"Las aventuras del buen soldado Svejk" (Jaroslav Hasek). Un idiota de remate


MIGUEL SÁNCHEZ OSTIZ
ABC




Un idiota de remate. Que no de otra manera cabe tachar al bravo soldado Svejk, honra y prez del Ejército de su Majestad Imperial, y Real, Francisco José I de Austria-Hungría, en guerra y en defensa de los territorios habitados por sus humildes y devotos súbditos, pero también ingratos como los serbios, los «hungarios» o los bosnios, paganos estos, que no beben, razón por la cual el ejército empapa de alcohol a sus soldados, torvos croatas y demás gente de vida regular, poco imperial, y muchos, aunque checos de pura cepa, dudosamente reales; tanto que de teósofos u ocultistas profesionales pueden dar en cocineros de regimientos de campaña o, como es el caso del soldado Svejk, de reservista, imbécil declarado y tratante de perros de lujo o de medio lujo, y de razas desconocidas hasta el momento de su venta, en asistente de un oficial emboscado y permanentemente encamado en cama ajena.

Exceso de celo. Solo un idiota, un impenitente charlatán, un metepatas glorioso, un cándido perverso, como Svejk, es capaz, sin proponérselo, por un exceso de celo y de buena voluntad, de humildad y exquisita cortesía que no es sino estupidez genuina, de desmontar la perversidad de la burocracia, de los obsesivos aparatos de vigilancia policial y de la sinrazón marcial que hace exclamar a los soldados enviados al matadero: «¡Por fin, por fin, vamos a algún lado!».

Hasek desenmascara con un vigor suicida -las burlas y las sátiras se pagan caras- a los patriotas que jamás darán su vida por nada, a los falsos piadosos, a los tramposos sociales de su época. En este sentido, el libro de Svejk no puede ser más subversivo. Todo un sistema basado en una religión hecha caricatura de sí misma, en un ejército que más parece un abrevadero, queda al desnudo. Y el único que parece creer de manera extremadamente devota y sincera en todas las pamemas es Svejk: en la guerra, en la monarquía, en la religión, en el orden social... Es la devoción y sinceridad de sus discursos y digresiones lo que aún hoy resulta demoledor.

Jaroslav Hasek (1883-1923) sabía de qué hablaba cuando traza las andanzas disparatadas de su personaje, porque no es el reumático soldado Svejk quien se dedica a cazar perros vagabundos, y a venderlos a los ricos, rapados y repeinados, provistos de falsos pedigrís y pertenecientes a razas de prestigio, sino que fue el propio Hasek quien, además de orador callejero, droguista insensato, actor de ocasión y bebedor de oficio, fue propietario de una perrera y quien se dedicaba a ese pingüe negocio en la Praga de 1910, la del Cabaret Montmartre, la que describe como nadie Patricia Runfola en Praga en tiempos de Kafka. Como es el propio Hasek quien se pasó a los rusos y regresó a Praga hecho un bolchevique, al menos durante una temporada, o mejor sería decir a las tinieblas de la famosa taberna El Cáliz (U Kalicha), la taberna que todavía abre sus puertas como fauces, a los bolsillos del turista, en Na Bojisti.

Luchar por nada. Del bravo soldado Svejk, con todas sus lúcidas y corrosivas estupideces, alguien dijo que era «un don Quijote en la barriga de Sancho Panza». El «se reirán de mis amargas palabras» cuadra con la obra y la vida de Jaroslav Hasek, porque las desternillantes situaciones, los delirantes parlamentos en apariencia modosos del bravo soldado Svejk, ya fuera con sus superiores, sus iguales o sus perseguidores, y que fueron el jolgorio de los lectores de Europa central después de la Primera Guerra Mundial, están construidos sobre los avatares de una vida bohemia, errabunda, sin suerte, desgarrada; la suya. Su rebelión, porque de rebelión se trata, es la rebelión de una clase embaucada en el negocio del patriotismo y la beligerancia, de unos ex combatientes que se dan cuenta de que han luchado por nada. Hasek, tanto en los cuarteles como en los calabozos, los campos de batalla, las tabernas y en el trato con la gente humilde, sabía de qué hablaba.

Éxito editorial. Hay tanto de Hasek en Svejk que hasta la jeta del terrorífico soldado (a las funestas consecuencias de frecuentar por azar o error su dulce trato me refiero), en las gloriosas ilustraciones de Josef Lada que por fortuna ilustran esta edición, se parece mucho a la de su autor. Lástima que no quede rastro de los monólogos teatrales que interpretaba en los cabarets praguenses.

El éxito editorial de Las aventuras del buen soldado Svejk fue rotundo, aplastante, tanto como el de las obras de teatro vanguardista que se montaron sobre sus páginas, hasta con decorados de Grosz, quien no podía estar más cerca del dolor de fondo que anima las páginas de Hasek. Hasek, fallecido en 1923, antes incluso de poder terminar las aventuras del bravo soldado Svejk, no pudo disfrutar de su éxito: la mala suerte fue su faldero más fiel.