Costa-Gavras: “No hay actividad más elevada que la política”


Mito del cine europeo, Costa-Gavras estrena hoy Edén al Oeste, en la que narra, con cierto humor, la peripecia de un inmigrante ilegal sin caer en tremendismos. Para el director de Z o Missing se trata, como explica a El Cultural, de retratar la energía y vitalidad de quienes llegan a Occidente buscando una vida mejor


JUAN SARDÁ
El Mundo




El cine como forma de abordar “asuntos graves” pero también como “espectáculo”. Esta es la fórmula que ha convertido a Costa-Gavras (Grecia, 1933) en uno de los directores más populares y, al mismo tiempo, respetados de los últimos cuarenta años. Desde los tiempos de su trilogía con Yves Montand, Z (1969), La confesión (1970) y Estado de sitio (1973), donde abordó la dictadura militar griega, la represión comunista en Checoslovaquia y la injerencia de Estados Unidos en Suramérica respectivamente, Costa-Gavras ha sido un incansable escrutador de las injusticias políticas y un polemista con fundamento. Una fórmula, una narrativa con brío y un asunto de calado, que aplica a su nuevo estreno, Edén al Oeste, juego de palabras con el título de la famosa novela de Steinbeck, en el que aborda la inmigración ilegal de la mano de Elias (Riccardo Scamarcio), un inmigrante de nacionalidad desconocida que desembarca en la costa griega en una patera con el difuso sueño de llegar a París.

Lo que Michael Winterbottom contó de forma seca y contundente en la terrible In this World (2002), un filme en el que transmitía de forma magistral la sensación de angustia y asfixia de dos paquistaníes que quieren entrar en Inglaterra, Costa-Gavras lo convierte en una odisea repleta de aventuras y desventuras que recuerda a ratos a la picaresca tradicional española: “Hace muchos años que quería hacer una película sobre inmigración pero no encontraba la historia adecuada”, explica el cineasta desde París. La dificultad surgía porque al director no le interesaba un enfoque dramático: “Siempre he visto a los inmigrantes como personas con una energía extraordinaria y también quería reflejar eso. Hace falta mucha fuerza de voluntad para dejar atrás toda una vida y embarcarse en un país desconocido. Son personas valientes y yo quería hacer justicia a su coraje. Por eso me interesaba contarlo como una fábula”. Una fábula en la que Costa-Gavras incluye dosis de realismo mágico, en las antípodas de, por ejemplo, Ken Loach.

Lujo y pobreza

Entre la fábula, la aventura y el dramatismo surge ese Elías, un joven que para su propio desconcierto arriba a una playa nudista que pertenece a un resort veraniego donde el contraste entre su precariedad y el lujo se revela brutal: “Me gustaba ironizar sobre esos "paraísos" momentáneos que creamos los occidentales a costa de generar un sufrimiento extremo entre los más desafortunados”. En ese lugar idílico Elías logrará sobrevivir gracias no sólo a su picaresca sino, sobre todo, a su atractivo físico: “Estuve pensando mucho en qué tipo de actor quería. Al final escogimos a uno guapo, primero porque en el cine solemos hacerlo así y segundo porque me gustaba romper con esa imagen del inmigrante apaleado de aspecto terrible”. A partir de aquí, Elías enlaza un encuentro detrás del otro en el que se revela la bondad y maldad de cada uno: “Me identifico con la mujer que le regala la chaqueta en París. Me parece absurdo pretender que quienes estamos bien establecidos en Europa tenemos que desvivirnos por cada desconocido en dificultades, pero sí hay pequeños gestos que marcan una diferencia. Es esa pequeña bondad la que yo quería reivindicar”.

Una bondad que encuentra su tenebroso reverso en un racismo que la película no oculta: “En Francia hay mucha gente que pregunta indignada a los inmigrantes si se sienten franceses. Es una cuestión mal planteada. De lo que se trata es de si ellos los consideran como tales. A partir de ese momento es cuando lograremos crear una verdadera integración. Cuando se habla de este asunto es fácil olvidar que un 30% de la sociedad francesa está compuesta por personas que provienen originariamente de otro país”. Incluido el propio Costa-Gavras, quien se trasladó a París en los tiempos de la universidad: “Supongo que sí me sentí como un extranjero los primeros años pero la realidad es que hace mucho tiempo que vivo aquí y ésta es mi ciudad”. Una ciudad, por cierto, sobre la que no ofrece una perspectiva especialmente halagöeña, los parisinos de Edén al Oeste son antipáticos a rabiar: “¡Es que son así!”, replica el director entre risas.

El valor de la educación

El rechazo hacia los extranjeros tendría raíces profundas, ya que, según Costa, “los seres humanos somos por definición racistas. Ahí radica el valor de la educación. Es posible vencer ese prejuicio interesándose por el otro. Ahí las películas o las novelas pueden ayudar. El cine ha contribuido a crear la cultura en la que vivimos”. Y eso que el cineasta no se muestra muy entusiasmado respecto a los tiempos que corren: “En Europa ha sucedido una cosa y es que hemos exportado de Estados Unidos el culto al dinero. Es algo que no sucedía en mi juventud. Detecto una cultura cada vez más banal y políticamente correcta, cuyo objetivo no es cuestionar el establishment sino mantenerlo. Cuando empecé a hacer películas era más fácil plantear proyectos ambiciosos. Ahora es muy difícil conseguir financiación si no quieres hacer un filme policial o una comedia”.

Un desencanto que el director traslada a todos los ámbitos: “Los jóvenes de hoy no quieren saber nada de la política y los entiendo porque han crecido sin ningún referente. No han visto a personas preocupadas por mejorar las condiciones de vida sino sedientas de poder y dinero. En el tema de la inmigración, por ejemplo, jamás se ha visto ningún verdadero interés por crear unas buenas condiciones de integración, a lo sumo, un esfuerzo por regular mejor la explotación económica sin caer en el esclavismo. Y es una pena porque no hay actividad más elevada y hermosa que la política”.

Costa-Gavras también observa con dolor la situación de Europa: “La izquierda se ha quedado sin respuestas ante los desafíos del mundo y ha creado enormes masas de gente decepcionada. Yo soy muy crítico con Sarkozy o Merkel, pero el peor sin duda es Berlusconi. Es un personaje absolutamente lamentable”. Hasta terminar con lo que Gavras considera el origen del mal: el “individualismo generalizado”.