El director de Pesadilla antes de Navidad y mago del “stop motion”( técnica artesana de animación fotograma a fotograma con marionetas) estrena hoy la alegoría Los mundos de Coraline
JUAN SARDÁ
El Mundo
Dice Henry Selick que lo único que le fastidia de que todo el mundo piense que el director de Pesadilla antes de Navidad fuera Tim Burton y no él es que cuando sus hijos cuentan en el colegio que su padre es el hombre que está detrás de ese título tan popular nadie se lo cree. Eso sí, después añade, con cierto resquemor, que “nosotros pasamos dos años y medio encerrados haciendo esa película mientras él se dedicaba a rodar blockbusters para Hollywood”. Sea como fuere, Pesadilla antes de Navidad (1993) es hoy considerada por unanimidad como un clásico del cine y su director no es otro que Selick aunque fuera Burton quien inventara la historia y su impronta sea evidente.
Ese título consolidó a Selick como el mago absoluto de la animación “stop motion”, una laboriosa técnica que trabaja con muñecos articulados cuyos movimientos se registran fotograma a fotograma para simular su movimiento. Después de esa Pesadilla..., Selick reincidió con James y el melocotón gigante, basada en una novela de Roald Dahl (1996) y ahora regresa al largometraje con Los mundos de Coraline, impactante adaptación de una novela gráfica de Neil Gaiman (The Sandman). Como es marca de la casa, el filme cuenta una historia aparentemente infantil (que surge de la imaginación de una niña agobiada por la dejadez de sus padres y una vida solitaria en una nueva ciudad) para lanzar un dardo envenenado contra los valores convencionales y la impostura de la felicidad por decreto. Para Selick, como para tantos artistas, la belleza está en los márgenes: “Intentan convencernos de que tenemos que ser felices como si estuviéramos obligados, se considera la tristeza de fracasados. No se trata de hacer una apología de la miseria sino de decir la verdad, la felicidad surge de un esfuerzo constante y no es duradera. A todo el mundo le gusta un viaje a Disneyland, pero nadie querría realmente quedarse a vivir allí”.
Ese mundo artificioso de falsas sonrisas y esperanzas que siempre se materializan pertenece, según Selick, a la publicidad, y surge exclusivamente de “la voluntad de vender. Vivimos en una sociedad que nos convierte en consumidores y pretende que compremos compulsivamente cosas que no necesitamos”. De esta manera, esos “mundos de Coraline” son en realidad dos. Por una parte, la mediocre pero “real” vida rutinaria de la protagonista y, por la otra, un mundo paralelo de padres perpetuamente solícitos y alegrías sin fin que de hecho es mucho más terrorífico. En este sentido, la poderosa metáfora que plantea la película recuerda de forma natural a Un mundo feliz de Huxley o 1984 de Orwell, referentes confesos de Selick.
Artesanía manual
Los mundos de Coraline ha sido un gran éxito de crítica y taquilla en Estados Unidos y eso que esta vez el mundo de fantasía creado por Selick es más siniestro y terrorífico que nunca: “Pueden verla los niños pero a partir de los 7 y 8 años, antes no creo que sea recomendable. Siempre me he inspirado en los hermanos Grimm, ellos explicaban cuentos infantiles con una gran carga de profundidad dentro”. Sin duda, lo más vistoso son las espectaculares coreografías y singulares imágenes que proporciona la pantalla. “La animación stop motion tiene más de cien años. Es quizá el último trabajo cien por cien artesano que queda en el cine. Algunos informáticos intentaron convencerme de que con los efectos digitales nos podríamos ahorrar mucho trabajo manual y es cierto que el resultado es espectacular, quizá nadie notaría la diferencia”. Eso sí, alguna novedad ha habido, como mandan los tiempos la película se estrena también en versión 3D.
Ese título consolidó a Selick como el mago absoluto de la animación “stop motion”, una laboriosa técnica que trabaja con muñecos articulados cuyos movimientos se registran fotograma a fotograma para simular su movimiento. Después de esa Pesadilla..., Selick reincidió con James y el melocotón gigante, basada en una novela de Roald Dahl (1996) y ahora regresa al largometraje con Los mundos de Coraline, impactante adaptación de una novela gráfica de Neil Gaiman (The Sandman). Como es marca de la casa, el filme cuenta una historia aparentemente infantil (que surge de la imaginación de una niña agobiada por la dejadez de sus padres y una vida solitaria en una nueva ciudad) para lanzar un dardo envenenado contra los valores convencionales y la impostura de la felicidad por decreto. Para Selick, como para tantos artistas, la belleza está en los márgenes: “Intentan convencernos de que tenemos que ser felices como si estuviéramos obligados, se considera la tristeza de fracasados. No se trata de hacer una apología de la miseria sino de decir la verdad, la felicidad surge de un esfuerzo constante y no es duradera. A todo el mundo le gusta un viaje a Disneyland, pero nadie querría realmente quedarse a vivir allí”.
Ese mundo artificioso de falsas sonrisas y esperanzas que siempre se materializan pertenece, según Selick, a la publicidad, y surge exclusivamente de “la voluntad de vender. Vivimos en una sociedad que nos convierte en consumidores y pretende que compremos compulsivamente cosas que no necesitamos”. De esta manera, esos “mundos de Coraline” son en realidad dos. Por una parte, la mediocre pero “real” vida rutinaria de la protagonista y, por la otra, un mundo paralelo de padres perpetuamente solícitos y alegrías sin fin que de hecho es mucho más terrorífico. En este sentido, la poderosa metáfora que plantea la película recuerda de forma natural a Un mundo feliz de Huxley o 1984 de Orwell, referentes confesos de Selick.
Artesanía manual
Los mundos de Coraline ha sido un gran éxito de crítica y taquilla en Estados Unidos y eso que esta vez el mundo de fantasía creado por Selick es más siniestro y terrorífico que nunca: “Pueden verla los niños pero a partir de los 7 y 8 años, antes no creo que sea recomendable. Siempre me he inspirado en los hermanos Grimm, ellos explicaban cuentos infantiles con una gran carga de profundidad dentro”. Sin duda, lo más vistoso son las espectaculares coreografías y singulares imágenes que proporciona la pantalla. “La animación stop motion tiene más de cien años. Es quizá el último trabajo cien por cien artesano que queda en el cine. Algunos informáticos intentaron convencerme de que con los efectos digitales nos podríamos ahorrar mucho trabajo manual y es cierto que el resultado es espectacular, quizá nadie notaría la diferencia”. Eso sí, alguna novedad ha habido, como mandan los tiempos la película se estrena también en versión 3D.