Lecturas infantiles subversivas


La literatura infantil a menudo sirve para canalizar las buenas intenciones de los adultos sin cumplir el deseo de niños y niñas de oír y paladear historias. Pero algunos libros como ‘Madre chillona’ o ‘Fernando Furioso’ muestran un enfoque distinto de las historias para los locos bajitos

ESTRELLA ESCRIÑA
Diagonal




Literatura infantil y pedagogía son dos términos que han estado unidos desde la creación de una literatura específica para los niños. El comienzo de este género suele situarse con la publicación de Perrault de Historias y cuentos de tiempos pasados con moraleja (1697). Se pretende con ella crear una literatura que no sólo entretenga a los niños si no que además los eduque en ciertos valores morales.

La situación no ha cambiado demasiado. En nuestro país, el mayor cliente de la literatura infantil sigue siendo la escuela. Esto no hace sino acrecentar la demanda de unos libros que sirvan a los maestros para poder cumplir con esa parte de la programación a la que suele llamarse ‘educación en valores’. Estos textos tienen en muchos casos una dudosa calidad literaria ya que no parten de una genuina vocación de contar una historia sino que su preocupación principal es transmitir un mensaje.

Hay un gran número de padres y profesores empeñados en proveer a los niños de textos que puedan dejarles una enseñanza moral, de forma más o menos explícita, con el convencimiento de que esto cambiará sus actitudes antisociales. La confianza que tienen en el poder de la literatura no deja de ser sorprenderte. Ojalá educáramos sociedades enteras a base de cuentos, pero la cosa no es tan sencilla. Principalmente porque este enfoque olvida la multiplicidad de significados que los textos tienen para cada lector. Si estos adultos escucharan verdaderamente lo que piensan los niños de cada cuento, descubrirían múltiples interpretaciones, en muchos casos contrarias a lo que se pretendía enseñar. Aunque todo esto daría para un debate extenso, lo que parece claro es que tanta insistencia en educar no hace sino alejar a los lectores de la lectura.

Piensen si no en cuántos de nosotros seguiríamos leyendo si las novelas trataran de convencernos constantemente de ser mejores trabajadores, de obedecer más a nuestro jefe y ser siempre más solidarios.

Como decía una niña de siete años en una ocasión hablando sobre si la lectura de Pedro y el lobo les había hecho no mentir más: “Si un lobo de verdad se comiera a un niño, pues a lo mejor no mentíamos más, pero un lobo en un libro...”.

Por suerte, también hay libros con una genuina vocación de contar una historia. Historias de esas que nos atrapan, nos fascinan, nos emocionan... y de las que quizás aprendamos algo, pero de forma casual e inesperada. Hay un tipo de textos que va más allá. En ellos nos encontramos con escritores y editores que no han olvidado su infancia y son capaces de posicionarse en el lugar del niño. Son textos que podríamos denominar ‘subversivos’ y que tienen en común que presentan una mirada crítica frente al mundo y cuestionan la sociedad en la que vivimos. El mundo de la infancia deja así de ser un lugar idílico y muestra lados más oscuros e inquietantes, donde todos los conflictos no siempre terminan felizmente resueltos.

Un ejemplo de esto es el pequeño Fernando, cuya furia no se detiene con las reprimendas familiares y termina provocando un terremoto universal. Además los personajes infantiles se muestran rebeldes, traviesos y no aceptan la autoridad de los adultos. A veces son incontrolables y otras tienen una creatividad que arrastra a los adultos a lugares insospechados.

Así la familia de Esto no puede ser ve cómo la fuerza y la habilidad de su hija pequeña los hace subir a un barco construido por ella para emprender una vida nueva. Los adultos, por su parte, aparecen impotentes e imperfectos y revelan la hipocresía que caracteriza muchos comportamientos sociales. El libro de las mentiras ilustradas cuenta las formas en las que engañamos a los niños mientras a su vez les decimos que no deben mentir.

El punto de vista infantil sirve al autor para tener una mirada crítica con los adultos que rodean a los niños: padres, profesores... y dejan al descubierto el conflicto de poder que existe en el mundo de los adultos.

Aun así, los textos no siempre se caracterizan por tener un tono de denuncia. Por el contrario, las críticas se esconden detrás de la ironía, el humor, el absurdo. Incluso, la estructura cambia para sorprender nuestras expectativas como lectores tanto en las vueltas que da la narración como en los finales, que no siempre resuelven los conflictos. Una pregunta abierta al lector, una madre que dice ‘perdón’ o un sonoro pedo son algunas de las formas en que pueden terminar estos libros.

Esta ruptura de las expectativas en la mayoría de los casos fascina a los lectores. Los niños saben reconocer lo lúdico y lo transgresor del texto y reclaman su lectura una y otra vez.

Si la preocupación de los adultos mediadores (padres, maestros, escritores, editores...) se centrara en que a los niños les guste leer, deberían escuchar con atención lo que ellos tienen para decir. Así confiarían más en la capacidad de los lectores para interpretar textos y entender sus múltiples significados. Si pudieran no perder de vista que los efectos de la literatura, tanto los peligrosos como los más loables, son siempre tan imprevisibles como relativos, quizá podrían centrarse más en lo que es irrenunciable: el placer que siempre debe producir la lectura.