KEPA ARBIZU
Lumpen
En la mítica, y casi mística, decisión de tomar partido entre los Beatles o los Rolling Stones siempre ha habido una tercera vía que era quedarse con los irreverentes Kinks. Camper Van Beethoven, grupo formado en los ochenta, decidieron que si a alguno de ellos querían parecerse , era a los hermanos Davies.
Para ello no eligieron un camino lógico ni mucho menos en línea recta. Su estilo era un “totum revolutum” donde entraba el folk, el ska, el rock y una actitud punk a la que además, por si fuera poco, había que sumarle un tono ácido que hacían del experimento algo tremendamente divertido y llamativo. Por esa época el líder de dicho grupo era un tal David Lowery, cantante y representante de la parte más mordaz del conjunto.
Tras aparcar este proyecto, con contadas reapariciones posteriores, formaría Cracker con la ayuda de Johnny Hickman, únicos dos miembros que se mantienen en la actualidad. Desde los 90, momento en que se fragua dicho proyecto, forman una pareja totalmente compensada y de demostrada solvencia.
En su álbum debut, publicado en el 92 y de igual nombre, ya pusieron los primeros cimientos del sonido original que a día de hoy siguen realizando. Se trata de un rock directo, energético que en sus momentos más álgidos llega a emparentarse con el punk, característica que les hizo formar parte del rock alternativo de esa época, pero con un poso de rock tradicional, rock con raíces, que se presenta como elemento clave para sobresalir de la mayoría.
La eclosión en esos años de una escena eminentemente rockera hizo que sus temas más contundentes tuvieran repercusión y cierto éxito, incluso llegaron a coquetear con la radiofórmula y la MTV con “Low”, que aparecía en su segundo trabajo, el soberbio e imprescindible “Keresone hat”, un tratado perfecto de lo que trata de lograr este grupo que no es otra cosa que poner patas arriba el rock tradicional a base de fuerza y energía.
Paulatinamente en sus siguientes grabaciones han ido dándole más presencia al country, llegando incluso a hacer un disco de versiones de dicho género, “Countrysides”. “Greenland”, su anterior trabajo, mantenía esa esencia y añadían al típico cinismo que habitaba en sus letras un poso más profundo.
Tras tres años sin grabar nada, editan “Sunrise in the land of milk and honey”, producido por David Barbe ( detrás de varios trabajos de Drive by truckers) y con la colaboración estelar, introduciendo algunas voces, de gente como Patterson Hood o John Doe. La diferencia esencial con el anterior es que ahora retoman las fuertes guitarras y no dudan de nuevo acercarse a su lado más salvaje, que parecía estar algo olvidado últimamente para el grupo.
No hay mejor ejemplo para explicar lo dicho que escuchar seguidos “Yalla, yalla, let’s go”, “Show me how this thing works” o “We all shine a light” entre otros, temas con un ritmo acelerado que heredan toda la energía del punk angelino de cualquier época desde X (significativa la colaboración en “We all shine a light” del que fuera su cantante, John Doe), o Black Flag, a los modernos Bad Religión.
Pero ya hemos dicho que Cracker no es sólo contundencia y rapidez, sino que son capaces de cambiar el chip y sacar su lado más tradicional, como en “Turn on, tune in, drop out with me” y “Hey Bret (you know what time it is)”, cercanas al estilo de Tom Petty. Más lentas son “Darling one” y sobre todo “Friends”, ésta dentro de un estilo descaradamente country. El disco se cierra con la brillante “Sunrise in the land of milk and honey”, que es un compendio perfecto de todo lo que significa este grupo, guitarras y fuerza pero todo con un regusto a rock clásico. Y viendo el resultado final, lo saben hacer a las mil maravillas.
Para ello no eligieron un camino lógico ni mucho menos en línea recta. Su estilo era un “totum revolutum” donde entraba el folk, el ska, el rock y una actitud punk a la que además, por si fuera poco, había que sumarle un tono ácido que hacían del experimento algo tremendamente divertido y llamativo. Por esa época el líder de dicho grupo era un tal David Lowery, cantante y representante de la parte más mordaz del conjunto.
Tras aparcar este proyecto, con contadas reapariciones posteriores, formaría Cracker con la ayuda de Johnny Hickman, únicos dos miembros que se mantienen en la actualidad. Desde los 90, momento en que se fragua dicho proyecto, forman una pareja totalmente compensada y de demostrada solvencia.
En su álbum debut, publicado en el 92 y de igual nombre, ya pusieron los primeros cimientos del sonido original que a día de hoy siguen realizando. Se trata de un rock directo, energético que en sus momentos más álgidos llega a emparentarse con el punk, característica que les hizo formar parte del rock alternativo de esa época, pero con un poso de rock tradicional, rock con raíces, que se presenta como elemento clave para sobresalir de la mayoría.
La eclosión en esos años de una escena eminentemente rockera hizo que sus temas más contundentes tuvieran repercusión y cierto éxito, incluso llegaron a coquetear con la radiofórmula y la MTV con “Low”, que aparecía en su segundo trabajo, el soberbio e imprescindible “Keresone hat”, un tratado perfecto de lo que trata de lograr este grupo que no es otra cosa que poner patas arriba el rock tradicional a base de fuerza y energía.
Paulatinamente en sus siguientes grabaciones han ido dándole más presencia al country, llegando incluso a hacer un disco de versiones de dicho género, “Countrysides”. “Greenland”, su anterior trabajo, mantenía esa esencia y añadían al típico cinismo que habitaba en sus letras un poso más profundo.
Tras tres años sin grabar nada, editan “Sunrise in the land of milk and honey”, producido por David Barbe ( detrás de varios trabajos de Drive by truckers) y con la colaboración estelar, introduciendo algunas voces, de gente como Patterson Hood o John Doe. La diferencia esencial con el anterior es que ahora retoman las fuertes guitarras y no dudan de nuevo acercarse a su lado más salvaje, que parecía estar algo olvidado últimamente para el grupo.
No hay mejor ejemplo para explicar lo dicho que escuchar seguidos “Yalla, yalla, let’s go”, “Show me how this thing works” o “We all shine a light” entre otros, temas con un ritmo acelerado que heredan toda la energía del punk angelino de cualquier época desde X (significativa la colaboración en “We all shine a light” del que fuera su cantante, John Doe), o Black Flag, a los modernos Bad Religión.
Pero ya hemos dicho que Cracker no es sólo contundencia y rapidez, sino que son capaces de cambiar el chip y sacar su lado más tradicional, como en “Turn on, tune in, drop out with me” y “Hey Bret (you know what time it is)”, cercanas al estilo de Tom Petty. Más lentas son “Darling one” y sobre todo “Friends”, ésta dentro de un estilo descaradamente country. El disco se cierra con la brillante “Sunrise in the land of milk and honey”, que es un compendio perfecto de todo lo que significa este grupo, guitarras y fuerza pero todo con un regusto a rock clásico. Y viendo el resultado final, lo saben hacer a las mil maravillas.