La situación en Irán ha cambiado

Las elecciones iraníes y la histeria mediática


RON JACOBS
Counterpunch (Traducido para Rebelión por Germán Leyens)



Ahora llegan la histeria y las mentiras en negrita. Después de las elecciones iraníes, diversos comentaristas y así llamados periodistas en EE.UU. reaccionan como si el fin del mundo estuviera al alcance de la mano. Aunque nadie sabe con seguridad y todos sólo se basan en las palabras de los expertos de la prensa occidental y en un candidato indignado, virtualmente todos los medios noticiosos de EE.UU. dicen que la reelección de Ahmadineyad es el resultado de un fraude. No ha sido verificado por ninguna fuente objetiva, ni ha habido ninguna prueba fuera de la especulación de gente de los medios que quiere crear una historia o está tan convencida de lo que consideran como la naturaleza esencialmente maligna del titular del cargo que no pueden comprender su reelección. Un buen ejemplo es un artículo de Bill Keller en el New York Times. En ese texto, se vuelve calificar una vez más a Ahmadineyad de negador del Holocausto y se denigra a los que lo apoyan como una mayoría de campesinos que odian a las mujeres y de empleados públicos que de alguna manera se han beneficiado de su patrocinio. Los partidarios del reformista liberal Moussavi son mostrados a una luz mucho más favorable.

Lo que falta por completo en el artículo de Keller y muchos otros en los medios dominantes de EE.UU. (y en revistas liberales como Nation) es algún intento genuino de analizar el carácter de clase de los diferentes partidarios del candidato y el papel que Washington juega en la percepción mediática de la política iraní. La declaración analítica más honesta de Keller en todo su artículo: “El sábado fue un día de cólera al rojo vivo, de esperanzas aplastadas y de ilusiones puncionadas, de las calles de Teherán a los centros políticos de las capitales occidentales.” Keller y sus homólogos aceptan que los deseos de las capitales occidentales, especialmente aquellos de Washington, deben ser importantes para los iraníes. Aunque esto pueda valer ciertamente para una pequeña cantidad de miembros de la clase culta y de la comunidad empresarial en Irán, el hecho es que Occidente, especialmente Washington, todavía no es muy popular en las masas iraníes. No sólo son conscientes de décadas de intervención occidental en sus asuntos, el hecho de que miles de soldados de EE.UU. sigan combatiendo en dos de los vecinos de Irán hace que Washington sea indeseable y detestado. ¿Por qué iban a hacer algo para complacerlo? Sin embargo, en las mentes de los medios noticiosos de EE.UU., lo que domina la discusión son las necesidades de Washington.

En cuando al análisis de clases, parece que Ahmadineyad, con razón o sin ella, parece atraer a la mayoría de los campesinos y obreros en Irán. Tal como Marat y los jacobinos atrajeron a los campesinos, y a los pobres de las ciudades durante la revolución francesa, mientras Brissot y los girondinos atraían a los mercaderes y a las clases educadas. El apoyo a Ahmadineyad proviene de los que necesitan pan, mientras que el de Moussavi viene de los que tienen mucho pan y ahora quieren más libertades civiles. Aunque casi indiscutiblemente las políticas de Ahmadineyad han causado tantos problemas económicos como los que han resuelto, queda el hecho de que sus partidarios creen en su llamado de la campaña de 2005 a que los beneficios del petróleo lleguen a la mesa del comedor. Las declaraciones del señor Moussavi respecto a la eventual reducción de los subsidios a los productos básicos que benefician a los pobres pueden haberlo afectado en esa demografía más de lo que reconocen sus partidarios. En un artículo del Washington Post publicado el día antes de la elección, se señaló (junto con el hecho de que Ahmadineyad ganó la elección de 2005 con un “sorprendente” 62% de los votos) que sus políticas económicas incluyeron la distribución de “préstamos, dinero y otra ayuda para las necesidades locales.” Uno de esos programas involucró el suministro de seguros para las mujeres que hacen alfombras en sus casas y que no habían tenido seguros hasta que Ahmadineyad llegó al poder. Los críticos, incluido Moussavi, arguyen que “sus políticas de prodigalidad han alimentado la inflación y derrochado las ganancias inesperadas en petrodólares sin reducir el desempleo.” Hay otros elementos en juego en este caso, incluyendo la fabulosa corrupción de ciertos dirigentes no elegidos en Irán y el papel que la crisis económica internacional juega en la economía de todas y cada una de las naciones – un factor al que Irán no es inmune. Además, la naturaleza particular de una economía islámica que mezcla el gobierno y los negocios privados crea un conflicto constante entre los que quisieran nacionalizarlo todo y los que privatizarían todo.

Respecto a lo que esto significa para las relaciones entre Washington y Teherán – seguirán por el camino que el señor Obama desee que sigan. Tel Aviv, que criticó los resultados de la elección, no habría cambiado su deseo de aplastar a Teherán no importa quién hubiera ganado. Por cierto, el hecho de que Ahmadineyad haya sido reelegido facilita a Tel Aviv la tarea de seguir satanizando a la única amenaza auténtica a su dominación de la región. El resultado neto, sin embargo, es que el presidente de Irán no tiene poder sobre el curso a seguir por la política exterior de Irán. Ese poder sigue en manos del Consejo de Guardianes y del poder legislativo. El señor Obama haría bien en continuar con sus intentos de negociar sin condiciones. También sería sabio que terminara toda actividad clandestina contra el gobierno iraní realizada actualmente. Los medios occidentales harían bien en informarse sobre la verdadera naturaleza de la política y de la sociedad iraníes en lugar de adoptar el punto de vista de que lo que es mejor para Washington es mejor para Teherán. Y de nuevo, los medios debieran considerar el punto de vista ajeno a Washington en toda su cobertura internacional.

Para la izquierda, la respuesta es obvia. La situación en Irán ha cambiado. La popularidad aparente de Moussavi y otros reformistas oficialmente reconocidos lo mostró antes de la elección. La disputa por la veracidad de los resultados de la elección lo prueba aún más. Sin embargo, ni Ahmadineyad ni Moussavi representan un auténtico alejamiento del poder de la clase del bazar y su consejo clerical designado. El deseo de más libertades civiles debe ser coordinado con la necesidad de justicia económica. Ambas aspiraciones se enfrentan actualmente. Parece obvio que sólo un movimiento izquierdista puede unificarlas en una nación dividida entre sus ciudades y su campo; su clase media y sus trabajadores y habitantes rurales. Fue el caso antes de la toma del poder de la revolución iraní por fuerzas religiosas socialmente conservadoras en 1980 y podría volver a serlo.