Los Blues Tuvieron Un Hijo…


ALFREDO ROSSO
Con-Secuencias




...y lo llamaron rock and roll. La frase suele atribuírsele Muddy Waters y tiene plena justificación. En una antigua entrada de este blog nos preguntamos cuál fue el primer rock de la historia y decidimos que sigue siendo una búsqueda con final abierto. Pero aunque no coincidamos en determinar cuál fue el primer rock and roll, sigue siendo fascinante bucear en sus raíces, que reconocen dos grandes tributarios: el blues del Delta del Mississippi, que floreció en los años ’30 del siglo XX y el blues eléctrico de Chicago, que tuvo su pico de intensidad en las dos décadas siguientes.

Uno de los elementos fascinantes de la historia del rock con base de blues es la forma en que sus grandes hitos discográficos están irremisiblemente unidos a la música de las décadas anteriores. Y si bien en la mélange de estilos que contribuyó a abonar el camino para la música de Elvis Presley, los Beatles o Led Zeppelin entran sin duda el folk estadounidense y la música country de dicho país, es indudable que una parte decisiva de su gestación tiene que ver con las diversas mutaciones que experimentó la música de blues entre 1930 y 1955.

Lo más curioso es que cuando consideramos la música de grandes artistas del blues blanco, como John Mayall’s Bluesbreakers, The Rolling Stones, Cream, Led Zeppelin, Paul Butterfield Blues Band o Canned Heat, por citar sólo cinco ejemplos de notables bandas surgidas en los años ’60, debemos también agradecerles el haber rescatado del olvido o del limbo del desconocimiento más total a auténticas leyendas del blues, como Robert Johnson, Skip James o Willie Dixon, o a jerarquizar aún más la obra de baluartes como Elmore James, Muddy Waters o Howlin’ Wolf.

¿Por dónde pasa la conexión entre los dramáticos sonidos que Robert Johnson paseaba por los algodonales del Mississippi en los años ‘30 y la reinterpretación de su repertorio, en un contexto eléctrico a cargo del trío Cream tres décadas más tarde? Interrogados los principales protagonistas, un patrón surge en común: en la Inglaterra de principios de los ’60, todavía agrietada por las penurias de la posguerra, el blues estadounidense tocó un nervio sensible en los jóvenes músicos que recién empezaban a desentrañar los secretos de una guitarra eléctrica. Mucho de la pasión y el dramatismo de aquellos antiguos blues negros encontró un terreno fértil en otra época y otra geografía, teniendo como elemento en común a un grupo de gente que no encajaba en su entorno social y que había encontrado en la música de blues un vehículo para exorcizar sus frustraciones y canalizar sus anhelos. Esto explica la intensidad y el fervor con que chicos apenas salidos de la adolescencia podían volcar al cubrir ese repertorio que ya acumulaba varios años sobre sus espaldas.

Los Rolling Stones impactaron fuertemente con sus primeros dos álbumes y un puñado de simples iniciales donde encararon con convicción el repertorio de Muddy Waters (“I want to be loved”, “I can’t be satisfied”), Slim Harpo (“I’m a king bee”) y Bo Diddley (“Mona (I need you baby)” y hasta obtuvieron un número uno con el clásico “Little red rooster”, tema de Willie Dixon via Howlin’ Wolf. Los Yardbirds –con un muy joven Eric Clapton en sus filas- no se quedaron atrás y su repertorio incluyó también gemas bluseras como “Good morning little schoorgil” del primer Sonny Boy Williamson, “Five long years”, de Eddie Boyd, “Boom boom” de John Lee Hooker y un favorito del Lobo Aullador, “Smokestack Lightning”, que era el centro de sus afamadas “raves”, largas improvisaciones instrumentales en una época en que los temas rara vez duraban más de tres minutos.

Puede decirse que la segunda ola de blues blanco inglés entró realmente en funciones con el álbum “Bluesbreakers” que unió en 1966 a John Mayall con Eric Clapton y los devotos de ese disco atemporal recordarán el furibundo solo de Eric que adorna el tema que lo inicia, “All your love”, de otro gran bluesman de Chicago: Otis Rush. Ese mismo año Clapton entregó su telegrama a Mayall para irse a formar Cream con Jack Bruce y Ginger Baker, y es allí donde los tributos a los grandes bluesmen del Delta y de Chicago alcanzaron un pico de excelencia. El primer álbum “Fresh Cream” incluía tributos a Willie Dixon/Howlin’ Wolf (“Spoonful”), Robert Johnson (“Four until late”), Muddy Waters (“Rollin’ and tumblin’”) y Skip James (“I’m so glad”). Muchas de estas canciones, sin embargo, alcanzarían un desarrollo mucho más dramático en sus versiones en vivo, aparecidas en álbumes posteriores del grupo, como “Wheels of Fire” y “Goodbye”, junto a otros estándards bluseros, como “Crossroads” y “Sitting on top of the world”.

John Mayall, por supuesto, continuó acumulando homenajes a sus ídolos bluseros a lo largo de toda su carrera, pero es imprescindible destacar el primer álbum que grabó teniendo a Mick Taylor como guitarrista, “Crusade”, de 1967, por la solidez de sus versiones de “I can’t quit you baby” (Willie Dixon), “Checkin’ up on my baby” –de John Lee Williamson, alias “Sonny Boy”- y de un tema que hizo famoso Buddy Guy: “My time after a while”. A todo esto la segunda camada de bluseros británicos floreció con bandas como Fleetwood Mac (que modeló buena parte de su primer repertorio en torno al blues de Chicago, en especial el sonido de slide de Elmore James), Chicken Shack, el Jeff Beck Group, Savoy Brown y Ten Years After, pero sin duda el grupo que llevó la influencia del blues eléctrico un paso más allá en términos de aceptación masiva fue Led Zeppelin, quienes ya en su álbum debut pegaron fuerte con dos clásicos de Dixon: “You shook me” y “I can’t quit you baby”. Es interesante ver cómo este blues eléctrico desarrollado en Inglaterra se fusionó con la corriente de rock progresivo hasta formar una unidad indisoluble, y como todos estos músicos, a su vez, tomaron las influencias de sus grandes ídolos para acuñar un repertorio propio en una vena afín.

Pero aunque es cierto que la conexión británica fue decisiva en la reapreciación del blues tradicional en las décadas del ’60 y ’70, sería injusto decir que en Estados Unidos no había músicos blancos que recogieron el guante. Sin ir más lejos, en la mismísima ciudad de Chicago surgió la Paul Butterfield Blues Band, allá por 1965, con dos guitarristas de excepción, como Elvin Bishop y Mike Bloomfield y un repertorio que alternaba piezas propias con estándars como “Got my mojo working” de Muddy Waters o “Shake your moneymaker”, popularizada por Elmore James. En la costa oeste, entretanto, el tema Canned Heat, atribuído al bluesman Tommy Johnson sirvió para bautizar a la banda de blues blanco más célebre de San Francisco, mientras que en Nueva York, el Blues Project de Al Kooper también descollaba con excitantes versiones de clásicos bluseros de todos los tiempos. Poco después, en tierras sureñas, habían sumado su aporte Johnny Winter y los Allman Brothers, encendiendo una antorcha que, tiempo después, recogería el gran Stevie Ray Vaughan.

A pesar de los puristas, el blues no hace distinciones de color de piel. Se siente o no se siente y ése, en última instancia, es el requisito final, a la hora de tocarlo.