Kurt Vonnegut: sobre hombres, iguanas y focas


Minotauro edita la novela 'Galápagos'



ÁLVARO CORTINA
El Mundo




En 'Galápagos' (Minotauro), de Kurt Vonnegut (1922-2007), se habla de cerebros todo el rato. Es una novela por momentos muy inspirada y, casi siempre, bastante excéntrica. Se juntan muchas cosas raras. Se habla de un Apocalipsis que queda siempre confuso.

Después de las trompetas y de las plagas y de los mártires resucitados, San Juan ve un nuevo cielo y una Nueva Jerusalén, y "en cuanto al mar, ya no existe". Al revés que en 'Galápagos', donde el hombre resurge, involucionado, en pleno océano, sobre un joven atolón volcánico llamado Santa Rosalía, a casi mil kilómetros de aguas profundas y frías de la costa de Ecuador. Sin otro pasatiempo que copular con focas y comer iguanas marinas.

Se pregunta el narrador: "¿puede haber alguna duda de que los cerebros de tres kilogramos fueron otrora defectos casi fatales en la evolución de la raza humana?" Uno de los neuróticos protagonistas piensa: "Si se me diera a escoger entre un cerebro como tú y las astas de un alce irlandés- le decía a su propio sistema nervioso central-, escogería las astas del alce irlandés". Fin de la cita. Apunte: el alce irlandés se extinguió. El narrador pone cosas como "magnífico cerebro" o "voluminosos cerebro". Es omnisciente, y cuenta su historia un millón de años después (no es hipérbole, se supone) de cuando sucedió.

Vonnegut apuesta por una fragmentación y una digresión sistemática. Y por la sorpresa, pero al mismo tiempo adelanta hechos esenciales, se ríe de todo. A los personajes que se van a morir antes de la salida del sol del segundo día en el hotel El Dorado, en Guayaquil, Ecuador, les corona con un asterisco. Los personajes son caracteres fútiles que se lleva el viento, sometidos a la marejada inclemente de los genes.

Los hermanos von Kleist, dueños del barco Bahía de Darwin, por ejemplo, portan la enfermedad hereditaria "corea de Huntington" en la cabeza. Por ella, su padre, a la edad de 54 años, empezó a experimentar sus efectos: bailaba involuntariamente, tenía visiones. Un día mató a su mujer. Aún con esas, uno de los dos hermanos, Adolf, se convertiría en un segundo Adán. Vivió sus delirios en el atolón, con focas y colonos.

Se habla de guerra y de crisis económica. Y de sequía. Pero la causa no deja de estar velada para el narrador, que (se deja caer ya en la página 39) es un fantasma. En 1986 la Corporación Matsumoto está desarrollando enormemente la inteligencia artificial. Primero inventan el Gokubi, después el aparato Mandarax, un aparato que cita poemas, traduce lenguas y diagnostica enfermedades. ¿Un germen ficticio de Internet? Vale. Pero termina en las fauces de un "enorme tiburón blanco".

'Galápagos' es un trabajo desconcertante. No ya porque se llega a empatizar con personajes muy definidos que, en un paréntesis, como si tal cosa, se nos dice cómo y cuándo morirán, sino que además algunos no tienen relevancia objetiva mínima. Participan de todo ese azar. Es una farsa terrible de cerebros voluminosos e irrisorios. Sería gracioso de no ser inquietante. Hay enfermedades y odio de cada cual a su cerebro. "A veces me gustaría deshacerme de él", dice Mary Hepburn, que acabaría desdentada y con 81 años en Santa Rosalía, devorada por el mentado enorme tiburón blanco, sosteniendo el Mandarax.

Madres de la moderna humanidad

Se puede hablar de otros muchos azares. De las seis indias kanka-bonas, descendientes de esclavos huidos a la selva, que pasan por la prostitución en Guayaquil y terminan siendo las madres de una moderna humanidad sirénida mezclada con focas. Adolf von Kleist está rodeado de estas concubinas mientras, ya provecto, asiste a las alucinaciones que antes vio su padre.

Dado que esta historia se cuenta con una posterioridad de un millón de años, se puede extraer que ninguno de los seis huéspedes del hotel El Dorado sobrevivieron. Aunque no por previsible la muerte es menos tenebrosa, y no por su tono desentendido 'Galápagos' es menos triste. Se trata de un clásico de la ciencia ficción, o "sci fi", que dicen los que saben inglés.