Ettore Scola: “Ya no amo Italia pero sí el cine que habla del hombre y sus problemas”


Un clásico. Ettore Scola no necesita presentación. Autor de películas como Una jornada particular o Competencia desleal, el director italiano explica a El Cultural su abandono del cine y su visceral rechazo de la actual política italiana


JUAN SARDÁ
El Mundo




Siempre nos quedarán los grandes del cine. Harto de soportar una realidad que le provoca náuseas, el legendario Ettore Scola (Treviño, 1931) ha decidido pasar de “turista” de la lectura a “profesional”, lo cual significa “subrayar, releer una y otra vez y pensar en voz alta” además de realizar ilustraciones para los autores que ama: Tácito, Plutarco y todos los poetas grecolatinos, con especial atención a la picaresca española citando a Quevedo o el Lazarillo de Tormes.

Esa realidad que le repugna tiene como santo y seña a Berlusconi. Tal es el sentimiento de tristeza y amargura que invade al mítico cineasta, autor de títulos fundamentales del cine del último siglo como Una jornada particular (1977) o La familia (1987) que después de dirigir Gente di Roma (2003), su postrer homenaje a la Ciudad Eterna, decidió colgar los objetivos. El motivo es muy sencillo: “Italia ha sido protagonista de mis películas. Y para hacerlas hay que amar el contenido de lo que cuentas, y yo ya no amo a Italia”. O sea, que a la lista de agravios atribuibles al simpar Cavaliere hay que añadir uno: quitarle las ganas de trabajar. Ettore Scola recibe a El Cultural en el recién concluido Festival de Valladolid, donde actúa como presidente del Jurado, haciendo una excepción: ha dejado el cine y no tiene muchas ganas de hablar con periodistas.

Destino: el presente

Es un hombre serio, de gesto adusto y economía de palabras que desmonta todos los tópicos sobre los italianos. No es fácil hacerle hablar y quizá todo se deba a su poca afición a la nostalgia, una tentación que define como “peligrosa y reaccionaria”. “Siempre hay que mirar el presente”, añade, aunque ese presente le espante y lo haya apartado de las cámaras. Además, dice, “yo creo que con 35 películas dirigidas y 62 más como guionista he cumplido”. De sobra.

-Pero uno puede seguir amando algo aunque le espante. Usted ha realizado películas sobre la Italia del fascismo, como la célebre Una jornada particular o Competencia desleal (2001).

-Detesto a los nazis y el fascismo pero existía su reverso, la libertad. Ahora tenemos libertad y no veo reverso. Es un problema generalizado de valores, por llamarlo de alguna manera. Berlusconi ha sido la culminación de una situación cada vez más degradada en la que lo único que importa es el dinero, las mujeres y el éxito. Existe un sentimiento de egoísmo, de pensar sólo en el propio beneficio que lo ha invadido todo. Eso sí, aún no he perdido la esperanza de que eso disminuya.

Ideología e igualdad

Palabra de comunista convencido. Interrogado sobre una ideología que hoy casi suena a prehistoria, define su posición de manera sucinta: “Para mí el comunismo significa luchar por la igualdad, ni más ni menos”. Y vuelve a aparecer el nombre de Berlusconi, al que cita una y otra vez sin que nadie se lo pida.

-Usted ya no ama Italia, ¿pero sigue amando el cine?

-Por supuesto. Amo el cine que habla del hombre y sus problemas. Las buenas películas no escriben la biografía del director sino la del público. Por ejemplo, el cine de Buñuel no habla de él sino de mí. Por eso lo amo.

-¿Existe una manera de hacer películas “a la italiana”?

-Existe y nace con el neorrealismo. Ahí está el inicio de todo después del cine fascista. Fue un movimiento que conmovió al mundo, de Inglaterra a Francia pasando por España. A partir de ese amor por la realidad surgen todos los géneros, del melodrama a la comedia, Zavattini es el primer maestro en esta última ramificación. La comedia sigue siendo uno de mis géneros preferidos, me gusta esa forma de abordar desde la diversión los asuntos serios de la vida.

-¿Detecta la influencia del neorrealismo hoy en día?

-La detecto en el cine independiente de Estados Unidos, que es el mejor del mundo. Si uno ve ciertas películas americanas, podrá saber mucho de ese país.

-Se habla de un renacimiento del cine italiano, ¿suscribe esa idea?

-Hay dos directores muy interesantes: Matteo Garrone (Gomorra) y Paolo Sorrentino (Il Divo). Ellos demuestran que aún es posible hacer películas en mi país que disgusten al poder. También me gusta Marco Risi, pero ahí acaba todo.

-Al pensar en el cine italiano, es casi increíble que en un mismo momento coincidieran talentos tan asombrosos como el de Fellini, Rossellini, De Sica y el de usted mismo.

-Siempre ha sucedido así en todas las épocas históricas. De repente uno encuentra en el mismo lugar a grandes músicos, cineastas o pintores o no encuentra nada. La historia es como un paisaje en el que hay montañas y planicies.

Espíritu crítico

La pasión. Ese es el motivo por el que Ettore Scola asegura que ha trabajado incansablemente en el cine durante cincuenta años. Debutó como guionista en un ya lejano 1953 escribiendo Canzoni di mezzo secolo, donde comenzó a trabajar con el director Domenico Paolella con el que realizaría una decena de películas. Y en 1962, año en el que escribió para Dino Rissi el éxito internacional Il Sorpaso, fue el protagonista de esta película, Vittorio Gasman quien le convenció de que debía comenzar a dirigir. Aunque Scola deteste la nostalgia, no es difícil adivinar en el rostro del cineasta un halo de melancolía al recordar el episodio. Dos años después se ponía tras la cámara para dirigir su primer filme, la comedia Se permette parliamo di donne. A partir de aquí, ha tocado todos los palos: más comedia a la italiana en la famosa Feos, sucios y brutos (1976), los aires viscontianos de Una jornada particular, el drama en La terraza (1980), el género histórico en La noche de Varennes (1982) o la belleza crepuscular de ¿Qué hora es? (1989), donde dirigiría a Marcello Mastroiani por última vez.

-¿Está orgulloso de sus películas?

-Nunca las vuelvo a ver pero sí, me siento satisfecho. Para mí el cine siempre ha sido una vocación que surgía de la pasión y creo que todas, aunque las haya mejores y peores, han sido fieles a esa pasión. Se corresponden con lo que vivía y sentía en ese momento.

-¿Cree que el cine sirve para hacer un mundo mejor?

-No creo que las películas sirvan para construir un mundo mejor ni que lo transforme, pero sí deben servir para que los espectadores puedan comprenderlo. Un buen filme debe cultivar el espíritu crítico.