JUAN MALPARTIDA
ABC
Wislawa Szymborska (Kórnik, Polonia, 1923) huye de las grandes palabras. Como poeta y como prosista. En eso nos recuerda a muchos de los mejores momentos de su compatriota el poeta Czeslaw Milosz. Estos comentarios de lecturas, o reflexiones al hilo de lecturas, fueron apareciendo en diversas revistas polacas a lo largo de varias décadas. Sin embargo, sorprende su unidad, que es, en buena medida, la misma que hallamos en su poesía.
Aunque no se trata de poemas, sino de prosa reflexiva asistida por la narración, la confesión sesgada o la súbita declaración surgida de la emoción que no necesita, ni quiere, justificarse, lo que nos recuerda que estos textos son de la poeta Szymborska es que los sostiene la misma voz. Una voz que no levanta el tono, pero que se hace oír. Qué fortaleza, quizás surgida de una cierta inseguridad, en un tiempo en el que se vocifera tanto.
Otra de las características de esta voz es que nos habla directamente a nosotros, es decir, a cada cual: no habla a la humanidad ni al presidente, al erudito o al poderoso. Lejos de las grandes abstracciones y conceptos propios de esta o aquella disciplina, Szymborska busca el rostro concreto de las cosas, el acento del tiempo, la huella de los días. No es confiada ni desconfiada: profesa un escepticismo que se niega a sí mismo porque encuentra en su propia manifestación el modo de afirmar lo que cree.
Inútil tarea. Su escepticismo y su amable pero contundente ironía son formas de defenderse de la vulgaridad, de las voces ahuecadas, las verdades rotundas y el dolor. Nunca sus apreciaciones irónicas se afirman a sí mismas; se deshacen en otra cosa, quiero decir: conllevan su propia disolución en un gesto afirmativo que nace de una profunda y matizada poética. Si la filosofía está condenada -hasta cierto punto- a abstraer lo concreto para pensar, Szymborska piensa, como poeta que es, cerca de las cosas mismas, de los sucesos, del desenvolvimiento lento o rápido -pero palpable- del tiempo. Su maestro no es Plotino, ni Descartes; menos aún Heidegger o Derrida, por citar con estos dos últimos a pensadores que han hecho delirar a tanto filosofastro o profesor ahíto de desmontajes y descoyuntamientos, sino el minucioso Montaigne.
¿Y sobre qué escribe Szymborska en estas notas? ¿Qué lee? Yo diría que escribe de variedades y que lee el mundo. Su curiosidad intelectual es pura: no parece buscar, en principio, utilidad ninguna, porque se complace en el acto mismo de saber. No ha hecho de la Necesidad una espuela, sino del placer una insistencia. Ha sido, sin duda desde su infancia, una enamorada de la lectura, y ha sido fiel a esa inútil tarea.
Esta mujer que parece ponerse nerviosa ante las grandes palabras, tiene un secreto que no creo que ella misma pudiera desvelar, porque el secreto consiste en su desenvolvimiento. Es un secreto no a voces, sino en voz, y consiste en la peculiar orientación de su sensibilidad y su inteligencia. El secreto lo hallamos a lo largo de todo lo que nos cuenta. La autora misma nos dice que son lecturas folletinescas, y con eso parece señalar el elemento pasional, sensible y cotidiano de su tarea.
Folletín de la inteligencia. Pero no nos engañemos por la humildad de la poeta polaca, que no es fingida, porque también es un folletín de la inteligencia. Szymborska escribe sobre o a partir de libros de Historia, desde Gibbon a estudios sobre la vida cotidiana en Varsovia en tiempos de la Ilustración; sobre músicos o el Poema del Cid; sobre el humor y la seriedad (no ve ninguna diferencia en el valor de ambos humores); sobre la escritura china y sobre todos esos libros acerca de mil disciplinas, tales como el cuidado de los perros o el arte floral.
Además, como todo aquel que ha leído su poesía sabe, Szymborska es una fina, y de nuevo, siempre al sesgo, lectora de obras de divulgación científica. Su amor a lo cotidiano me recuerda a un poeta que quizás Szymborska no haya leído: Kobayashi Issa (japonés), traducido por otro poeta, Orlando González Esteva (cubano), de la misma sensibilidad. Más parientes: el poeta boliviano Eduardo Mitre. Pero Szymborska se parece y no se parece a todos ellos, aunque comparten el desdén por lo rotundo y lo grande y la capacidad para lo inédito de siempre: «Para sorprenderme a mí, con una Rana sobre la Hierba es suficiente».
Aunque no se trata de poemas, sino de prosa reflexiva asistida por la narración, la confesión sesgada o la súbita declaración surgida de la emoción que no necesita, ni quiere, justificarse, lo que nos recuerda que estos textos son de la poeta Szymborska es que los sostiene la misma voz. Una voz que no levanta el tono, pero que se hace oír. Qué fortaleza, quizás surgida de una cierta inseguridad, en un tiempo en el que se vocifera tanto.
Otra de las características de esta voz es que nos habla directamente a nosotros, es decir, a cada cual: no habla a la humanidad ni al presidente, al erudito o al poderoso. Lejos de las grandes abstracciones y conceptos propios de esta o aquella disciplina, Szymborska busca el rostro concreto de las cosas, el acento del tiempo, la huella de los días. No es confiada ni desconfiada: profesa un escepticismo que se niega a sí mismo porque encuentra en su propia manifestación el modo de afirmar lo que cree.
Inútil tarea. Su escepticismo y su amable pero contundente ironía son formas de defenderse de la vulgaridad, de las voces ahuecadas, las verdades rotundas y el dolor. Nunca sus apreciaciones irónicas se afirman a sí mismas; se deshacen en otra cosa, quiero decir: conllevan su propia disolución en un gesto afirmativo que nace de una profunda y matizada poética. Si la filosofía está condenada -hasta cierto punto- a abstraer lo concreto para pensar, Szymborska piensa, como poeta que es, cerca de las cosas mismas, de los sucesos, del desenvolvimiento lento o rápido -pero palpable- del tiempo. Su maestro no es Plotino, ni Descartes; menos aún Heidegger o Derrida, por citar con estos dos últimos a pensadores que han hecho delirar a tanto filosofastro o profesor ahíto de desmontajes y descoyuntamientos, sino el minucioso Montaigne.
¿Y sobre qué escribe Szymborska en estas notas? ¿Qué lee? Yo diría que escribe de variedades y que lee el mundo. Su curiosidad intelectual es pura: no parece buscar, en principio, utilidad ninguna, porque se complace en el acto mismo de saber. No ha hecho de la Necesidad una espuela, sino del placer una insistencia. Ha sido, sin duda desde su infancia, una enamorada de la lectura, y ha sido fiel a esa inútil tarea.
Esta mujer que parece ponerse nerviosa ante las grandes palabras, tiene un secreto que no creo que ella misma pudiera desvelar, porque el secreto consiste en su desenvolvimiento. Es un secreto no a voces, sino en voz, y consiste en la peculiar orientación de su sensibilidad y su inteligencia. El secreto lo hallamos a lo largo de todo lo que nos cuenta. La autora misma nos dice que son lecturas folletinescas, y con eso parece señalar el elemento pasional, sensible y cotidiano de su tarea.
Folletín de la inteligencia. Pero no nos engañemos por la humildad de la poeta polaca, que no es fingida, porque también es un folletín de la inteligencia. Szymborska escribe sobre o a partir de libros de Historia, desde Gibbon a estudios sobre la vida cotidiana en Varsovia en tiempos de la Ilustración; sobre músicos o el Poema del Cid; sobre el humor y la seriedad (no ve ninguna diferencia en el valor de ambos humores); sobre la escritura china y sobre todos esos libros acerca de mil disciplinas, tales como el cuidado de los perros o el arte floral.
Además, como todo aquel que ha leído su poesía sabe, Szymborska es una fina, y de nuevo, siempre al sesgo, lectora de obras de divulgación científica. Su amor a lo cotidiano me recuerda a un poeta que quizás Szymborska no haya leído: Kobayashi Issa (japonés), traducido por otro poeta, Orlando González Esteva (cubano), de la misma sensibilidad. Más parientes: el poeta boliviano Eduardo Mitre. Pero Szymborska se parece y no se parece a todos ellos, aunque comparten el desdén por lo rotundo y lo grande y la capacidad para lo inédito de siempre: «Para sorprenderme a mí, con una Rana sobre la Hierba es suficiente».