ALBERTO ABUÍN
Blogdecine
‘Duelo en la alta sierra’ (‘Ride the Hide Country’) supuso la primera victoria de Sam Peckinpah sobre los cegatos productores de entonces, al lograr imponer su montaje al que ellos querían. Un pase de prueba en los cines de los estudios (MGM) hizo que uno de los ejecutivos se quedase dormido nada más empezar la proyección, sentenciando al final que era la peor película que había visto en su vida. Para no gastarse más dinero, dejó que Peckinpah dejase el montaje proyectado, sin darse cuenta de que estaba sentando un precedente: el conceder al director el control total sobre el montaje final de una película.
Tras la experiencia, no demasiado satisfactoria, de ‘Compañeros mortales’ (‘The Deadly Companions’, 1961), llegó a manos de Peckinpah un guión de N.B. Stone Jr., el cual dejó maravillado al futuro director de ‘Grupo salvaje’. Éste se puso en contacto con el productor Richard E. Lyons para intentar convencerle de que le dejase dirigir la película con la condición de reescribir algunos diálogos. Lyons le echó un vistazo a algunos de los episodios de ‘The Westerner’, dirigidos por Peckinpah, y quedó maravillado con el enorme potencial que el joven director tenía. No era una oportunidad para dejarla escapar.
‘Duelo en la lata sierra’ es la historia de un viaje lleno de melancolía y nostalgia por los viejos tiempos. Sus protagonistas son dos viejos pistoleros, amigos desde hace muchos años, ahora uno dentro de la ley y el otro fuera. Sin embargo, ambos aceptarán el trabajo de custodiar un importante cargamento de oro, en un viaje lleno de peligros. No sólo deberán enfrentarse a una familia de hermanos obsesionados por una mujer que ha preferido quedarse del lado de los buenos (después de casarse por despecho con uno de los malos, siendo la primera puta del cine de Peckinpah), sino que tendrán que lidiar con sus propias diferencias con respecto al destino del oro.
El guión original se llamaba ‘Guns in the Afternoon’, pero fue cambiado por el propio Peckinpah por el ya conocido, mucho más afín con lo que se narraba. Durante cuatro semanas, el director estuvo retocando el libreto, lo cual derivó en una reescritura total y absoluta de los diálogos existentes, cambiando además el final del film. Los dos personajes centrales intercambiarían sus respectivos destinos, un cambio que demostraría el ojo clínico de Peckinpah para saber aprovechar todas las posibilidades de los relatos que caían en sus manos, algo por lo que se caracterizó a lo largo de su carrera como director y guionista.
Y es que Peckinpah consigue con pequeños elementos, en apariencia insignificantes, vestir y dibujar a sus personajes. Detalles como los del personaje de Warren Oates (actor Peckinpaniano por excelencia) enfadándose con unas gallinas, u obligado por sus hermanos a tomarse un baño (escena totalmente improvisada, siguiendo una sugerencia del director a los actores que pillaron desprevenido a Oates), ayudan a entender su forma de pensar, y sobre todo de perder los estribos, señalándole como alguien de carácter débil por mucho que use la violencia. Todos los personajes pueden presumir de tener un apropiado dibujo, ninguno sobra, todos tiene algo que decir y aportar a la historia. En muchas películas hay personajes de relleno, en ésta no.
Para interpretar a la inolvidable pareja protagonista, Peckinpah tuvo el privilegio (recordemos que sólo tenía una película en su haber, o sea, era prácticamente un desconocido) de contar con Joel McCrea y Randolph Scott, en roles que se intercambiaron antes de comenzar el rodaje porque los actores lo acordaron así. El resultado no pudo estar mejor, ambos dieron lo mejor de sí mismos dando vida a dos hombres cuyo tiempo ha pasado, y tienen una última oportunidad de hacer algo bien. En su última aventura, por así llamarla, se verán asentadas las bases de su amistad. Westrum (Scott) querrá convencer a Judd (McCrea) de quedarse con el oro y de vivir lo que les queda sin ningún tipo de preocupación. Judd se sentirá traicionado (una de las constantes del cine de Peckinpah: la amistad traicionada), y todo quedará resumido en uno de los extraordinarios diálogos que abundan en el film:
- No te preocupes de nada, me encargaré de ello tal y como tú lo hubieras hecho
- Lo sé, siempre lo supe. Simplemente tú lo olvidaste por un momento, eso es todo
Scott, que había sido el actor fetiche de otro director especializado en westerns, Budd Boetticher, abandonó el cine después de realizar este film, convirtiéndose en un hombre de negocios que jamás concedió entrevistas ni habló de sus trabajos para la pantalla grande. Lo cierto es que Scott nunca fue considerado un actor de primera línea, más bien un secundario de lujo, e incluso sus aportaciones al género con Boetticher tardaron en ser consideradas como lo que son algunas, unas verdaderas joyas. Actor de limitado registro, tuvo la suerte de pertenecer a una época en la que había directores que sabían hacer algo que hoy en día rara vez se ve en el cine americano: dirigir a los actores.
Joel McCrea era mejor, de eso no hay duda, trabajó con los grandes (Wellman, Hitchcock, Sturges…) y en manos de Peckinpah logró una de sus más recordadas interpretaciones, consiguiendo una química especial con Scott, haciendo un mayor hincapié en la edad de su personaje (cansado, tiene que ocultar que necesita gafas para leer, que las cosas ya no son lo que eran). Se acentúa así, el carácter crepuscular de la obra, que ofrece un apretón de manos entre los tiempos pasados y los nuevos, algo que Peckinpah no se cansaría de remarcar en sus futuras películas, siempre con una mirada nostálgica hacia otros tiempos, y con personajes desencajados.
‘Duelo en la alta sierra’ fue un fracaso en el momento de su estreno, pues fue colocada en segundo lugar en un programa doble que compartía con ‘Una vez a la semana’ (‘Boys´ Night Out’, Michael Gordon, 1962), lo cual redujo considerablemente sus posibilidades de éxito. Poco a poco fue alcanzado un merecido prestigio, y muchos críticos la situaron entre lo mejor del año, y como uno de los mejores westerns de la historia (lo es). Los productores enseguida pensaron en promocionar el film de cara a los Oscars, pero Peckinpah los amenazó con denunciarles, ya que su nombre no figuraba en los créditos como guionista. Le hicieron caso.
Sólo por la secuencia final del duelo, el film merece todos los elogios posibles. Asustados del material que Peckinpah había rodado, y según montadores ilustres como Margareth Booth, aquello era imposible de montar debido a la ridiculez de la situación (dos viejos frente a frente contra tres pistoleros). Booth evidentemente se equivocó porque no entendía a Peckinpah, y mucho menos la película. Frank Santillo (Oscar por ‘Grand Prix’ en 1966) se lució siguiendo las indicaciones del director, en una escena que pertenece por derecho propio a los anales del Cine. Prodigio de montaje, ritmo y planificación, dicha secuencia influyó poderosamente en un género que ya estaba enfermo. Peckinpah se encargó de revitalizarlo durante pocos años más, cambiando para siempre la concepción del mismo.
Tras la experiencia, no demasiado satisfactoria, de ‘Compañeros mortales’ (‘The Deadly Companions’, 1961), llegó a manos de Peckinpah un guión de N.B. Stone Jr., el cual dejó maravillado al futuro director de ‘Grupo salvaje’. Éste se puso en contacto con el productor Richard E. Lyons para intentar convencerle de que le dejase dirigir la película con la condición de reescribir algunos diálogos. Lyons le echó un vistazo a algunos de los episodios de ‘The Westerner’, dirigidos por Peckinpah, y quedó maravillado con el enorme potencial que el joven director tenía. No era una oportunidad para dejarla escapar.
‘Duelo en la lata sierra’ es la historia de un viaje lleno de melancolía y nostalgia por los viejos tiempos. Sus protagonistas son dos viejos pistoleros, amigos desde hace muchos años, ahora uno dentro de la ley y el otro fuera. Sin embargo, ambos aceptarán el trabajo de custodiar un importante cargamento de oro, en un viaje lleno de peligros. No sólo deberán enfrentarse a una familia de hermanos obsesionados por una mujer que ha preferido quedarse del lado de los buenos (después de casarse por despecho con uno de los malos, siendo la primera puta del cine de Peckinpah), sino que tendrán que lidiar con sus propias diferencias con respecto al destino del oro.
El guión original se llamaba ‘Guns in the Afternoon’, pero fue cambiado por el propio Peckinpah por el ya conocido, mucho más afín con lo que se narraba. Durante cuatro semanas, el director estuvo retocando el libreto, lo cual derivó en una reescritura total y absoluta de los diálogos existentes, cambiando además el final del film. Los dos personajes centrales intercambiarían sus respectivos destinos, un cambio que demostraría el ojo clínico de Peckinpah para saber aprovechar todas las posibilidades de los relatos que caían en sus manos, algo por lo que se caracterizó a lo largo de su carrera como director y guionista.
Y es que Peckinpah consigue con pequeños elementos, en apariencia insignificantes, vestir y dibujar a sus personajes. Detalles como los del personaje de Warren Oates (actor Peckinpaniano por excelencia) enfadándose con unas gallinas, u obligado por sus hermanos a tomarse un baño (escena totalmente improvisada, siguiendo una sugerencia del director a los actores que pillaron desprevenido a Oates), ayudan a entender su forma de pensar, y sobre todo de perder los estribos, señalándole como alguien de carácter débil por mucho que use la violencia. Todos los personajes pueden presumir de tener un apropiado dibujo, ninguno sobra, todos tiene algo que decir y aportar a la historia. En muchas películas hay personajes de relleno, en ésta no.
Para interpretar a la inolvidable pareja protagonista, Peckinpah tuvo el privilegio (recordemos que sólo tenía una película en su haber, o sea, era prácticamente un desconocido) de contar con Joel McCrea y Randolph Scott, en roles que se intercambiaron antes de comenzar el rodaje porque los actores lo acordaron así. El resultado no pudo estar mejor, ambos dieron lo mejor de sí mismos dando vida a dos hombres cuyo tiempo ha pasado, y tienen una última oportunidad de hacer algo bien. En su última aventura, por así llamarla, se verán asentadas las bases de su amistad. Westrum (Scott) querrá convencer a Judd (McCrea) de quedarse con el oro y de vivir lo que les queda sin ningún tipo de preocupación. Judd se sentirá traicionado (una de las constantes del cine de Peckinpah: la amistad traicionada), y todo quedará resumido en uno de los extraordinarios diálogos que abundan en el film:
- No te preocupes de nada, me encargaré de ello tal y como tú lo hubieras hecho
- Lo sé, siempre lo supe. Simplemente tú lo olvidaste por un momento, eso es todo
Scott, que había sido el actor fetiche de otro director especializado en westerns, Budd Boetticher, abandonó el cine después de realizar este film, convirtiéndose en un hombre de negocios que jamás concedió entrevistas ni habló de sus trabajos para la pantalla grande. Lo cierto es que Scott nunca fue considerado un actor de primera línea, más bien un secundario de lujo, e incluso sus aportaciones al género con Boetticher tardaron en ser consideradas como lo que son algunas, unas verdaderas joyas. Actor de limitado registro, tuvo la suerte de pertenecer a una época en la que había directores que sabían hacer algo que hoy en día rara vez se ve en el cine americano: dirigir a los actores.
Joel McCrea era mejor, de eso no hay duda, trabajó con los grandes (Wellman, Hitchcock, Sturges…) y en manos de Peckinpah logró una de sus más recordadas interpretaciones, consiguiendo una química especial con Scott, haciendo un mayor hincapié en la edad de su personaje (cansado, tiene que ocultar que necesita gafas para leer, que las cosas ya no son lo que eran). Se acentúa así, el carácter crepuscular de la obra, que ofrece un apretón de manos entre los tiempos pasados y los nuevos, algo que Peckinpah no se cansaría de remarcar en sus futuras películas, siempre con una mirada nostálgica hacia otros tiempos, y con personajes desencajados.
‘Duelo en la alta sierra’ fue un fracaso en el momento de su estreno, pues fue colocada en segundo lugar en un programa doble que compartía con ‘Una vez a la semana’ (‘Boys´ Night Out’, Michael Gordon, 1962), lo cual redujo considerablemente sus posibilidades de éxito. Poco a poco fue alcanzado un merecido prestigio, y muchos críticos la situaron entre lo mejor del año, y como uno de los mejores westerns de la historia (lo es). Los productores enseguida pensaron en promocionar el film de cara a los Oscars, pero Peckinpah los amenazó con denunciarles, ya que su nombre no figuraba en los créditos como guionista. Le hicieron caso.
Sólo por la secuencia final del duelo, el film merece todos los elogios posibles. Asustados del material que Peckinpah había rodado, y según montadores ilustres como Margareth Booth, aquello era imposible de montar debido a la ridiculez de la situación (dos viejos frente a frente contra tres pistoleros). Booth evidentemente se equivocó porque no entendía a Peckinpah, y mucho menos la película. Frank Santillo (Oscar por ‘Grand Prix’ en 1966) se lució siguiendo las indicaciones del director, en una escena que pertenece por derecho propio a los anales del Cine. Prodigio de montaje, ritmo y planificación, dicha secuencia influyó poderosamente en un género que ya estaba enfermo. Peckinpah se encargó de revitalizarlo durante pocos años más, cambiando para siempre la concepción del mismo.