Huele a azufre en el pantano: The Gun Club y “Fire of love”


JOSÉ LUIS FERNÁNDEZ
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El otro día dedicaba un post a Inger Lorre y sus Nymphs, y hoy me dispongo a hacer lo mismo con el irrepetible Jeffrey Lee Pierce. Al igual que en el caso de Inger, The Gun Club tenían el potencial para haber llegado lejos, pero fueron unos adelantados a su tiempo, y la incomprensión de público e industria frustraron sus planes. Últimamente escucho a todas horas “Fire of love”, el disco por el que serán recordados, y cada vez que suena el atronador inicio de “Sex beat”, creo estar ante el mejor álbum de Rock de todos los tiempos. Gracias a The Gun Club, el Blues volvió a ser la música del diablo.

De haber aparecido unos años más tarde, cuando la industria apoyaba sonidos más oscuros y retorcidos, “Fire of love” quizá figuraría en todas las listas de discos clásicos del Rock, y probablemente The Gun Club hubiesen alcanzado cierta fama, o al menos se hubiesen hecho con una sólida base de fans. The Cramps lo consiguieron en circunstancias parecidas a base de perseverancia y trabajo duro, pero la personalidad de Jeffrey Lee Pierce estaba bastante alejada de la profesionalidad que siempre ha caracterizado la trayectoria de Lux y Poison. Inseguro y autodestructivo, el vocalista moriría sólo, deprimido y arruinado en 1996.

Pero no es momento de lamentarnos, sino de reivindicar la figura de uno de los intérpretes más personales de su época. The Gun Club crearon un Blues bastardo impregnado de heroína, sangre y magia negra. Basta con buscar en Youtube cualquiera de sus filmaciones en directo para comprobar el carisma de Lee Pierce como intérprete, poseedor de la presencia chamánica de todo un Jim Morrison. Fueron pioneros incomprendidos con todo lo que ello conlleva, demasiado Punks para los fans del Blues y demasiado enraizados a su vez para los punk rockers, pero su debut es la clase de disco que no envejece jamás.

Como tantos otros, me introduje en la música de The Gun Club a través de Mark Lanegan, que incluyó una versión del grupo en su álbum del 98 “I’ll take care of you”. En aquellos años Lanegan era uno de los artistas más fiables del momento, y en cuanto me hice con una copia de “Fire of love”, directamente me hechizó. Nunca volverían a grabar nada de ese nivel, pero la energía electrizante que recorre cada surco, y esa particularísima reinterpretación del Blues colisionando con la energía primigenia del Punk Rock sigue teniendo vigencia a día de hoy.

Podríamos pensar que son un conjunto olvidado más allá de los círculos especializado, pero su influencia es mayor de lo que puede parecer a primera vista. The White Stripes, mismamente, basan gran parte de su sonido en nuestros protagonistas, y Jack White lo reconoce sin miramientos en entrevistas cuando le preguntan acerca de ello. Pero las similitudes terminan aquí. Los Stripes coquetean con el Blues, lo distorsionan y moldean a su antojo para incorporarlo a su Rock postmoderno. The Gun Club, sin embargo, no es que lo tomen como materia prima para sus experimentos. Aqui el Blues es el fin. Lo cantan, pero también lo viven. Lo sufren y, en última instancia, son destruidos por la propia naturaleza demoníaca del mismo.

The Gun Club se revelan en “Fire of love” como los hermanos de sangre de The Cramps. Lo que éstos hacían tomando como punto de partida el Rockabilly y los sonidos más estrambóticos de los años 50, es lo mismo que consiguen hacer Jeffrey y los suyos con el viejo Blues: sacarlo de los campos de algodón para hacerlo sonar en el infierno. Ambos grupos tenían puntos en común más allá de su sonido: “For the love of Ivy”, uno de los cortes más desquiciados del disco, estaba dedicado a la guitarrista de The Cramps, y el percusionista Kid “Congo” Powers había sido miembro de ambas bandas. Ambos compartían un universo propio similar, pero en mi opinión, The Cramps, pese a habernos legado grandísimos discos, jamás llegaron a firmar una obra tan rotunda como la que nos ocupa.

Algo inquietante, incómodo y profundamente oscuro acecha a lo largo de la escucha. Uno atraviesa distintos estados de ánimo mientras dura el viaje, y no son en absoluto agradables. “Fire of love” suena a magia negra, a aguas pantanosas, a ritual voodoo, y la espasmódica forma de vocalizar de su líder tiene mucho que ver con ello. Y eso que no escatiman temas más accesibles, potenciales singles del calibre de la inicial “Sex beat” o la acelerada “She’s like heroin to me”. Pero en el resto del trabajo bajan al cruce de caminos para encontrarse con Lucifer, dispuestos a vender su alma a cambio de la inmortalidad que sólo una gran obra puede asegurarles.

Pocos músicos blancos han logrado captar el desgarro del Blues originario, su sonoridad nocturna y sofocante, y su inquietante iconografía. Puede que fuesen una banda de Punk Rock, pero Jeffrey Lee Pierce tenía alma de Bluesman. Contemporáneo de los Germs, X y tantos otros rockeros salvajes, pero en el fondo un merodeador nocturno destinado a caminar por los senderos de Robert Johnson y Skip James, y consciente de estar condenado a compartir el atormentado destino de todos ellos.

Las slides y los tres compases característicos de los sonidos del Delta se entremezclan con los ritmos más acelerados, y el nivel compositivo era tan exagerado que parece que estemos ante la recopilación de una banda con diez o veinte años de historia. “Ghost on the highway”, “Jack on fire”, “Fire spirit”, “Promise me”, las versiones de “Preaching the Blues” y “Cool drink of water”… impresionantes canciones. “Fire of love” es uno de esos grandes tesoros musicales inaccesible para las masas. La clase de disco al que uno siempre puede regresar cuando uno está a punto de perder la fe. No salvará tu alma, pero te reencontrarás con un genio maldito llamado Jeffrey Lee Pierce.