Trucos y tratos


La cuidada reedición de los dos primeros álbumes de Bauhaus saca a los autores de «Bela Lugosi's death» del nicho del Rock Gótico, subgénero que fundaron y superaron con una obra que concentra las mudanzas musicales de la nueva ola británica


JESÚS LILLO
ABC




Treinta años después de su edición, Bela Lugosi's Death, pieza con la que debutó Bauhaus, todavía es el canon que mide, define e incluso contiene la desproporción de un subgénero, el gótico, que en las últimas décadas no ha dejado de incorporar accesorios -también extramusicales, muy celebrados e imitados por el público adolescente- hasta degenerar en adefesio. La sobriedad de las líneas marcadas por el cuarteto británico en aquella canción fundacional y esencial ha dado paso a un abigarrado catálogo de imposturas, musicales y escénicas. Sirva la nueva e inminente minigira española de Marilyn Manson para comprobar hasta dónde puede llegar el pasacalle cuando atraviesa los suficientes puestos de avituallamiento y suministro: electrónicos, cosméticos o de lo que, sobre la marcha, vaya haciendo falta.

Escorado hacia la dramaturgia circense y los excesos sonoros del metal, campo en el que Black Sabbath puso todo de su parte a comienzos de los años setenta para llevar a su terreno musical las fantasías del lado oscuro, el movimiento gótico se filtra y regenera este otoño con el relanzamiento de los dos primeros álbumes de Bauhaus, Mask e In The Flat Field, que regresan al mercado con numeroso material extra -en esta ocasión justificado y provechoso- y sendos libros de carácter documental que reconstruyen y ambientan la era en la que fueron grabados.

Oficio de tinieblas. En su última visita a Madrid, y a caballo de una de esas giras de reunión organizadas para satisfacción de nostálgicos y aficionados a la historia, un Peter Murphy ya avejentado, bastante de vuelta de las sombras y los gestos del expresionismo cinematográfico alemán que recicló en su juventud, pisó las tablas envuelto en una capa: el líder del grupo imitó el vuelo del murciélago, gesto aplaudido por el público, y ejecutó otros cuantos ejercicios escénicos propios del oficio de tinieblas que desempeñó en los primeros años ochenta, pero fue el repertorio de la banda de Northampton lo que finalmente caló entre el público, más pendiente del legado musical de los autores de Terror Couple Kill Colonel que de la fantasmada, negocio en el que para competir, y volvemos a Marilyn Manson, hay que ir muy bien preparado de atrezo.

Quizás haya sido el propio proceso de corrupción del rock gótico el que haya permitido su permanencia a lo largo de las últimas décadas, pero resulta difícil establecer conexiones formales entre la obra de Bauhaus -en su día expuesta a las mudanzas y la urgencia de la Nueva Ola británica- y la de quienes a estas alturas siguen añadiendo postizos coyunturales a su esqueleto, musculado y activado hoy por elementos de quita y pon para adecuarse a los gustos de una audiencia adicta al sobresalto.

La evolución del rock gótico, etiqueta que ha terminado por quedarle pequeña a Bauhaus, si no ridícula, dado su notable deterioro, ha ido en paralelo a la crisis del cine de terror, género en cuya versión actual se valora más el susto que el misterio y cuyo voluminoso público objetivo mezcla espantos y palomitas con la misma naturalidad con que consume las canciones de la última banda presuntamente endemoniada facturada por la industria del rock o de la moda, tanto da. Los planteamientos efectistas cotizan al alza sobre argumentos cogidos con alfileres.

Con una duración superior a los nueve minutos -metraje más propio del rock progresivo que de un punk surgido para combatir, entre otras cosas, la ampulosidad y la falta de inmediatez de aquél-, Bela Lugosi?s Death fue la desafiante pieza con que Bauhaus instituyó un subgénero marcado de origen por la inestabilidad de sus hechuras melódicas y rítmicas. Sólo la temática de las canciones grabadas por el cuarteto británico fue capaz de mantener la unidad de un repertorio cuyas formas musicales siguen hoy representando un excepcional dossier sobre la ansiedad de los músicos del post-punk y la Nueva Ola por incorporar nuevos registros a su obra, sacrificando por el camino cualquier seña de identidad.

Combinar corrientes. Los comentarios y reflexiones de Peter Murphy, Daniel Ash, Kevin Haskins y David J. incluidos, junto a fotografías y material gráfico de la época, en la reedición de sus dos primeros trabajos discográficos, sirven para trazar el febril relato de una de las empresas musicales que mejor ilustran el desequilibrio creativo que afectó al mejor rock de los primeros años ochenta. Pasar por fundadores del rock gótico ha neutralizado la onda expansiva de una banda que, como las más grandes de su tiempo, de Joy Division-New Order a PIL, se hizo permeable para asimilar, adaptar y combinar tantas corrientes, y fueron muchas, como fue capaz de sintonizar y reproducir.