«Paranoid Park» Kurt Wallander y la novela negra

Llega con retraso el penúltimo largometraje de Gus Van Sant, realizado antes que el oscarizado «Mi nombre es Harvey Milk», por pertenecer a su lado independiente y experimental. Es una cinta que sigue la estela de su obra maestra «Elephant», con una nueva mirada sobre los conflictos existenciales juveniles, la violencia y la homosexualidad latente


MIKEL INTXAUSTI
Gara




Según va pasando el tiempo la carrera de Gus Van Sant se va centrando temáticamente en la homosexualidad y la adolescencia, aunque no llegue a estar tan claro como en el caso de Larry Clark y otros cineastas todavía más volcados en la dinámica generacional de las relaciones entre chicos. Este mismo mes cumplirá 57 años, sin que haya decrecido su interés por los jóvenes, que ya estaba presente en sus inicios cinematográficos a mediados de los 80. Recientemente se ha editado en DVD su ópera prima «Mala noche», que coincide bastante con lo que sigue haciendo hoy en día, salvo porque su estilo se ha vuelto mucho más complejo y experimental.

También han cambiado sus métodos para conseguir información, al tener que moverse en los foros de internet para saber cómo piensa esa juventud a la que desea retratar. A través del muy visitado sitio MySpace, dio con el protagonista de «Paranoid Park», un debutante ante las cámara que le atrajo simplemente por su rostro renacentista. Gus Van Sant va ganando en riesgo y afán realista, ya que antes solía trabajar con actores que despuntaban, y así tuvo a Matt Dillon en «Drugstore Cowboy», a River Phoenix en «Mi Idaho privado», a Matt Damon en «El indomable Will Hunting» o a Casey Affleck en «Gerry». Todo esto cambió a raíz de «Elephant», donde el anonimato se convirtió en marca de autor, de acuerdo con la investigación del lenguaje acometida en dicho título rupturista. La idea consiste en que los actores no profesionales reaccionan de forma más espontánea ante una situación dada, mientras que los que poseen una técnica interpretativa utilizan la máscara que surge de su formación dramática.

Intérpretes

Todo esto que estamos diciendo es rigurosamente cierto, pero también lo es que Sean Penn ha ganado un Óscar bajo las órdenes de Gus Van Sant en «Mi nombre es Harvey Milk», empleando un método de suplantación que contradice lo que el cineasta busca en sus realizaciones independientes. Se supone que cuando trabaja dentro de la industria de Hollywood cambian los medios, y que ya es un logro colarle al sistema un discurso a favor de la homosexualidad, basado en la figura de un pionero de las reivindicaciones políticas y sociales de la comunidad gay, la primera figura pública relevante del movimiento por su normalización.

Aunque un actor hetero encarne a todo un icono gay, en el fondo permanecen las constantes temáticas de su obra antes referidas porque, al igual que la estrella de esta oscarizada película juega un papel referencial, en la también premiada con dos estatuillas doradas «El indomable Will Hunting» Gus Van Sant hablaba sobre los conflictos juveniles en la etapa estudiantil, partiendo de un elemento que destacaba por su condición de alumno superdotado, expuesto al debate interno de la búsqueda de la normalidad para poderse relacionar con la gente de su edad. Y ya se veía venir que Matt Damon estaba llamado a convertirse en el más famoso de los actores de su promoción, por más que se empeñara en mostrar al mundo su imagen de chico corriente.

La crítica había señalado que la presente década estaba marcada para Gus Van Sant por su trilogía sobre la muerte con las películas «Gerry», «Elephant» y «Last Days». Con el estreno de «Paranoid Park» surgen ahora las dudas, porque ya se empieza a hablar de una tetralogía, que extiende la mirada hacia el pulso generacional entre la vida extrema y la violencia mortal. No cabe duda de que el cuarto título está directamente relacionado con los otros tres, y en lo estilístico sobre todo con «Elephant». Parece ser que el visionado de la película de 1994 «Sátántangó» fue impactante para el cineasta norteamericano, que descubrió en la narrativa fracturada del húngaro Béla Tarr un camino a seguir. Es desde entonces que se siente atraído por la deconstrucción de los argumentos convencionales mediante una estructura no lineal y capaz de dinamitar el orden cronológico del relato de los hechos. De esta forma, las partes pasan a ser más importantes que el todo, y cada secuencia adquiere por separado una significación propia. El poder visual de las imágenes y la perspectiva empleada para captarlas gana sobre la el concepto de continuidad, ya que no se busca la fluidez o desarrollo argumental por medio del montaje, sino una exposición de momentos importantes que son como cuadros dignos de ser contemplados por si mismos, con lo que el cine vuelve a su esencia fotográfico-pictórica.

Sobre ruedas

Gus Van Sant encuentra en las imágenes del skateboard una plasticidad diferente a la que persiguen los documentales sobre deportes de riesgo, ya que las filigranas que los chicos ejecutan sobre sus tablas reflejan la búsqueda de un equilibrio imposible que llega a desafiar las leyes de la gravedad. Los mismos skaters que participan en la película portaron pequeñas cámaras de Súper 8 con las que filmaron sus temerarios movimientos sobre el asfalto de manera subjetiva, material que luego fue supervisado por el director de fotografía Rain Kathy Li. Hoy en día el uso del monopatín está masificado y ha perdido las connotaciones de rebeldía generacional que podía tener en los 80, más aun considerando el empleo que se ha hecho de este vehículo de tracción humana en las comedias juveniles comerciales, o en los thrillers de acción con persecuciones a tiro limpio.

La labor del director de «Paranoid Park», ha consistido en sacar al monopatín de ese contexto contaminado, para devolverlo a su origen en ambientes alternativos y de ahí que escogiera para rodar el lugar descrito en el título, que es el parque donde se reúnen los skaters de Portland para la práctica ilegal de su entretenimiento favorito. Todo ello ha contribuido además a reducir los costes de producción, puesto que Gus Van Sant no se ha tenido que mover de su ciudad, invirtiendo en la película una cantidad inferior a los dos millones de dólares.

La historia de Álex, al que da vida el debutante Gabe Nevins, es la de un adolescente que se ve afectado por el divorcio de sus padres y que percibe el interés sexual que siente su novia por él casi como un acoso. Toda esa presión la libera en la pista de patinaje, donde se abre a otras relaciones con chicos de su mismo sexo, especialmente cuando conoce a uno mayor al que sigue instintivamente. Se deja llevar tanto que sube con él a un tren en marcha, osadía que les cuesta un incidente con el guarda de seguridad, que acaba de manera trágica provocando la muerte accidental del empleado ferroviario. A partir del faltal acontecimiento Álex vive su propio «Crimen y castigo» a lo Dostoievski, y la película se esfuerza en penetrar en su torturada sicología desde la confusión de sus actos externos. No hay un recreación del drama ortodoxa, sino que es la propia deriva de los personajes la que arrastra la película sin rumbo fijo y en ninguna dirección concreta.