Concierto de Manu Chao (Mataró, 4 de julio de 2009)




AIDA M. PEREDA
Lumpen


El concierto de Manu Chao anoche en Mataró fue uno de esos que te dejan con ganas de continuar gritando y saltando hasta la madrugada, hasta que la garganta quiebre y los pies no respondan. Y es que el ex líder de Mano Negra consiguió hacer disfrutar a un público que, si bien es cierto que en su mayoría ya venían entregados a la causa, no era la primera vez que le pedían un bis, y ya se sabe que las estrictas reglas de un festival, que ponen punto y final en el momento más caldeado, no son buen aliciente. Sin embargo, era difícil no verse tentado por ver el que era el único directo confirmado en España cuando se daba a conocer el cartel. El resultado así lo confirmaba, un Cruïlla de Cultures con entradas agotadas.

Para quien escribe, era la primera vez que lo veía subido a un escenario, y su presencia, pequeña pero extrañamente magnética, me sorprendió. Acompañado de sus viejos amigos, Radio Bemba, el francoespañol engrasó sus populares melodías en un espectáculo de fuerte impacto emocional, que jugaba con efectivos cambios de ritmo, idóneos para dar un respiro entre tanta algarabía. Con el torso desnudo y el uniforme de San Fermín, Manu Chao se entregó de lleno a un público temeroso por verlo marchar, pues a partir de la hora y media ya venía despidiéndose. Su versión de la ranchera Volver, volver o el éxtasis que siguió al memorándum de Mala vida así lo pronosticaban, pero Chao se explayó casi una hora más, en la que no faltaron indispensables como Clandestino y Desaparecido o una adaptación sin programaciones del Politik kills incluido en su último disco, 'La Radiolina' (2007).

El que fuera integrante de los míticos Mano Negra destinó su primera proclama a todos aquellos que cruzan el Estrecho y a sus familias. Más tarde también pidió libertad para los presos del mundo, pero su insignia más contundente fue la que ya se ha convertido en lema de sus seguidores: “Pase lo que pase, sea lo que sea, próxima estación: Esperanza”. Un himno simple, de calado positivo, pero verosímil por la complejidad de su creíble fusión, que ya ha conseguido idéntica fama que el arte de Maradona, a quien dedicó su admiración con La vida tómbola. También hizo un guiño a su amigo Tonino Carotone, entonando unos versos de su Mondo difficile, y la noche de camaradas se puso punto y final con Fermín Muguruza, que enriqueció la personal torre de Babel de Manu Chao subiendo a cantar dos clásicos de la noche vasca, FM 99.00 Dub manifest y Sarri, sarri.

Al terminar, me dio la sensación de que Manu Chao es capaz de convertir un concierto de masas en algo íntimo y con trasfondo. La dureza de los golpes que se daba con el micro en el corazón me hizo pensar en su capacidad, por unos momentos, para hacernos olvidar el ruido de las bombas que tan presente tiene en su cabeza.