La reciente edición del estuche “Reflections. The Definitive Collection”, de Graham Nash, nos sirve para aproximarnos a la obra de este imprescindible creador, miembro de The Hollies y de los distintos formatos de la saga Crosby, Stills, Nash & Young. Todo un primera clase, sin duda alguna
JAVIER DE CASTRO
Efe Eme
Aunque resta fuera de toda duda la magnífica aportación artística que el británico Graham Nash ha realizado a la historia del pop rock desde su irrupción en esto de la música allá por 1963, cuando debutó, discográficamente hablando, no se le suele citar –sostengo que de forma injusta– entre los más grandes creadores de su estilo de este último medio siglo musical. Quizás su acentuada modestia sumada a una posición personal nada presuntuosa en el contexto del “mainstream” y una enorme generosidad por lo que respecta a su continua predisposición a colaborar con quien sea, hayan sido algunas de las causas por las que al artista de Blackpool no se le sitúe a la altura del escalafón que realmente merecería.
Para empezar, debe constatarse que todos los proyectos en los que Nash ha estado involucrado han sido exitosos en mayor o menor medida. Empezando por su estancia (1963-1968) en The Hollies, el maravilloso grupo de voces que rivalizó de verdad durante la década de los 60, con los Beatles y los Rollings, puesto que después de éstos fueron el conjunto que más “top tens” alcanzó en las siempre competidas listas de éxito de la Gran Bretaña. Cuando el bueno de Graham empezó a ver que sus ideas iban demasiado por delante de los planteamientos del grupo, decidió abandonarlo y buscar en otros territorios espacio amplio en el que dar rienda suelta a sus nuevas y brillantes necesidades creativas. En la alforja de su ex conjunto quedaron algunas gemas pop inconmensurables, compuestas por él como ‘On A Carrousel’, ‘Carre Anne’ o ‘King Midas In Reverse’, entre otras muchas, producidas a partir de finales de 1965 pero sobre todo durante los dos años siguientes, inspiradas por el rico ambiente estético vigente y con obras como el “Revolver” o el “Seargent Pepper’s” de Los Beatles o el “Pet Sounds” de The Beach Boys como referentes indisimulados. Su huida hacia delante, viaje a California incluido, le permitió reencontrarse con algunos artistas emergentes norteamericanos a los que había conocido en sus giras por el nuevo continente de años antes junto a los Hollies y con los que, sin duda, congenió y mucho en lo musical. Gente como Mama Cass Elliott de los Mamas & The Papas, Stephen Stills y Neil Young de Buffalo Springfield y, sobre todo, David Crosby, de The Byrds. Como muy bien lo explica Fernando López Chaurri en sus excelentes trabajos monográficos sobre The Hollies y The Byrds, el cambio de aires musicales de Nash no fue en absoluto una decisión atolondrada. Dejó al grupo en el que se dio a conocer y que se encontraba quizás en su mejor momento artístico y de popularidad de toda su carrera, para lanzarse a una nueva –e incierta, por qué no decirlo– aventura profesional. Eso sí, la situación de un quizás también algo decepcionado Crosby por la deriva hacia el country de los Byrds; junto a la de un Stills harto de mal rollo y que consideraba que la situación de los Buffalo ya entraba en barrena irremediable; y, por supuesto, la de un Graham Nash momentáneamente sin empleo fijo, atisbaban suficientes elementos positivos para que sus talentos respectivos propiciasen la química necesaria para poner en marcha un conglomerado novedoso para el panorama musical de finales de 1968 y que sin duda daría que hablar…
El trabajo del trío Crosby, Stills & Nash o del cuarteto que completaría eventualmente Neil Young, fue considerado de forma unánime tanto por la crítica como por el público y reconocido por gran parte de la profesión, como experiencias a un tiempo innovadoras y económicamente rentables. Y es que a partir de “Crosby, Stills & Nash” (1969), el álbum que marcó el disparo de salida a la tan larga como intermitente trayectoria de colaboración, estos tres (o cuatro) artistas, pusieron las bases de un estilo propio que ha marcado cátedra y cuyos elementos combinativos han sido el folk-rock, el country o la canción de autor, todo ello presidido por una combinación de armonías vocales que han sido sello indiscutible de distinción. Discos como “Déja Vu” (1970), “CSN” (1977), “Daylight Again” (1982) –inolvidable éste último por las incontables horas de garita que llenó a quien esto escribe–, “American Dream” (1988), “Looking Forward” (1999), etcétera, y algunas canciones en ellos contenidas, debidas a la pluma y al piano de Graham Nash como ‘Marrakech Express’, ‘Teach Your Children’, ‘Cathedral’, ‘Cold Rain’, ‘Wasted On The Way’, ‘House Of Broken Dreams’ o ‘Heartland’, entre bastante más, constituyen –con perdón de cualquiera de sus habituales “partenaires” y sus respectivos méritos– de lo mejorcito de la producción discográfica de aquel conglomerado irrepetible. A reseñar también, naturalmente, el formato que aún más escueto protagonizara en dueto junto a David Crosby, exitoso a veces gracias a temazos propios como ‘Wind On The Water’, ‘Fieldworker’ o ‘Cowboy Of Dreams’ y los 33 revoluciones que los contenían, aunque a merced siempre de los demasiado habituales malos momentos del orondo artista californiano que ha logrado salir a flote de una larga relación con el alcohol, las drogas y peligrosas armas de fuego, gracias casi siempre a la paciencia y al apoyo incondicional de su amigo inglés.
Es curioso, sin embargo, que un tipo del talento y de las capacidades musicales de Graham Nash, haya trabajado en pocas ocasiones únicamente para sí y que discos impresionantes como “Songs For Beginners” (1971), “Wild Tales” (1974), “Heart & Sky” (1980), “Innocent Eyes” (1986) o “Songs For Survivors” (2002) hayan tenido menos continuidad de la deseada. Suponemos que su tiempo no ha dado para más, puesto que a todo lo dicho deben sumarse apariciones puntuales en conciertos o grabaciones de gente como Rita Coolidge, Joni Mitchell, Dan Fogelberg, James Taylor o Judy Collins, entre muchos otros, al margen de –cómo no– otras colaboraciones no siempre puntuales en el trabajo en solitario de sus compañeros David, Neil o Stephen o incluso en un disco de regreso de The Hollies durante la década de los ochenta.
Objetivamente, un carrerón; sin duda. Tanto para aquellos que ya estén muy familiarizados con la carrera musical de Graham Nash que acabamos de resumir de forma precipitada, como para los que simplemente hayan oído hablar de él a grosso modo pero que quieran introducirse de una vez por todas en la trayectoria de un artista grandioso como él, a la par que tan poco común, recomiendo estas recientes “Reflections. The Definitive Collection” (Atlantic/Rhino). Algo así como un resumen de indudable peso descriptivo de una aportación musical tan sustanciosa como la suya durante las últimas cuatro décadas del siglo XX y la que llevamos del XXI. Una primorosa entrega magníficamente presentada en formato de estuche desplegable, que se compone de tres compactos y un precioso libro de, nada más y nada menos, 150 páginas a todo color con abundante material fotográfico –Nash es algo más que un aficionado a la fotografía–, información histórica interesantísima y una notas redactadas por el propio Nash explicando cuestiones varias relacionadas con todas y cada una de las canciones seleccionadas provenientes de todas sus etapas creativas. Como no podía ser de otra manera, y a fin de colmar el apetito de sus seguidores más completistas, entre los sesenta y cuatro cortes escogidos, el disfrutante se topará ante un buen número de inéditos: sin duda, el valor añadido de la presente entrega, a base de tomas desconocidas de algunos de sus hits más importantes junto a grabaciones hasta ahora desconocidas que por una u otra razón habían permanecido lejos del gran público y al alcance, en el mejor de los casos, tan sólo gracias a alguna grabación pirata. Una auténtica delicia, vaya.
Para finalizar, y si es que he sido capaz de convencerles sobre la bonanza de esta entrega magnífica, me permito darles un último consejo; eso sí, siempre que la economía de cada uno se lo permita en estos tiempos, para la mayoría, de extenuante crisis. Recomiendo que, a poder ser, se opte por el riguroso formato tangible, ya que en un caso notabilísimo como el presente, nobleza obliga. Un servidor, que en su día pasó por caja, cuando contempla el producto y lo escucha una y otra vez, se le cae la baba… ¡De veras!
Para empezar, debe constatarse que todos los proyectos en los que Nash ha estado involucrado han sido exitosos en mayor o menor medida. Empezando por su estancia (1963-1968) en The Hollies, el maravilloso grupo de voces que rivalizó de verdad durante la década de los 60, con los Beatles y los Rollings, puesto que después de éstos fueron el conjunto que más “top tens” alcanzó en las siempre competidas listas de éxito de la Gran Bretaña. Cuando el bueno de Graham empezó a ver que sus ideas iban demasiado por delante de los planteamientos del grupo, decidió abandonarlo y buscar en otros territorios espacio amplio en el que dar rienda suelta a sus nuevas y brillantes necesidades creativas. En la alforja de su ex conjunto quedaron algunas gemas pop inconmensurables, compuestas por él como ‘On A Carrousel’, ‘Carre Anne’ o ‘King Midas In Reverse’, entre otras muchas, producidas a partir de finales de 1965 pero sobre todo durante los dos años siguientes, inspiradas por el rico ambiente estético vigente y con obras como el “Revolver” o el “Seargent Pepper’s” de Los Beatles o el “Pet Sounds” de The Beach Boys como referentes indisimulados. Su huida hacia delante, viaje a California incluido, le permitió reencontrarse con algunos artistas emergentes norteamericanos a los que había conocido en sus giras por el nuevo continente de años antes junto a los Hollies y con los que, sin duda, congenió y mucho en lo musical. Gente como Mama Cass Elliott de los Mamas & The Papas, Stephen Stills y Neil Young de Buffalo Springfield y, sobre todo, David Crosby, de The Byrds. Como muy bien lo explica Fernando López Chaurri en sus excelentes trabajos monográficos sobre The Hollies y The Byrds, el cambio de aires musicales de Nash no fue en absoluto una decisión atolondrada. Dejó al grupo en el que se dio a conocer y que se encontraba quizás en su mejor momento artístico y de popularidad de toda su carrera, para lanzarse a una nueva –e incierta, por qué no decirlo– aventura profesional. Eso sí, la situación de un quizás también algo decepcionado Crosby por la deriva hacia el country de los Byrds; junto a la de un Stills harto de mal rollo y que consideraba que la situación de los Buffalo ya entraba en barrena irremediable; y, por supuesto, la de un Graham Nash momentáneamente sin empleo fijo, atisbaban suficientes elementos positivos para que sus talentos respectivos propiciasen la química necesaria para poner en marcha un conglomerado novedoso para el panorama musical de finales de 1968 y que sin duda daría que hablar…
El trabajo del trío Crosby, Stills & Nash o del cuarteto que completaría eventualmente Neil Young, fue considerado de forma unánime tanto por la crítica como por el público y reconocido por gran parte de la profesión, como experiencias a un tiempo innovadoras y económicamente rentables. Y es que a partir de “Crosby, Stills & Nash” (1969), el álbum que marcó el disparo de salida a la tan larga como intermitente trayectoria de colaboración, estos tres (o cuatro) artistas, pusieron las bases de un estilo propio que ha marcado cátedra y cuyos elementos combinativos han sido el folk-rock, el country o la canción de autor, todo ello presidido por una combinación de armonías vocales que han sido sello indiscutible de distinción. Discos como “Déja Vu” (1970), “CSN” (1977), “Daylight Again” (1982) –inolvidable éste último por las incontables horas de garita que llenó a quien esto escribe–, “American Dream” (1988), “Looking Forward” (1999), etcétera, y algunas canciones en ellos contenidas, debidas a la pluma y al piano de Graham Nash como ‘Marrakech Express’, ‘Teach Your Children’, ‘Cathedral’, ‘Cold Rain’, ‘Wasted On The Way’, ‘House Of Broken Dreams’ o ‘Heartland’, entre bastante más, constituyen –con perdón de cualquiera de sus habituales “partenaires” y sus respectivos méritos– de lo mejorcito de la producción discográfica de aquel conglomerado irrepetible. A reseñar también, naturalmente, el formato que aún más escueto protagonizara en dueto junto a David Crosby, exitoso a veces gracias a temazos propios como ‘Wind On The Water’, ‘Fieldworker’ o ‘Cowboy Of Dreams’ y los 33 revoluciones que los contenían, aunque a merced siempre de los demasiado habituales malos momentos del orondo artista californiano que ha logrado salir a flote de una larga relación con el alcohol, las drogas y peligrosas armas de fuego, gracias casi siempre a la paciencia y al apoyo incondicional de su amigo inglés.
Es curioso, sin embargo, que un tipo del talento y de las capacidades musicales de Graham Nash, haya trabajado en pocas ocasiones únicamente para sí y que discos impresionantes como “Songs For Beginners” (1971), “Wild Tales” (1974), “Heart & Sky” (1980), “Innocent Eyes” (1986) o “Songs For Survivors” (2002) hayan tenido menos continuidad de la deseada. Suponemos que su tiempo no ha dado para más, puesto que a todo lo dicho deben sumarse apariciones puntuales en conciertos o grabaciones de gente como Rita Coolidge, Joni Mitchell, Dan Fogelberg, James Taylor o Judy Collins, entre muchos otros, al margen de –cómo no– otras colaboraciones no siempre puntuales en el trabajo en solitario de sus compañeros David, Neil o Stephen o incluso en un disco de regreso de The Hollies durante la década de los ochenta.
Objetivamente, un carrerón; sin duda. Tanto para aquellos que ya estén muy familiarizados con la carrera musical de Graham Nash que acabamos de resumir de forma precipitada, como para los que simplemente hayan oído hablar de él a grosso modo pero que quieran introducirse de una vez por todas en la trayectoria de un artista grandioso como él, a la par que tan poco común, recomiendo estas recientes “Reflections. The Definitive Collection” (Atlantic/Rhino). Algo así como un resumen de indudable peso descriptivo de una aportación musical tan sustanciosa como la suya durante las últimas cuatro décadas del siglo XX y la que llevamos del XXI. Una primorosa entrega magníficamente presentada en formato de estuche desplegable, que se compone de tres compactos y un precioso libro de, nada más y nada menos, 150 páginas a todo color con abundante material fotográfico –Nash es algo más que un aficionado a la fotografía–, información histórica interesantísima y una notas redactadas por el propio Nash explicando cuestiones varias relacionadas con todas y cada una de las canciones seleccionadas provenientes de todas sus etapas creativas. Como no podía ser de otra manera, y a fin de colmar el apetito de sus seguidores más completistas, entre los sesenta y cuatro cortes escogidos, el disfrutante se topará ante un buen número de inéditos: sin duda, el valor añadido de la presente entrega, a base de tomas desconocidas de algunos de sus hits más importantes junto a grabaciones hasta ahora desconocidas que por una u otra razón habían permanecido lejos del gran público y al alcance, en el mejor de los casos, tan sólo gracias a alguna grabación pirata. Una auténtica delicia, vaya.
Para finalizar, y si es que he sido capaz de convencerles sobre la bonanza de esta entrega magnífica, me permito darles un último consejo; eso sí, siempre que la economía de cada uno se lo permita en estos tiempos, para la mayoría, de extenuante crisis. Recomiendo que, a poder ser, se opte por el riguroso formato tangible, ya que en un caso notabilísimo como el presente, nobleza obliga. Un servidor, que en su día pasó por caja, cuando contempla el producto y lo escucha una y otra vez, se le cae la baba… ¡De veras!