Juan Gelmán, el profanador de lo indecible


Poemas crípticos para "despertar al tiempo de la modorra del olvido" componen el nuevo libro de Juan Gelman: "de atrásalante en su porfía"


RODOLFO EDWARDS
Revista Ñ




Leer a Gelman es escucharlo decir cansinamente y sin énfasis sus poemas.

La poesía de Juan Gelman constituye un género en sí misma. A través de los años el poeta ha edificado una obra compacta, única, intransferible, cerrando "un coto de poesía" que no para de autorregenerarse en un círculo verbal infinito. La marca en el orillo se deja ver ante el menor murmullo o movimiento de sus versos. Gelman es reconocible al primer acorde, es un sonido familiar, "cantito" entrañable como el voceo del canillita o el silbido del afilador.

Su palabra escrita es indisoluble de su voz: leerlo es escucharlo decir cansinamente y sin énfasis sus poemas, como quien camina sin prisa pero sin pausa. Nunca la voz de Gelman fue altisonante, siempre prefirió los registros bajos, profundos. Apela a una gravedad luminosa para "poemar" una vida durísima pero que siempre enfrentó con un corazón inquebrantable, casi invencible. Por su búsqueda de verdad y justicia ha bregado tanto, que en buena parte del planeta ha dejado la marca de su rastrillo.

En el mundo Gelman hay luces en una pista de aterrizaje que nunca dejan de titilar para que regrese una y otra vez al mismo lugar, a la misma herida. Las recurrentes "preguntas gelmanianas" suelen ser retóricas: tienen implícita la formulación de una imputación, escarban como perros de caza, impulsadas por una sed insaciable que no olvida ni perdona: "Esto que empieza solo/de mí, lejos de mí,/es un camino ciego donde/la navegación de la verdad/nunca entra a puerto y lee/sus oleajes de luto (...)¿Qué hace con esto, Usía, juezeando su doctrina apagada? Los que no comen dicha tienen/malpartos en su haber" ("Expedientes"). Los signos de interrogación funcionan como pinzas, como guinches que levantan cada prueba en el simulacro de juicio que se desarrolla en el espacio del poema.

Con la poesía de Gelman el género adquiere un estatuto inefable, amplía su campo de acción para transformarse en un feroz testimonio envuelto en un cofre de oro: nunca ha renunciado a la belleza, siempre pacta con ella antes de subirse a la palabra.

Más críptico quizás que en su libro anterior, Mundar (Seix Barral, 2007), el reciente de atrásalante en su porfía (Seix Barral) se sumerge en un abismo donde no llegan las sondas humanas, perfora las paredes del bunker de la indiferencia, pasa del otro lado del espejo, profanando lo indecible ("La lejanía da limosnas/que nadie puede percibir. Hay un/abierto que incesante nace/en las pequeñas formas/de lo que fuera amor/entre naranjas, arrabales, cosas/donde ya fui").

En la economía de los textos, el uso de los verbos establece un juego metafísico donde el presente interviene el pasado, en un desesperado intento de exorcizar ausencias: "Las pérdidas de hoy, ¿soterran las de ayer? ¿Van/de un dedo a otro en buitres secos/que las saquean ahora?/En los desagües pasan desechos/de la inferioridad de Dios. Las/lejanías no mueren, sueltan/el peligro de ser y su piedra/cae en la vena más dolida" ("Actualidades").

El título del libro anuncia la mecánica de estos poemas: al decir "de atrásalante en su porfía", el poeta manifiesta la urgente necesidad de pulsar las teclas de avance y retroceso para despertar al tiempo de la modorra del olvido. Los neologismos, las paráfrasis tangueras, las distorsiones fónicas, el fraseo intermitente, cierta ironía porteña funcionan como el azúcar al café en la poesía de Gelman, son recursos que sostienen como arneses una enorme mochila de dolor que por el milagro de la poesía se transfigura en imágenes redentoras donde habita una fe, a pesar de todo, en el hombre, en la posibilidad de un cambio, de un giro beatífico para la humanidad. La ausencia de nodos vertebrantes, revelan al poema como un cuerpo herido, el discurso poético se asume como un territorio escarpado donde es difícil hacer pie: "En una rama vibran/el espacio del pájaro y el pájaro/¿Y este oído que escucha/a los clavados con/clavos de resignación? Esas aulas extrañas donde el canto/está vacío" ("La fábrica"). Esa dificultad en el tránsito metaforiza y remite a pedazos de la historia personal de Gelman, verdadero epítome del calvario de un gran número de argentinos, víctimas de las atrocidades perpetradas por la última dictadura militar.

"Lo que se cuenta es lo/que no se cuenta, un rayo, una/interrupción ahí./Lo que se dice es/lo que no se dice como la espiga que brota/y calla su misterio y nadie/sabe qué pasa, qué soluna/o águila del sur/se lleva la llave de la tierra", dice en el bello poema "Silencio tierra", dedicado a Macarena, su nieta recuperada: una batalla ganada en esta larga lucha, pero el guerrero nunca detendrá su marcha, para el poeta otra vez suena la campana.