James Ellroy recorre en seis relatos los bajos fondos de Los Ángeles de la década de los 50

Criminales, policías corruptos, detectives, starlettes y productores de medio pelo son la fauna que habita en la gran alcantarilla que son Los Ángeles de los años 50 y que James Ellroy ya visitó en L. A. Confidential o La Dalia Negra. Ahora, en los cuentos de Noches de Hollywood, vuelve a mostrar ese universo negro como si de un documental se tratara y sin añadir ni una gota de perfume


SERGI SÁNCHEZ
El periódico de Catalunya



Atrévanse y llamen a este número: 702-732-4634. Pongan los prefijos que mandan las páginas amarillas: vive en Estados Unidos, estado de Las Vegas. Si temen a los contestadores automáticos, tecleen esta web: www.dickcontino.com. Verán a un hombre con pinta de crooner o mafioso, o las dos cosas a la vez, con canas y pelo en pecho, 78 inviernos sobre los párpados y una sonrisa nevada pero con telón de fondo, porque detrás del blanco se huelen los camerinos raídos. Su próxima actuación es el 16 de julio, en Milwaukee, por si quieren reservarse la fecha. James Ellroy (Los Ángeles, California, 1948) no necesita ir porque lo sabe todo de Dick Contino. «La verdad es que, en un momento dado, cualquier cosa es posible», exclama el acordeonista en El blues de Dick Contino, el relato más largo de los que se recogen en el volumen Noches de Hollywood y sobre el que parecen gravitar los cinco restantes. Probablemente tenga razón.

Lo primero que sorprende de Dick Contino es su existencia real, su fotografía, su verdad: se parece tanto a un personaje típicamente ellroyano que sorprende que sea inventado, lo que demuestra que la literatura del autor de Clandestino (1982) es prácticamente neorrealista.

LÁUDANO EN EL WHISKY

Los Ángeles, el mismo periodo negro (los años 50: anticomunistas, anfetamínicos, locos de desatar) en el que la madre de Ellroy murió asesinada, la misma tragedia como un ojo de huracán devorándolo todo, el crimen de la Dalia Negra en una nebulosa. Contino es un guaperas que ha caído en desgracia y que quiere montar un falso secuestro para escapar de la mala suerte, y Ellroy lo coloca en medio de un mundo de policías corruptos, productores de medio pelo, starlettes a jornada intensiva y asesinos en serie, plasmados desde su acostumbrada economía narrativa, alérgico a las subordinadas, cada folio como un muro desdentado por los disparos, consignas y puntos y aparte, un poco de láudano en el whisky, Ellroy nadando mariposa con las palabras, engulléndolas y regurgitándolas, haciendo palidecer al fascista Mike Hammer, haciendo enmudecer a la literatura hard boiled de Mickey Spillane.

Noches de Hollywood es como un documental sobre los bajos fondos de una ciudad que parece una gran alcantarilla. Los seis relatos son el mismo con distintos disfraces y todos comparten algunos personajes, que se repiten en bucle como esas retroproyecciones que amenizaban los viajes en coche del cine de los años 40.

Sabemos, en Negrolandia rica, que la gente de color compró mansiones con el dinero que sacaban de la heroína que vendían a sus colegas de raza en los barrios pobres. Sabemos que, en Desde la ausencia, Howard Hugues se cabreó con su hombre de confianza por no haber evitado que detuvieran a Robert Mitchum por posesión de marihuana. Sabemos, en La prisión del amor, que un investigador privado puede meterse en líos con un bandido japonés por recuperar el amor de una mujer.

LOS SUPERANTIHÉROES

Los relatos del autor de La Dalia Negra (1987) y L.A. Confidential (1990) se empapan de documentación pero no se olvidan del romanticismo: los superantihéroes de Noches de Hollywood tienen siempre un gesto de fidelidad o una palabra de autocastigo que les redime de ser unos malditos bastardos. Es pura sinceridad: en este libro se acumula toda la mierda de la cloaca de Los Ángeles, y a Ellroy no le gusta perfumarla con agua de rosas.