Llega a España el movimiento ciudadano más florido y civilizado. Dispuesta a ganar terreno a la mugre, la jardinería de guerrilla se organiza para reconvertir degradados parques y solares abandonados en espacios para la convivencia
CRISTINA DÍAZ
Calle 20
Una de las pintadas del mayo del 68 (que acabarían siendo clichés, pasto de camisetas y pegatinas) decía que bajo los adoquines estaba la playa. Cuarenta y tantos años después recuerdo la proclama hablando con los miembros del grupo madrileño de jardinería de guerrilla, el movimiento que se toma la justicia por su mano en el cuidado de parques y jardines urbanos. «La tierra de Madrid es también tierra», cuenta María. Nos reunimos en una desolada travesía sin nombre de Serrano con ella, Manolo y Marta. Actriz, matemático y galerista de arte retirada, respectivamente. Son tres de la docena larga de miembros que en Madrid han dado vida a la jardinería de guerrilla, el movimiento que pretende humanizar los espacios públicos a golpe de pala, esqueje y flor.
Nació en el Reino Unido hace cinco años de la mano de Richard Reynolds (autor de On guerrilla gardening) y es una reivindicación de un espacio público, lúdico y no comercializado, abierto a todos los ciudadanos. No es casual que esta guerrilla, menos inofensiva de lo que parece, floreciera en Inglaterra, donde las plazas se han privatizado en un entorno liberal, en el cual es más sencillo cederle el espacio a una marca y que ésta lo cuide a cambio de su machacona presencia. Las plazas y los parques carentes de interés para patronos y patrocinadores (es decir, todos aquellos lugares donde no hay consumidores potenciales, target) son abandonados a su suerte. Al menos hasta que los ciudadanos se empezaron a organizar.
En España han aparecido en lo que va de año nada menos que tres colectivos dedicados a la jardinería con causa. «Hay parques extremadamente cuidados en Madrid, pero también encontramos un montón de plazas duras, de parques descuidados», explica Manolo. Las ciudades se han volcado en el turismo como fuente de ingresos, invirtiendo en los centros históricos para casi olvidar todo lo que sale de esas manzanas de oro. La jardinería de guerrilla actúa sobre esa otra ciudad habitada por el ciudadano de a pie.
‘Adoptar’ un macetero
Este callejón es el primer triunfo de este joven grupo que ha limpiado y ha plantado varias especies de flores. Pero las plantas no se cuidan solas. «Conseguimos que el portero de la finca de aquí al lado pusiera una circular implicando a los vecinos para que se ocuparan de las plantas cuando nosotros no estamos y nos dejaran utilizar el agua del edificio para regar. Los vecinos reaccionaron con algo así como un ‘¡ya era hora!’», continúa Manolo, metido a jardinero eventual por principios. «Tenemos la sensación de que los ciudadanos lo estaban esperando, cuando en realidad es una acción muy sencilla que puede hacer cualquiera», explica María, que ha adoptado un macetero en la madrileña plaza Vázquez de Mella, a la que acude cada semana a regar sus plantas.
Como cualquier otra acción que suponga influir en el espacio público, conviene asesorarse de las implicaciones legales del asunto. La palabra ‘guerrilla’ parece indicar cierta rebeldía, pero ¿también ilegalidad? «Hemos consultado con un juez y nos confirmó que nadie puede detenernos por embellecer las calles. Hay un vacío legal que nos permite plantar». A diferencia del resto de Europa, en España la jardinería de guerrilla se practica a pleno día, en lo que acaba convirtiéndose a menudo en una suerte de fiesta vecinal que, por si fuera poco, permite cierta pedagogía.
Un positivo efecto secundario es descubrir el placer de reencontrarse con la naturaleza, algo que los urbanitas hemos ignorado por completo con nocivas consecuencias en nuestra salud (física y mental). Manolo lo cuenta exultante: «Intentamos aprender todo lo que podemos sobre las plantas: que sean adecuadas para el entorno, que duren, las diferentes especies, qué cuidados necesitan...».
Y es que respecto a los grupos que han surgido en otros países, en Guerrilla Gardening Madrid prima la acción individual. Mientras en el mundo anglosajón se llevan las grandes acciones en grupo, los madrileños han optado por la adopción de pequeñas porciones de tierra (un parterre, una plaza, un callejón). «Nos interesaba más pasar a la acción que perder horas hablando en reuniones», dice María. «Es una acción positiva, pequeña, pero que causa un cambio inmediato en el entorno. No hay que hacer grandes cosas para influir en los demás. Quizá sólo es necesario que llevemos un puñado de semillas en el bolsillo y las vayamos dejando aquí y allá», añade Marta.
En Oviedo y Barcelona
El grupo pionero de la jardinería de guerrilla española es de Oviedo. Vinculados a los Jóvenes por la Ecología de Asturias, Jardinería de Guerrilla ha realizado varias acciones, una de ellas relacionada con el centro de arte LABoral de Gijón.
Rubén, diseñador gráfico y cabecilla del grupo, explica: «En la primera acción elegimos una rotonda con césped en mal estado y sin flores y la transformamos en un pequeño jardín. Tenemos excelentes zonas verdes, pero también abunda la plaza dura y las áreas abandonadas conforme te alejas del centro urbano». El grupo utiliza especies autóctonas asturianas (acebo y laurel) y es el más concienzudo al planificar las acciones, que realizan de manera colectiva. «Utilizamos Google Earth para tener fotos aéreas de la zona. Luego se discute una propuesta de diseño y se consensúa entre todos».
Los Jóvenes por la Ecología de Asturias han incluido esta actividad en su agenda ecológica porque es una forma excelente de comunicación. «Abrir espacios a la naturaleza en el centro de la ciudad hace que la gente se dé cuenta de su carencia, haces que sean conscientes de la falta de contacto con el medio natural» y es un punto de partida para tomar conciencia medioambiental.
La creciente popularidad de la jardinería de guerrilla es también una herramienta de protesta y visibilidad. Subcity, un colectivo barcelonés, plantea intervenciones para llamar la atención sobre diversos problemas sociales, desde la ausencia de urinarios públicos a la inexistencia de espacios alternativos para los músicos emergentes. «Lanzamos la convocatoria a través de los foros de la página global de Guerrilla Gardening y así nació Revolució Natural», cuenta Michelle, una escocesa que ha vivido «en muchos sitios» antes de instalarse en Barcelona hace seis años.
El grupo realizó en abril su primera acción en el barrio del Born. «Plantamos un pequeño jardín en la plaza Jaume Sabartés con un cartel que pedía a los vecinos que lo regaran». La implicación fue inmediata y perdurable en el tiempo. «Semanas después todavía están las plantas allí, perfectamente cuidadas», explica Michelle. «Las ciudades se han convertido en algo completamente estético, orientado al que está de paso más que al ciudadano que las habita. No se le da la importancia de otras épocas a los espacios verdes. Más allá de su obvia función ecológica, son lugares para la comunicación con la naturaleza de los que vivimos en entornos urbanos y también espacios para que los ciudadanos se relacionen entre ellos».