John Lennon, la dura vida de un genial inseguro


JORDI COROMINA i JULIÁN
Corominasijulian.blogspot.com




Murió Aquiles e inauguró una espiral de héroes fallecidos prematuramente. Alejandro, Cleopatra, Jesucristo, Juliano el Apóstata. El club de los 33 de la Historia. El siglo XIX reinventó el mito y le dio visos más artísticos. Poetas, músicos y pintores accedieron al panteón de los sueños rotos antes de tiempo. La pasada centuria modificó, un mero trasvase léxico, la fórmula y de James Dean pasó a las estrellas del rock. Cinco malditos con 27. Jimmi Hendrix, Joplin, Brian Jones, Jim Morrison, Curt Cobain. Para John Lennon la otra vida empezó a los cuarenta. Su asesinato le convirtió en santo por rebeldía y arrojo. Los pecados de antaño se convirtieron en milagros engendrados porque la explotación póstuma de su figura transformó su ser en un modelo contracultural fácilmente aceptable en la normalidad, orgullosa de tenerle en su mausoleo legendario, feliz por adorar a un chico a la defensiva que mediante la acción derrotó inseguridades y complejos que a tantos atenazan y destruyen.

La relación bibliográfica de Philip Norman con el autoproclamado Working class hero empezó en 1981, año de la publicación de Shout!, biografía beatle que en nada puede ser definitiva. El Renacimiento pop de los noventa ha dado muchos libros–desde Revolution in the head de Ian MacDonald, hasta Here, there and everywhere de Geoff Emerick–mejor informados y documentados sobre las vicisitudes musicales y personales del cuarteto que revolucionó la cultura popular. Veintisiete años después de su primera incursión en el universo fab, Norman vuelve al tema con la legítima aspiración de mejorar otras semblanzas sobre Lennon, desfasadas por el transcurrir de las décadas u olvidadas por innecesarios partidismos. Sin duda, su aportación es sublime, si bien quizá tenga el defecto de centrarse demasiado en los sesenta para luego apuntar datos muy interesantes que no acaban de concretarse, y ello en parte es culpa del desajuste existente entre las partes. Al igual que hicieron Hunter Davies en el pionero The Beatles, publicado en 1968, y Barry Miles en Many years from now, el autor del volumen dedica una extensa introducción a la infancia y adolescencia para que el lector pueda entender como una ciudad medio en ruinas del norte de Inglaterra pudo generar tamaña energía y traspasarla a todo el Planeta. En este sentido, el niño que nace el 9 de octubre de 1940 empieza a caminar con múltiples obstáculos en su horizonte. La Segunda Guerra Mundial y el trabajo de su padre dividirán irremisiblemente el núcleo familiar. Freddie por los mares de cinco continentes. Julia en las pistas de bailes con soldados y marineros. El retorno del progenitor será una tragedia de elección y penuria, un tira de afloja entre Nueva Zelanda y su patria chica. John elegirá una figura materna poco protectora, con la que establecerá una relación especial sin compartir techo. Entre las cuatro paredes de Mendips, la casa de Menlove Avenue, la tía Mimi ejercerá la función de educadora del pequeño, instruido para comportarse correctamente en sociedad y hablar sin el enrevesado e incomprensible acento scousse. La disciplina y los buenos modales serán otro acicate para que el desdichado jovencito se transforme al salir del hogar para vagar en bicicleta durante horas por los campos cercanos, donde los días entre amigos adquieren una textura similar a la de las correrías de Guillermo y su pandilla, nostalgia de parajes desprovistos de televisión y tecnologia. El grupo y la necesidad de un compinche esencial marcarán su existencia.

Al ingresar en la pubertad, Lennon cosecha fracasos en la escuela y descubrimientos de suma importancia que coinciden cronológicamente con el desvanecerse del sopor de la posguerra y la aparición de emblemas inolvidables que alterarán el ritmo de toda una generación. Brigitte Bardot es mencionada en las masturbaciones grupales y modelará el prototipo femenino que guste a John hasta 1968. Elvis será otra cosa, una epifanía con voz de oro que le impulsará a la esfera musical. Nada fue lo mismo después de Heartbreak Hotel. Adoptará, para desesperación de su tía, la estética Teddy Boy– tupé, pantalones ajustados, botas de punta– y pedirá a su madre que le enseñé a tocar algunos acordes de guitarra con su banjo. La experiencia resultará fructífera y le llevará a fundar The Quarrymen, grupo skiffle donde ejercerá de líder con desparpajo, divirtiéndose a la espera de progresar y emular a sus ídolos norteamericanos, feliz por poder actuar en público, reivindicarse y exhibir su humor goon al respetable. El domingo seis de julio de 1957 les contrataron en la fiesta de la iglesia parroquial de Woolton. Cerca de la tumba de Eleanor Rugby acaeció un choque cósmico que parte la biografía en dos partes y exige modificar el tono de este articulo para que lo explicado pueda ser comprensible sin dimensiones enciclopédicas.

Lennon-McCartney: Jugo de limón y aceite virgen en la genialidad

“John tenía un montón de cosas de las que protegerse y eso conformó su personalidad; era una persona muy a la defensiva. Creo que eso producía un equilibrio entre los: John era caústico y punzante por necesidad y, debajo de eso, era una persona completamente afectuosa cuando le conocías bien. Yo era lo contrario: de trato fácil, cordial, no necesitaba ser caústico ni mordaz ni ácido, pero si hacía falta podía ser duro. Aquella asociación, aquella mezcla, era increíble. Ambos teníamos cualidades sumergidas que los dos conocíamos y veíamos. Nunca hubiéramos podido aguantarnos tanto tiempo si hubiéramos tenido sólo una dimensión”.

(Paul McCartney, Many years from now)

“Podríamos mandar nuestras figuras de cera y las masas quedarían satisfechas. Los conciertos de The Beatles ya no tienen nada que ver con la música. No son más que putos ritos tribales”.

(John Lennon)

La colisión positiva de esos dos colosos es, sin temor a exagerar, uno de los acontecimientos más trascendentes de la segunda mitad del siglo XX. Ivan Vaughan fue el enlace que les catapultó a una amistad de contrastes que se complementaba y terminó por reforzarse por la muerte de sus dos madres. Paul la perdió en 1956 a consecuencia de un cáncer de mama y John casi vio con sus propios ojos como en julio de 1958 un policía borracho atropelló a Julia, con la que tuvo fantasías eróticas, al lado de Mendips. Esa ausencia compartida cimentó su vínculo y fue un aguijón de camaradería y competitividad. En esa época las estrellas tenían sus propios compositores. Los dos chavales escribían sus letras sin saber que haciéndolo transformaban la tradición. Se reunían en casa de Paul, Mimi no quería que John se relacionara con adolescentes de estatus sociales inferiores, y experimentaban guitarra en mano. La meticulosidad de McCartney profesionalizó la actitud escénica de la banda y Lennon lo agradeció adoptando su papel histriónico, explotado en Hamburgo hasta constituirse en un precedente de actitud punk, con sus saludos nazis en directo, imitaciones de retrasados mentales e insultos a los alemanes por haber bombardeado Liverpool. Si Paul, por versatilidad musical, captaba cualquier melodía que le pusieran delante, John se pavoneaba de ser un rocker puro. La diplomacia enlazada con la provocación en mentes siamesas, conectadas por sinapsis irrepetibles. Viajaron a Paris y se dejaron flequillo. Durante los años previos a la firma de su contrato con EMI, ambos plantaron la semilla del éxito, donde no hubieran llegado sin un sinfín de nombres y casualidades. El autobús 86 y un tal George Harrison fanático de la guitarra. El hermanito pequeño fue el tercer hombre, objeto de burlas por parte de los mayores, que le respetaban por sus dedos habilidosos y un admirable tesón por superarse. Pete Best fue un remiendo de zapato arreglado definitivamente cuando George Martin les abrió la puerta de EMI después del rechazo, el día de año nuevo de 1962, por parte de Decca. Ese contacto no hubiese sido posible sin la prestancia de Brian Epstein, manager de the Beatles y soporte básico para la estabilidad emocional de Lennon, huérfano perpetuo que halló en antiguo responsable de NEMS un apoyo a prueba de bombas. El círculo se cerró con Ringo, el batería que se contentaba con marcar el ritmo, ¡pero de que manera!, y poner paz cuando los egos se hinchaban hasta el infinito. Su opinión, porque no se andaba con chorradas, era la que más contaba para John.

Hasta 1967 Lennon y McCartney compusieron juntos gran parte de los temas que dieron la fama a The Beatles. Nuestro protagonista ejerció de líder en una formación sin alguien que sobresaliera por encima de los demás, un grupo donde los cuatro cantaban y dos se imponían por vigor y genialidad. El protagonista de la biografía de Norman era el iconoclasta, con su gorra a lo Lenin y sus declaraciones, un hombre que, mientras se sumergía en la pesadilla de ser un símbolo global ocultaba su matrimonio con Cynthia para no perjudicar intereses comerciales, un hombre que cuando todos le veneraban pedía socorro en una célebre canción que la mayoría interpretó como otro himno festivo. The Beatles fueron la punta de lanza de esa alegría típica de los sesenta, renovación estética e innovación formal. Letras como poemas. Yeah yeah yeah. Feedback de la nada. Chicas desgañitándose. La apoteosis inglesa de 1963 alcanzó una dimensión superior en Estados Unidos. La muerte de Kennedy y la urgencia del retorno de la sonrisa propiciaron un recibimiento más que multitudinario refrendado por su show en directo en el programa de Ed Sullivan, cuando 73 millones de telespectadores fijaron su mirada en esos ingleses deslenguados, simpáticos y talentosos. Bob Dylan y la marihuana en una habitación de hotel. El triunfo al otro lado del charco incrementó el ya de por si cargado ritmo laboral del cuarteto. Giras y más giras. Gritos ensordecedores que no les dejaban escuchar su propia música. Lennon se sintió encarcelado en un cárcel dorada, sujeto a un modelo de comportamiento que le disgustaba porque le cortaba sus alas de libertad, todo ello en su apogeo creativo, cuando componía más canciones que McCartney y aún era contemplado por los demás como el admirable John, el que bebía cerveza cuando ellos debían conformarse con leche y coca-cola.

1965 rompió las cadenas. En una visita a un amigo dentista tomó, junto a George Harrison, LSD y expandió su mente. Quemó mil barreras y cruzó un límite peligroso. Sus letras se despojaron de tanto amor y adquirieron matices poéticos. Rubber Soul ya le ve, ¡con 25 años!, como un lírico de excepción capaz de escribir letras como Norwegian Wood, con la dulzura cínica y letal de su canto, o In my life, composición madura que contrasta con chiquilladas machistas como Run for your life, agresiva con la mujer y síntoma musical de su malestar conyugal. Mientras Paul vivía en Londres, el y los demás se alejaron de la capital para vivir en lujosas residencias en cansinas urbanizaciones. Mientras McCartney, visitaba galerías y se introducía en las vanguardias, dando rienda suelta a su imaginación en el estudio e inventando el loop en Tomorrow never knows, Lennon consumía televisión y ácidos sin perder su enorme chispa corrosiva plagada de inteligencia. Las tornas iban virando sin que se diera cuenta, sumergido como estaba en su galaxia de drogas e insatisfacción. La encrucijada llegó el 29 de agosto de 1966, semanas después de la polémica sobre Jesucristo y la andanada extremista de la América conservadora. The Beatles dejaron los conciertos en directo y se tomaron una pausa.

El derrumbe y Yoko Ono

“That wedding bells are breaking up that old gang of mine.”

(Gene Vincent & his blue caps)

I need a fix ’cause I’m going down
Down to the bits that I left uptown
I need a fix cause I’m going down

( John Lennon, Happiness is a warm gun)

Ringo siguió siendo Ringo, George se fue a la India, Paul compuso una banda sonora y John aceptó una oferta para rodar una película en Almería. De su periplo español trajo Strawberry Fields, donde nada es real, y una última tranquilidad de espíritu. A finales de 1966 conoció a una artista fluxus, Yoko Ono. Visto y no visto. El cenit estaba a la vuelta de la esquina. Durante seis meses, Lennon y McCartney acapararon todo el protagonismo en el estudio. Harrison se conformó con una canción hindú y algún que otro solo de guitarra. Ringo aprendió a jugar al ajedrez con los roadies. Paul y John coparon el vendaval del Pepper, álbum que, desde una idea conceptual frustrada, abarca un falso grupo, letras psicodélicas, coros de una hermosura inigualable y un final enlazado apoteósico que recibe colofón con A day in the life, estallido de la compenetración entre dos amigos poniendo toda la carne en el asador. Su popularidad sufrió un vuelco, y de ser los músicos más amados pasaron a ser considerados estandartes, iluminados con un don casi sobrenatural.

El verano del amor, All you need is love, fue el sol de la muerte. El adiós de Brian Epstein, víctima de una sobredosis, precipitó lo impensable. Los chicos se quedaron solos en el barco. McCartney se erigió en líder organizativo y director musical del conjunto. Cargó a la banda con su descomunal hiperactividad, propuso rodar el Magical Mistery Tour y asumió toda la responsabilidad para que la nave llegara siempre a buen puerto sin bajar el pistón. Lennon, disminuido por sus adicciones y debilidades, aceptó, cabizbajo. La estancia espiritual en la India fue un último instante armónico previo a la triste batalla. La paz del ashram, alud de nuevas composiciones, se clausuró con un malentendido y un retorno en avión hacia Inglaterra donde confesó a su mujer la mayor parte de sus centenares de infidelidades entre camerinos, prostíbulos, clubs e impolutas habitaciones. Fue a Nueva York con su siamés a lanzar Apple y lo vio acaramelado con una americana, Linda Eastman.

Yoko Ono no se había ido de su existencia. Se habían visto ocasionalmente y se carteaban con frecuencia. En mayo de 1968 la artista japonesa visitó a John una noche, grabaron sonidos, el futuro y polémico por su portada Two virgins, e hicieron el amor al despuntar el alba. Ono sacudió su pasividad, confiriéndole una imagen activista y un tono netamente individualista, separado de sus compañeros. Para remarcar su metamorfosis se dejaba fotografiar con su musa, plantaba bellotas de la paz, vestía de blanco y hasta la llevaba al templo sagrado de Abbey Road, donde nunca antes una mujer beatle había puesto los pies, y lo que es peor, se atrevía a opinar sobre cómo tocaban los chicos. El 13 de octubre fundió a su madre con Yoko, ocean’s child, en la canción Julia. Beatledammerung. The White Album como suma agria de las partes en cuatro vinilos. Crecieron las fricciones, hubo varios conatos de abandono. Paul y sus ideas. Un documental que mostrara al grupo trabajando en un nuevo álbum que presentarían en un concierto. Get Back se transformó, un año después, en Let it Be.

Uno mandón e incansable, el otro heroinómano, irascible y obsesionado con su pareja, de la que no se separaba, y así fue hasta 1973, ni para ir al baño. Discusiones, luchas económicas por acciones y la elección de un nuevo manager. Y siempre, absolutamente siempre, su extensión siamesa, con Paul casándose el 12 de marzo de 1969 en Londres y John emulándole una semana después en Gibraltar. Bed in. Give peace a chance. The Ballad of John and Yoko como resumen musical registrado en una sesión donde sólo participaron ambos. Aun quedó Abbey Road, áureo regalo de despedida con una cara final donde esos señores, Lennon y McCartney, mezclan sus composiciones en un medley épico de 8 canciones y un suspiro a su majestad. And in the end, the love you take, its equal to the love you make. El veinte de septiembre John anunció en privado a sus compañeros que dejaba el grupo. I want the divorce.The dream is over.

Happiness is a warm gun: Una década a investigar

La noticia se mantuvo en secreto hasta el diez de abril de 1970, cuando un deprimido e iracundo Paul McCartney publicó su primer LP en solitario con una entrevista adjunta en que corroboraba la ruptura. La nueva década ve un Lennon politizado que sigue con su calvario personal. Su preponderancia al abordar asuntos que traspasaban la esfera musical le acarreó complicaciones, minucias si las comparamos con su sufrimiento por culpa de la heroína. Alaridos balsámicos. Terapia Janov compartida con Yoko que a nivel creativo engendró John Lennon-Plastic Ono Band, su mejor disco como solista, un exorcismo de confesiones de un hombre en continuo estado cambiante. En 1971 emigra a los Estados Unidos de América y prosigue su incesante agitación de protesta, actitud que contrasta con la salida al mercado de su disco más comercial y soft, Imagine. Sus esfuerzos se centran en obtener la carta verde que le permita anclarse en el Nuevo Mundo sin temor a ser deportado. Da la sensación, y así lo transmiten las páginas escritas por Norman, que ese período es como una válvula de escape para expulsar fantasmas del pasado y proyectar una personalidad radical que concuerde con la ruptura, que aporte una credibilidad al sujeto vigilado por el FBI hasta el estallido del Watergate.

La suerte, pese al sufrimiento interior, le sonríe. En 1973 algo se quiebra y la indestructible unión John Yoko padece una crisis. Escasea el deseo sexual y hay muchas mujeres disponibles. Pactan una pausa que se conoce como el Lost Weekend, cuando Lennon se fue durante año y medio a Los Ángeles, con frecuentes retornos a Nueva York, para emborracharse con Harry Nilsson, Ringo Starr y Keith Moon, además de ser expulsado de clubes, tenérselas con Phil Spector, reencontrarse con Paul McCartney, colaborar con Bowie y Elton John y finalmente reconciliarse con Yoko Ono en el Madison Square Garden.

Ninguna biografía sirve para comprender en su totalidad los últimos cinco años de la vida de John Lennon. Norman afirma tener dudas sobre las informaciones, contenidas en Nowhere Man de Robert Rossen, que retratan al genio de Liverpool como un hombre insano, maniático de la numerología y resentido por el éxito planetario de su otrora socio. Más creíble, aunque demasiado buenista, es la imagen del amo de casa, contento por ejercer de padre, amasar pan y dejar que su mujer, convertida por arte de birlibirloque en una ejecutiva agresiva, se encargue de los negocios. Habrá un término medio, una vía alternativa. Quizá me equivoque y una de las suposiciones atine más que la otra. Sabemos que durante un lustro se retiró y disfrutó con lo básico. En 1980 regresó a las portadas. Double Fantasy fue acogido con reservas y se coló en las listas de manera discreta. El 8 de diciembre de 1980 John Lennon volvía al edificio Dakota después de una jornada en el estudio de grabación. Mark David Chapman, un chalado con El guardian entre el centeno de Salinger como Biblia a quien horas antes había autografiado su último LP, le disparó seis tiros. Murió en un coche patrulla de la policía, camino del hospital. El mundo entero cantó sus canciones y guardó diez minutos de silencio para homenajearle. El poeta amante del surrealismo en los sesenta, el concienciado treintañero de los setenta desaparecía dejando un denso legado. Algunos literatos aun se rasgan las vestiduras si se equiparan ciertas composiciones pop a poesías o novelas, pero tienen que aceptar que muchas canciones ejercen desde su calidad lírica, y no sólo hablamos de John, una potencia imparable. El problema es que nuestros tiempos de marketing por doquier practican severas y vomitivas manipulaciones. Lo artístico queda relegado. Lennon y el Che no distan mucho. La música se ha ido a otra parte. Detesto las camisetas.

PS: El libro destaca entre otras cosas por su precisión. En más de ochocientas páginas sólo hay dos errores de bulto. La grabación de la parte orquestal de A day in the life, fue el 10 de febrero de 1967, no el 10 de marzo. Julia, canción mencionada en este artículo, no dura 33 segundos, sino 2 dos minutos y 54 segundos.