Caballero Bonald: sobre dudas y vacíos


Seix-Barral publica 'La noche no tiene paredes'



ÁLVARO CORTINA
El Mundo




José Manuel Caballero Bonald es un poeta tan célebre que hasta se le lee y se le compra. Este último libro suyo, poemario de 103 poemas, 'La noche no tiene paredes' (Seix-Barral) es un recital de pedrerías que buscan hacer memoria y brillos tras el trato con esa grisalla especular del espejo. Caballero Bonald hace un recuento con su fasto adjetivante y con música, y con sus 83 años.

Toma nota de aquella cita de Baudelaire que habla del reloj como de un "Dios siniestro" y nos sugiere un recuento vital. Pere Gimferrer ha dicho: "El verdadero tema de la poesía de Caballero Bonald es el lenguaje, en la medida en que el lenguaje se revele susceptible de ser a la vez condición y vehículo del conocimiento". Y Caballero ha sugerido la búsqueda de su propia identidad , que coincide en esos bordes de la lengua, esos "diccionarios consumidos", que escribe el jerezano.

"Me llamo Nadie, como Ulises. / ¿Y quién responde?/ Nadie:/ una pared vacía, una página en blanco", rezan los versos de 'Nadie'. El vacío, ese "Vivir dejando atrás la vida" es postulado como un cauce ronco y profundo de las cosas. "Tu tiempo empieza cuando ya te has ido", sentencia. "Hueco", "borde" o "boquete" son vocablos socorridos en este recorrido carencial de paradojas.

"De repente no hay pájaros./ Desde un boquete gris del duermevela escucho/ el sigilo del aire, el cóncavo/ baldío del no canto." Y, por supuesto está la noche, como no día, como "remedio veraz de insumisión" es el elixir por excelencia, el traspaso del límite. Ese "instante que antecede al olvido" pertenece a la noche, que es lucidez.

El pasado de Caballero Bonald parece lleno de noches lúdicas. Lo pretérito, lo ya pasado, tiene un peso especial en esta obra pues establece también una urgencia obvia ("Tu futuro concuerda con la nada").

Palabras urgentes, premiosas como "moratoria" o "perentorio" acompañan lo antedicho. Se halla en algún último y secreto trámite el poeta, y de ahí ese inventario de la vida, esa justificación injustificada. De ahí el pulso trascendental del conjunto. El último verso de muchos de los poemas suele ser una sentencia que redondea toda la temperatura sintáctica (más que silábica) con un elaborado guiño de incertezas.

Mucho de Caballero Bonald sale a la calle en 'La noche no tiene paredes', mucho se enfrenta y se afronta. Hay entonces una ventana aquí a los periódicos, y no sólo el hermetismo de un espejo y de un insomnio, que también ( léase 'Frente al espejo, la afanosa máscara': "...los remisos bosquejos de los años/ reproduciendo apenas una imagen/ difusa, los trazos malogrados/ del placer").

La duda, aquí arriada y desenvainada, fomenta y alienta al poeta hacia la paradoja, que integra lo contradictorio en el matiz. En 'Piedra' se habla del mineral como ascensión salvífica desde el presente y como gravedad y despeñadero. Sin embargo parece apuntar hacia un antes del pasado, hacia lo primero, en la figura intacta y originaria de la madre.

Lo prenatal

Lo "prenatal" es la maleta que se abre después del trayecto, pero que contiene objetos indescifrables. Caballero se detiene en ese jeroglífico del tiempo antes del tiempo (léase 'Viaje a la semilla'). Habla también del mar como mujer del que sale la vida como un "naufragio". Después, el poeta va a lo consumado, al final, a ver si por ahí puede haber consolación (léase 'Elogio de la ceniza').

Pero en este libro de nocturnidades se aglutinan las dudas, los huecos, los bordes, las citas de Vallejo o de Rimbaud, con otras tantas interrogaciones (retóricas o no), como si fueran la sola justificación de una vida. Llegar hasta un puñado de porqués al final de 83 años y después tirarlos al viento, eso es 'La noche no tiene paredes'.

Huir de la luz en la noche, buscando a la vez otra luz, poner una palabra tras otra en el carril de un verso pero juzgar más consistente los silencios que las circundan. Hacer historia para contestarse en los límites y ver a los muertos en el espejo, y dudar de todo.