La reciente aparición de “Perseguido por los demonios. Vida de Malcom Lowry” –la apasionante biografía escrita por Gordon Bowker, publicada por Fondo de Cultura Económica– echa luz sobre la relación entre la vida y la obra del autor de “Bajo el volcán”. La atracción por México, el alcoholismo, la pérdida de sus manuscritos, su tránsito por las pensiones, las cantinas y los sanatorios, todo concurre para convertir su nombre en la encarnación del mito del escritor maldito. Pero más allá de los estereotipos se esconde uno de los grandes prositas ingleses del siglo XX
FERNANDO MOLLE
Diario perfil
Cuando leemos la biografía de un escritor, es bastante frecuente que surja la dificultad para deslindar la vida de la obra, la persona del personaje. Es el caso de Malcolm Lowry. No solamente porque sus textos son eminentemente autobiográficos, sino porque, en testimonios y cartas él mismo se encargó de reescribir su pasado para hacerlo coincidir con la leyenda que quiso (y logró) hacer de su vida.
Gordon Bowker, también biógrafo de Orwell y Durrell, aborda su biografía de Lowry con clara conciencia de este punto. Su monumental Perseguido por los demonios. Vida de Malcolm Lowry persigue a esa figura trágica y un poco inasible de la literatura inglesa. De entrada, Bowker define a Lowry como “el inventor de la ficción más compleja y terminante de la época moderna, y su vida, en ocasiones, parece el invento ficticio más complejo y terminante de todos”. Bowker exagera bastante en la primera cláusula, pero acierta en la segunda (amén de que es discutible usar dos veces el adjetivo “terminante” para quien sólo pudo terminar dos libros). Lowry fue el autor de un solo libro imperecedero, Bajo el volcán, en donde estallan los grandes temas de su obra: el artista como exiliado permanente, la autoinmolación como vía de conocimiento. También fue un inspirado aunque desmañado poeta, y un compulsivo y genial escritor de cartas.
Nació hace casi un siglo, en julio de 1909, y se las arregló para vivir hasta los 48 años. Provenía de una rica familia de Liverpool. Ya desde adolescente manifestó una poderosa inteligencia y una inquebrantable voluntad de no adaptarse al modo de vida que se esperaba de él. También comienza una vida calculadamente aventurera, que aprovechaba como materia prima para su escritura. En esos años juveniles arrancan su alcoholismo y su sifilofobia. Sus estudios universitarios fueron desaprensivos, una excusa para ser mantenido. En 1927, a los 17 años, se alistó como ayudante de cubierta del vapor Pyrrhus, en viaje al Lejano Oriente. El viaje resultó decepcionante, pero la experiencia fue a parar, transfigurada, a Ultramarina, su primera novela, que publicaría recién en 1933.
El libro no causó entusiasmo, una de las razones por las que Lowry decidió dejar para siempre Inglaterra. Luego de una breve estadía en Londres, en donde brindó hasta el vómito con el gran Dylan Thomas, Lowry se casó en 1934 con una joven aristócrata norteamericana, Jan Gabrial. Poco después se mudaron a Estados Unidos, en donde Lowry intentó escribir para el cine. Finalmente terminaron en Cuernavaca, cerca de Mexico D.F. Meses después se separarían debido al alcoholismo elefantiásico de Lowry, que casi es deportado de México.
La experiencia mexicana fue la leña de Bajo el volcán, publicada en 1947. Como toda su obra en prosa, fue escrita en sucesivas versiones, sin un plan previo (o con miles de planes previos), y está cargada de un abigarrado simbolismo, a partir de una historia de superficie aparentemente anodina: el último día en la vida de un cónsul borracho en México. Lowry definió así a su novela: “Es música ardiente, un poema, una canción, una tragedia, una comedia, una farsa. Es superficial, profunda, entretenida y aburrida. Es una profecía, una advertencia política, un criptograma, una película absurda y un escrito en la pared”. Bajo el volcán fue considerada rápidamente como una de las más grandes novelas contemporáneas. Incluso se vendió muy bien, lo que le trajo un inesperado e incómodo éxito a quien hacía años que no esperaba nada de nadie.
Su última década la pasó junto a su segunda esposa, Margerie Bonner, aislados en una cabaña en la costa de la Columbia Británica, en el oeste de Canadá. Allí intentó terminar las dos novelas que aparecieron póstumamente, Lunar Caustic y Oscuro como la tumba donde yace mi amigo. Las consideraba, junto a Bajo el volcán, a sus cuentos y a sus poemas, como parte de un de un mismo ciclo, El viaje que nunca termina. A partir de 1954, ya famoso, emprende otra etapa nómade, que culminó con su oscura muerte en 1957 en Inglaterra –una mezcla de sobredosis de pastillas y suicidio. Había vuelto a su país intentado curarse de su alcoholismo con un método pavloviano. Fracasó.
Bowker, a lo largo de casi 700 páginas, avanza siempre con hipótesis personales sobre las motivaciones de Lowry. Para ello se apoya más en la reveladora correspondencia del novelista que en sus ficciones. Un poco más justificadamente, hace el camino inverso: leer la obra a partir de la información biográfica. Bien calibrados y contextuados –toda biografía es también un fresco de época-, los datos acumulados no oscurecen al personaje sino que lo van delineando.
Hay tópicos, como el del escritor alcohólico, que cambian en una biografía que registra el día a día de la “vida física”. Si leemos en una contratapa que Fulano fue un alcohólico, inmediatamente surge el prestigio romántico del maldito, del inadaptado (y Lowry lo fue en un sentido profundo). Pero si leemos, como aquí, sobre cada jornada del borracho, cada internación, cada desaparición por varios días, cada desmayo en la zanja, cada ingestión del frasco de colonia, etc, nuestra perspectiva cambia. Parafraseando a Vallejo, tomamos conciencia de la cantidad de sed que se necesita para ser alcohólico. Como le confió al psiquiatra que lo atendía en sus últimos días: “la mitad de lo que tengo que decir es insoportable; el resto es inexplicable”.
Gordon Bowker, también biógrafo de Orwell y Durrell, aborda su biografía de Lowry con clara conciencia de este punto. Su monumental Perseguido por los demonios. Vida de Malcolm Lowry persigue a esa figura trágica y un poco inasible de la literatura inglesa. De entrada, Bowker define a Lowry como “el inventor de la ficción más compleja y terminante de la época moderna, y su vida, en ocasiones, parece el invento ficticio más complejo y terminante de todos”. Bowker exagera bastante en la primera cláusula, pero acierta en la segunda (amén de que es discutible usar dos veces el adjetivo “terminante” para quien sólo pudo terminar dos libros). Lowry fue el autor de un solo libro imperecedero, Bajo el volcán, en donde estallan los grandes temas de su obra: el artista como exiliado permanente, la autoinmolación como vía de conocimiento. También fue un inspirado aunque desmañado poeta, y un compulsivo y genial escritor de cartas.
Nació hace casi un siglo, en julio de 1909, y se las arregló para vivir hasta los 48 años. Provenía de una rica familia de Liverpool. Ya desde adolescente manifestó una poderosa inteligencia y una inquebrantable voluntad de no adaptarse al modo de vida que se esperaba de él. También comienza una vida calculadamente aventurera, que aprovechaba como materia prima para su escritura. En esos años juveniles arrancan su alcoholismo y su sifilofobia. Sus estudios universitarios fueron desaprensivos, una excusa para ser mantenido. En 1927, a los 17 años, se alistó como ayudante de cubierta del vapor Pyrrhus, en viaje al Lejano Oriente. El viaje resultó decepcionante, pero la experiencia fue a parar, transfigurada, a Ultramarina, su primera novela, que publicaría recién en 1933.
El libro no causó entusiasmo, una de las razones por las que Lowry decidió dejar para siempre Inglaterra. Luego de una breve estadía en Londres, en donde brindó hasta el vómito con el gran Dylan Thomas, Lowry se casó en 1934 con una joven aristócrata norteamericana, Jan Gabrial. Poco después se mudaron a Estados Unidos, en donde Lowry intentó escribir para el cine. Finalmente terminaron en Cuernavaca, cerca de Mexico D.F. Meses después se separarían debido al alcoholismo elefantiásico de Lowry, que casi es deportado de México.
La experiencia mexicana fue la leña de Bajo el volcán, publicada en 1947. Como toda su obra en prosa, fue escrita en sucesivas versiones, sin un plan previo (o con miles de planes previos), y está cargada de un abigarrado simbolismo, a partir de una historia de superficie aparentemente anodina: el último día en la vida de un cónsul borracho en México. Lowry definió así a su novela: “Es música ardiente, un poema, una canción, una tragedia, una comedia, una farsa. Es superficial, profunda, entretenida y aburrida. Es una profecía, una advertencia política, un criptograma, una película absurda y un escrito en la pared”. Bajo el volcán fue considerada rápidamente como una de las más grandes novelas contemporáneas. Incluso se vendió muy bien, lo que le trajo un inesperado e incómodo éxito a quien hacía años que no esperaba nada de nadie.
Su última década la pasó junto a su segunda esposa, Margerie Bonner, aislados en una cabaña en la costa de la Columbia Británica, en el oeste de Canadá. Allí intentó terminar las dos novelas que aparecieron póstumamente, Lunar Caustic y Oscuro como la tumba donde yace mi amigo. Las consideraba, junto a Bajo el volcán, a sus cuentos y a sus poemas, como parte de un de un mismo ciclo, El viaje que nunca termina. A partir de 1954, ya famoso, emprende otra etapa nómade, que culminó con su oscura muerte en 1957 en Inglaterra –una mezcla de sobredosis de pastillas y suicidio. Había vuelto a su país intentado curarse de su alcoholismo con un método pavloviano. Fracasó.
Bowker, a lo largo de casi 700 páginas, avanza siempre con hipótesis personales sobre las motivaciones de Lowry. Para ello se apoya más en la reveladora correspondencia del novelista que en sus ficciones. Un poco más justificadamente, hace el camino inverso: leer la obra a partir de la información biográfica. Bien calibrados y contextuados –toda biografía es también un fresco de época-, los datos acumulados no oscurecen al personaje sino que lo van delineando.
Hay tópicos, como el del escritor alcohólico, que cambian en una biografía que registra el día a día de la “vida física”. Si leemos en una contratapa que Fulano fue un alcohólico, inmediatamente surge el prestigio romántico del maldito, del inadaptado (y Lowry lo fue en un sentido profundo). Pero si leemos, como aquí, sobre cada jornada del borracho, cada internación, cada desaparición por varios días, cada desmayo en la zanja, cada ingestión del frasco de colonia, etc, nuestra perspectiva cambia. Parafraseando a Vallejo, tomamos conciencia de la cantidad de sed que se necesita para ser alcohólico. Como le confió al psiquiatra que lo atendía en sus últimos días: “la mitad de lo que tengo que decir es insoportable; el resto es inexplicable”.