos; aquéllos que, según advierte en un apéndice, señalan mejor su trayectoria en este género.
De Poe a Chéjov
Ciertamente, se le ve una evolución, no únicamente la que va desde el modelo primero de Poe al preferido finalmente de Chéjov, los nombres que trazan las dos alternativas más definidas del cuento. Hay en esta colectánea otra evolución de la que el autor no habla, porque posiblemente no haya sido intención consciente que gobernara su selección, pero que a mí, como lector, me ha interesado mucho. Es la que tiene que ver con las edades de los personajes, la condición humana en diferentes estadios, desde el juvenil a la madurez.
El final de la adolescencia en los interminables veranos, con el sutil cambio que el paso de un solo año puede imprimir a unos primos, es abordado en «La hora de la muerte los pájaros». Pasa luego a la angustiada vivencia que un joven matrimonio puede sentir ante la muerte inevitable de su hija. En otro cuento se trata del sentido de culpabilidad de un padre ante la hija que abandonó hace ya muchos años, o finalmente, en el cuento que cierra el volumen, y que le da título al libro, «Aeropuerto de Funchal», retrata de modo excelente el pliegue inevitable y cansino de la rutina en un matrimonio maduro que todo lo tiene dicho.
Este texto y «Los nocturnos» son los dos que más me han gustado. Quizá para explicar su estética habría que recurrir a la que presiden dos acentos diferentes del cine italiano. «Aeropuerto de Funchal» tiene momentos que recuerdan al Rossellini de la inolvidable Viaggio in Italia (absurdamente traducida como Te querré siempre), con ese deje de tristeza insalvable sobre la pregunta de dónde está el amor cuando ya se ha ido. En cambio, «Los nocturnos» exhibe una tonalidad totalmente opuesta. Parece extraído de una película con ese realismo verbenero de los filmes protagonizados por Alberto Sordi, porque el personaje del cuento, apodado el Persianas, va rememorando en su furgoneta (cuyo motor hace un ruido semejante al de los sorbos del granizado cuando está a punto de consumirse) los «memorables» bailes de la Orquesta Acapulco, de pueblo en pueblo, y el amor no declarado por la cantante mediocre que elige llamarse Elisa Bauer, nombre que le conviene más que Serrano Ortiz. La labia impenitente, el diestro manejo de los diálogos y un humor que resulta tierno a fuerza de ser cutre permiten a Martínez de Pisón arrancar su mejor veta de escritor, prendida a su cariño por los personajes que concibe, incluso mejor si son un desastre, personajes aquejados por un sueño de grandeza que saben imposible.
Me he referido a propósito a esos dos cuentos porque son antitéticos y pertenecen a dos registros diferentes, ya que revelan lo que este libro termina siendo, la historia de un estilo, que ha ido evolucionando en distintos registros y tonos. Incluso se aventura en el titulado «El filo de unos ojos» a pergeñar una historia que discurre hacia una progresiva atmósfera psicológica, donde el tema de la dominación acaba sobresaliendo. Permite este cuento, asimismo, trazar un repaso a la que fue la cultura barcelonesa de los años ochenta y una crítica soterrada al esnobismo subyacente en el culturalismo impostado.
Las arrugas del tópico
De manera que en este libro hay para gustos distintos. No se me escapa que el cuento titulado «Boda en el hotel Colón» va a ser el preferido de casi todos los lectores, en la medida en que la picaresca de Anselmo, el personaje que se cuela en las bodas, revela la inimitable mirada con la que Ignacio Martínez de Pisón desmonta las situaciones sociales, especialmente las familiares. Destaca su maestría para percibir lo consabido de las situaciones y las arrugas de los tópicos.
Son buenos casi todos los relatos, aunque quizá los cuentos «Foto de familia» y «El ramo más grande de Valladolid» se vean aquejados de un exceso de desarrollo de su dimensión dramática. En cualquier caso, esta colectánea vuelve a señalar que la mejor condición de su autor radica en la piedad (galdosiana, finalmente cervantina) del trazo de sus criaturas.
De Poe a Chéjov
Ciertamente, se le ve una evolución, no únicamente la que va desde el modelo primero de Poe al preferido finalmente de Chéjov, los nombres que trazan las dos alternativas más definidas del cuento. Hay en esta colectánea otra evolución de la que el autor no habla, porque posiblemente no haya sido intención consciente que gobernara su selección, pero que a mí, como lector, me ha interesado mucho. Es la que tiene que ver con las edades de los personajes, la condición humana en diferentes estadios, desde el juvenil a la madurez.
El final de la adolescencia en los interminables veranos, con el sutil cambio que el paso de un solo año puede imprimir a unos primos, es abordado en «La hora de la muerte los pájaros». Pasa luego a la angustiada vivencia que un joven matrimonio puede sentir ante la muerte inevitable de su hija. En otro cuento se trata del sentido de culpabilidad de un padre ante la hija que abandonó hace ya muchos años, o finalmente, en el cuento que cierra el volumen, y que le da título al libro, «Aeropuerto de Funchal», retrata de modo excelente el pliegue inevitable y cansino de la rutina en un matrimonio maduro que todo lo tiene dicho.
Este texto y «Los nocturnos» son los dos que más me han gustado. Quizá para explicar su estética habría que recurrir a la que presiden dos acentos diferentes del cine italiano. «Aeropuerto de Funchal» tiene momentos que recuerdan al Rossellini de la inolvidable Viaggio in Italia (absurdamente traducida como Te querré siempre), con ese deje de tristeza insalvable sobre la pregunta de dónde está el amor cuando ya se ha ido. En cambio, «Los nocturnos» exhibe una tonalidad totalmente opuesta. Parece extraído de una película con ese realismo verbenero de los filmes protagonizados por Alberto Sordi, porque el personaje del cuento, apodado el Persianas, va rememorando en su furgoneta (cuyo motor hace un ruido semejante al de los sorbos del granizado cuando está a punto de consumirse) los «memorables» bailes de la Orquesta Acapulco, de pueblo en pueblo, y el amor no declarado por la cantante mediocre que elige llamarse Elisa Bauer, nombre que le conviene más que Serrano Ortiz. La labia impenitente, el diestro manejo de los diálogos y un humor que resulta tierno a fuerza de ser cutre permiten a Martínez de Pisón arrancar su mejor veta de escritor, prendida a su cariño por los personajes que concibe, incluso mejor si son un desastre, personajes aquejados por un sueño de grandeza que saben imposible.
Me he referido a propósito a esos dos cuentos porque son antitéticos y pertenecen a dos registros diferentes, ya que revelan lo que este libro termina siendo, la historia de un estilo, que ha ido evolucionando en distintos registros y tonos. Incluso se aventura en el titulado «El filo de unos ojos» a pergeñar una historia que discurre hacia una progresiva atmósfera psicológica, donde el tema de la dominación acaba sobresaliendo. Permite este cuento, asimismo, trazar un repaso a la que fue la cultura barcelonesa de los años ochenta y una crítica soterrada al esnobismo subyacente en el culturalismo impostado.
Las arrugas del tópico
De manera que en este libro hay para gustos distintos. No se me escapa que el cuento titulado «Boda en el hotel Colón» va a ser el preferido de casi todos los lectores, en la medida en que la picaresca de Anselmo, el personaje que se cuela en las bodas, revela la inimitable mirada con la que Ignacio Martínez de Pisón desmonta las situaciones sociales, especialmente las familiares. Destaca su maestría para percibir lo consabido de las situaciones y las arrugas de los tópicos.
Son buenos casi todos los relatos, aunque quizá los cuentos «Foto de familia» y «El ramo más grande de Valladolid» se vean aquejados de un exceso de desarrollo de su dimensión dramática. En cualquier caso, esta colectánea vuelve a señalar que la mejor condición de su autor radica en la piedad (galdosiana, finalmente cervantina) del trazo de sus criaturas.