El monumento de Tolstói

Debolsillo reedita el clásico 'Guerra y paz'


ÁLVARO CORTINA
El Mundo




Contaba Hemingway que 'El rojo emblema del valor', de Crane retrataba la guerra pero en cartón piedra al lado de Tolstói con 'Guerra y paz' (Debolsillo). El conde Tolstói (1828-1810) ya se había curtido en Crimea, frente a los turcos y conocía el desbarajuste operativo de aquellas coreografías de polvorín. Así, su novelón, aunque histórico, esconde mucha biografía, memoria en vilo.

Entre 1805 y 1812 sitúa el ruso sus ficciones, entre dos sangrías, Austerlitz y Borodinó, la batalla del río Moscova. Las descargas de la fusilería, los embates entre los dragones de la 'Grande Armée' y los húsares de Alejandro I, el desorden y la táctica, alcanzan monumentalidad. Porque cualquiera que quiera pasar de las 1.000 páginas busca eso, monumento, más cerca de una pirámide que de una novela.

Se suele emplear la palabra de "fresco histórico" ante estas magnitudes, ante semejantes pretensiones de volumen. Pero en el fondo queda siempre aquello de lo monumental, lo dejaron muy claro los de Gomaespuma hablando sobre las murallas de Jericó. 'Guerra y paz' es monumental aunque las ediciones de bolsillo quieran disimularlo. Lanzada con fuerza, 'Guerra y paz' puede hacer bastante daño. En cualquier edición.

En la guerra está la normativa viril del regimiento. En la paz está la intriga de las bodas como asunto directivo. Hay que buscar marido y en los salones de té, junto al samovar, los príncipes y las condesas de Tolstói, en San Petersburgo o en Moscú, hacen su ajedrez de casorios y braguetazos. Mientras tanto, el corso juega también al ajedrez pero sobre Europa.

El Napoleón que idolatraban Raskolnikov o Fabrizio del Dongo aparece muy puntualmente. Se le imagina con la gravedad de los cuadros de Delaroche cuando Tolstói le describe entre sus edecanes. Los personajes de esta coral (y monumental) peripecia son la familia Rostov, los Kuraguin y demás nobles y cortesanos. Pero en particular Pierre Bezújov y Andréi Bolkonski acaparan la centralidad.

Ambos son atacados por la vida, y en esos años se asiste a su crecimiento espiritual. Bezújov se hace místico y masón, y Andréi patina en el nihilismo. Muchas cosas que se le atribuyen a su pensamiento se vierten también en 'Confesión'. Este librito (no monumental) expone las inquietudes del Tolstói recién entrado en la madurez.

"¿Para qué vivir? ¿Para qué todo esto?", se preguntaron Tolstói y su criatura, el príncipe Andréi. En Austerlitz, el segundo tiene una revelación, cuando, tendido en el suelo donde cientos de miles de personas se habían desangrado, miró al cielo, y lo vio alto e infinito.

Después de la paz de Tilsitt, representada en aquel encuentro entre el zar y el emperador sobre las aguas del Niemen, el conflicto dio paso a la bonanza. Los aristócratas del viejo régimen volvían a sus tierras y a sus mujiks, y a sus penas. Pero aquel ejército revolucionario, volvería de nuevo contra Moscú.

La frontera con Asia quedó mojada por el resplandor de la lumbre y el saqueo. Viena o Berlín cedieron las llaves de la ciudad, Moscú quedó vacío y con los locos de los psiquiátricos sueltos. Rusia y España eran dos países de convento que supieron darle quebradero a Bonaparte. Aunque en la corte rusa hablan de él, despectivamente, como "Buonaparte" (su apellido original, sin el postizo afrancesado).

Es una novela con muchos extras. Grandes movilizaciones de rusos movían sus carros, huyendo de aquel ejército francés integrado por una docena de pueblos de todo Occidente. Y por otro lado, las líneas dramáticas son múltiples.

Hay duelos y promesas incumplidas, el viejo (ya exótico) tema del honor, amor, desamor y muchos monóculos. Y hay unos crápulas (Dólojov, Anatoli) que enredan mucho el panorama. En una ocasión se les ocurre atar a un policía y a un oso con una cuerda y tirarlos al río. También hay muerte, en las isbas, hospitales de campaña, o en la paz callada de las haciendas. El número de personajes desborda con mucho la memoria.

Historia: enigma insondable

Se repite como un estribillo la idea de la historia como algo insondable, de insondables causas. Según Tolstói hay que olvidar al héroe y al rey y centrarse en los elementos infinitamente pequeños que guían y componen la masa.

Según él, los historiadores piensan la historia como si respondiese al plan de voluntades geniales, puntuales, cuando todo son oleadas que superan con mucho la libertad de los visionarios. La historia misma ejerce y sojuzga, la historia es el cuadillo verdadero, y todo hombre es al final más pasivo que activo.

Nada importa que Bonaparte tuviera resfriado el día de la batalla de Borodinó. El repliegue de los rusos sucedió sin previo aviso y no respondió más que a mil y una coincidencias, y desde luego el emperador no calibró las consecuencias. Ni Kutúzov, ni Napoleón, ni nadie calibró nada. La vida, parece decir, no es más que una cascada, y colosos y pequeños terminan siendo seres peregrinos, empujados al tránsito.

Lo demás es "vanidad de vanidades", que decía el Eclesiastés, libro de referencia del barbado escritor de 'Confesión'. Y 'Guerra y paz', que ahora sirven en edición de bolsillo, pero que en realidad cabrá en pocos bolsillos, porque los monumentos se llevan, cuando menos, en carretilla.