Ediciones El Aleph publica la 'Trilogía de Auschwitz'
ÁLVARO CORTINA
El Mundo
Escribió Umbral que la muerte es una epidemia rara e intermitente. En los industriosos campos de Auschwitz se convierte en cambio en algo motorizado, en un limpio guarismo, un flujo continuo, maquinal. La gente llega con el silbido de un nuevo tren y sale días después en carretillas, o en forma de negro humo de chimeneas crematorias.
Primo Levi (1919-1987) dedicó su vida a dar testimonio de aquellos territorios parcelados. Con ese algo de escénico que le da tanto foco, esa economía y racionalismo castrense, y ese decorado pobretón y despejado con torretas de fondo.
'Si esto es un hombre', primera estación de su 'Trilogía de Auschwitz' (El Aleph) explora, con el recuerdo aún caliente (es de 1947), aquella encrucijada en blanco y negro de cientos de miles de naufragios personales: húngaros, griegos, italianos, alemanes que forman filas bajo el frío sol polaco. "Sin pelo, sin honor, sin nombre", escribe.
Parece casi que versiona Levi a Manrique cuando habla de los individuos como arroyos que van a parar a las duchas de gas, que serían el mar, o sea, el morir. Una fatalidad tan extrema, semejante emblema de mortandad ha llevado también a los pesimistas a identificar vida y Holocausto. Woody Allen dijo un vez que la existencia es un campo de concentración: "Sabes que hagas lo que hagas no vas a salir de allí vivo".
Levi fue hecho cautivo por judío y sí conservó la vida en su tiempo de alambradas. La primera parada del veinteañero turinés fue el campo de concentración de Fossoli, y después de allí al matadero mayor. Nada más llegar se hicieron grupos según sexo y edad, se habla de Alemania a cuenta de un "amor nacional por las clasificaciones":
"Lo que fue de los demás, de las mujeres, de los niños, de los viejos, no pudimos saberlo ni entonces ni después: la noche se los tragó, pura y simplemente". Aunque Levi no suele emplear demasiadas metáforas así. Su modelo de redacción fueron los informes semanales que hacía en la fábrica donde trabajó a su vuelta. Es un relato inclemente y austero como los de Solzhenitsyn.
Hay retratos desvaídos de compañeros suyos. En un sitio así acabas debiéndole a alguien la vida o el pan. Pero invariablemente la atención se dirige a esa masa descarriada, terrible en sus dimensiones, en su anonimato, en su desconcierto. Entre ellos el autor reconoce a "los salvados y los hundidos". Este es el título de la tercera parte de su tríptico.
"Hoy pienso que sólo por el hecho de haber existido Auschwitz nadie debería hablar en nuestros días de Providencia: pero lo cierto es que, en aquel momento, el recuerdo de los salvamentos bíblicos en las adversidades extremas pasó como un viento por todos los ánimos".
En efecto es una devastación bíblica. También hay mucho de picaresca desesperada, de continuos robos al de al lado, de colas para comer potaje de habas. También del sueño pesado de aquellos hombres desasistidos en barracas multitudinarias:
"Ay de quien sueña: el momento de conciencia que acompaña al despertar es el sufrimiento más agudo. Pero no nos ocurre con frecuencia, y los sueños no son largos: no somos más que bestias cansadas".
Incide mucho Levi en la animalización. Los "kapos" golpean a los hombres vacíos, dolor sin conciencia, sin plegarias ya. "Nos golpean cuando estamos ya bajo la carga, casi amorosamente, acompañando a los golpes con palabra de exhortación y de ánimo, como hacen los carreteros con los buenos caballos". Su primera persona del plural es muy sentida. Dice: "Morimos miles de nosotros".
Sólo testimonio
No hay balances, ni estudio, ni conclusión histórica. Tan sólo testimonio personal (ese "morimos miles de nosotros"), testimonio del misterio de "dejarse guiar por las insospechadas fuerzas subterráneas que sostienen las estirpes y a los individuos en tiempos crueles". De vez en cuando pasa algún S.S por las páginas fumando un cigarrillo, sin mayor dramatismo.
No se llegó a aclarar si Levi se suicidó o si cayó por un descuido del tercer piso por el hueco de las escalera de su casa. Tres pisos son muy poca altura y los suicidas piensan en esas cosas. En todo caso así de inciertamente murió el hombre que sobrevivió a una de las mayores ruletas rusas de su siglo.
Aquellos hombres dolientes fueron un recuerdo tan descarnado que prefirió no contar otra cosa, se llevo el campo consigo. Quizá su vida de testigo fatídico de aquellas colas mudas de hundidos y salvados acabó siendo un poco como en la analogía de Woody Allen. Así, la muerte es una alambrada.
En cualquier caso su monumento al pueblo hebreo se alza junto con el de Viktor Frankl o con el de Spielberg. Un arte con corona funeral, un lugar común que suele sacar el lado meditabundo de las personas.
'Si esto es un hombre' concluye día a día ("19 de enero" y fechas próximas encabezan los últimos párrafos) con el barrunto de los cañones soviéticos que se acercan. Los aviones deshilachan las nubes de guerra y los pastores alemanes se inquietan. El tiempo descontrolado que sucede a su liberación se narra en la segunda parte, 'La tregua'.
Primo Levi (1919-1987) dedicó su vida a dar testimonio de aquellos territorios parcelados. Con ese algo de escénico que le da tanto foco, esa economía y racionalismo castrense, y ese decorado pobretón y despejado con torretas de fondo.
'Si esto es un hombre', primera estación de su 'Trilogía de Auschwitz' (El Aleph) explora, con el recuerdo aún caliente (es de 1947), aquella encrucijada en blanco y negro de cientos de miles de naufragios personales: húngaros, griegos, italianos, alemanes que forman filas bajo el frío sol polaco. "Sin pelo, sin honor, sin nombre", escribe.
Parece casi que versiona Levi a Manrique cuando habla de los individuos como arroyos que van a parar a las duchas de gas, que serían el mar, o sea, el morir. Una fatalidad tan extrema, semejante emblema de mortandad ha llevado también a los pesimistas a identificar vida y Holocausto. Woody Allen dijo un vez que la existencia es un campo de concentración: "Sabes que hagas lo que hagas no vas a salir de allí vivo".
Levi fue hecho cautivo por judío y sí conservó la vida en su tiempo de alambradas. La primera parada del veinteañero turinés fue el campo de concentración de Fossoli, y después de allí al matadero mayor. Nada más llegar se hicieron grupos según sexo y edad, se habla de Alemania a cuenta de un "amor nacional por las clasificaciones":
"Lo que fue de los demás, de las mujeres, de los niños, de los viejos, no pudimos saberlo ni entonces ni después: la noche se los tragó, pura y simplemente". Aunque Levi no suele emplear demasiadas metáforas así. Su modelo de redacción fueron los informes semanales que hacía en la fábrica donde trabajó a su vuelta. Es un relato inclemente y austero como los de Solzhenitsyn.
Hay retratos desvaídos de compañeros suyos. En un sitio así acabas debiéndole a alguien la vida o el pan. Pero invariablemente la atención se dirige a esa masa descarriada, terrible en sus dimensiones, en su anonimato, en su desconcierto. Entre ellos el autor reconoce a "los salvados y los hundidos". Este es el título de la tercera parte de su tríptico.
"Hoy pienso que sólo por el hecho de haber existido Auschwitz nadie debería hablar en nuestros días de Providencia: pero lo cierto es que, en aquel momento, el recuerdo de los salvamentos bíblicos en las adversidades extremas pasó como un viento por todos los ánimos".
En efecto es una devastación bíblica. También hay mucho de picaresca desesperada, de continuos robos al de al lado, de colas para comer potaje de habas. También del sueño pesado de aquellos hombres desasistidos en barracas multitudinarias:
"Ay de quien sueña: el momento de conciencia que acompaña al despertar es el sufrimiento más agudo. Pero no nos ocurre con frecuencia, y los sueños no son largos: no somos más que bestias cansadas".
Incide mucho Levi en la animalización. Los "kapos" golpean a los hombres vacíos, dolor sin conciencia, sin plegarias ya. "Nos golpean cuando estamos ya bajo la carga, casi amorosamente, acompañando a los golpes con palabra de exhortación y de ánimo, como hacen los carreteros con los buenos caballos". Su primera persona del plural es muy sentida. Dice: "Morimos miles de nosotros".
Sólo testimonio
No hay balances, ni estudio, ni conclusión histórica. Tan sólo testimonio personal (ese "morimos miles de nosotros"), testimonio del misterio de "dejarse guiar por las insospechadas fuerzas subterráneas que sostienen las estirpes y a los individuos en tiempos crueles". De vez en cuando pasa algún S.S por las páginas fumando un cigarrillo, sin mayor dramatismo.
No se llegó a aclarar si Levi se suicidó o si cayó por un descuido del tercer piso por el hueco de las escalera de su casa. Tres pisos son muy poca altura y los suicidas piensan en esas cosas. En todo caso así de inciertamente murió el hombre que sobrevivió a una de las mayores ruletas rusas de su siglo.
Aquellos hombres dolientes fueron un recuerdo tan descarnado que prefirió no contar otra cosa, se llevo el campo consigo. Quizá su vida de testigo fatídico de aquellas colas mudas de hundidos y salvados acabó siendo un poco como en la analogía de Woody Allen. Así, la muerte es una alambrada.
En cualquier caso su monumento al pueblo hebreo se alza junto con el de Viktor Frankl o con el de Spielberg. Un arte con corona funeral, un lugar común que suele sacar el lado meditabundo de las personas.
'Si esto es un hombre' concluye día a día ("19 de enero" y fechas próximas encabezan los últimos párrafos) con el barrunto de los cañones soviéticos que se acercan. Los aviones deshilachan las nubes de guerra y los pastores alemanes se inquietan. El tiempo descontrolado que sucede a su liberación se narra en la segunda parte, 'La tregua'.