Un nuevo directo de la mítica banda californiana llega las tiendas, con una presentación impecable y un repertorio único. Una delicia para los seguidores de uno de los grupos que mejor explotaron su directo
JUANJO ORDÁS
EfeEme
El catálogo de The Doors lleva años expoliándose, aunque eso sí, con muy buenas maneras. En estudio sus discos son remasterizados con mimo y se les añaden bonus tracks, mientras que para las grabaciones en vivo los miembros supervivientes crearon Bright Light Records, compañía dedicada a editar conciertos en vivo que la legendaria banda ofreció en los 60 y 70.
Y es que los Doors son uno de esos grupos cuyo legado se extiende a través de múltiples piratas, y es de agradecer que se ponga orden en los archivos de una banda que en directo añadía nuevas dimensiones a sus canciones. En ese sentido, The Doors son un grupo muy similar a Led Zeppelin: Cada actuación era distinta y si se les enlataba con buena calidad de sonido, el producto podía superar incluso al capturado en estudio.
Por ello, cada vez que se lanza al mercado un nuevo directo de The Doors es una buena noticia. En los últimos años Bright Light Records ha editado múltiples referencias, siendo la última de ellas el paquete que nos ocupa: “Live in New York”, una cajita de lujo, excelentemente presentada, con un libreto bastante cuidado pero cuyo mayor atractivo es, lógicamente, su contenido. Las actuaciones en el Felt Forum de NY ya habían visto la luz de forma fragmentada (por ejemplo en el box set del 97), pero esta vez se presentan en su integridad. Y eso es mucho.
Cuatro conciertos completos, grabados con un sonido perfecto, cuatro actuaciones de una banda que se crecía en vivo. Mucho se ha hablado de The Doors (tanto en vivo como en estudio), pero siempre conviene recordar que eran una entidad, mucho más que la banda de Jim Morrison (aunque él fuera parte fundamental, claro). “Live in New York” registra a un grupo en perfecto estado de forma, preparado para arremeter contra cualquier frontera musical, dispuesto a elevar a la audiencia al extásis en un viaje único. Cada vez profundizaban más en sí mismos, buceaban en su propia profundidad y llegaban a nuevos terrenos que explorar. En la época en la que se grabaron los conciertos que nos ocupan, los Doors estaban a punto de editar el hermoso “Morrison Hotel”, el que sería el penúltimo álbum de un Jim Morrison cada vez más interesado en cantar con la agrietada voz de un bluesman, alejado de su imagen de sex symbol aunque algunas hembras del auditorio le arenguen.
No falla, empiezan templados (siempre con ‘Roadhouse blues’) y a partir del tercer o cuarto tema comienzan a inmolarse mientras la audiencia arde. Ahí está el teclado de Manzarek aportando gran parte de la personalidad del grupo, la guitarra de Krieger, tan violenta en vivo, y la adaptable batería de Densmore, todos al unísono junto al chamán Morrison. Y es que el Jim con unos pocos kilos de más es aún mejor que el de cuero negro y torso desnudo, Manzarek y Densmore eran cada vez menos hipnóticos y mucho más directos y Krieger ganaba contundencia según maduraba. Todas las virtudes del grupo se amplificaban en vivo, Manzarek les hacía sonar aún más carnavalescos y Morrison hechizaba a la audiencia. Escuchad su presentación de la mítica mini suite poética ‘Celebration of the lizard’, sencillamente poderoso, un comunicador único.
Para los dos días en los que se desarrollaron los cuatro conciertos recogidos (dos por día) el grupo manejó un repertorio de unas veinticinco canciones que se intercambiaban y combinaban en cada uno de los pases, icnluyendo versiones como ‘Who do you love’ de Bo Diddley o ‘Close to you’ de Willie Dixon (¡sí, estos tipos amaban el blues y el rock primitivo!). Evidentemente, por muy espontáneos que fueran sus espectáculos, había clásicos que incluir y ahí están ‘Light my fire’, ‘Break on through’ y ‘The end’. Sorprende que no incluyeran, por ejemplo, ‘Love me two times’, pero el repertorio exhibido es impresionante. Además, y esto es de lo más interesante, durante estos conciertos avanzaron canciones del entonces inédito “Morrison hotel”, dando a su público privilegiadas escuchas de ‘Blue Sunday’, ‘Peace frog’ (¡el tema funky de The Doors!), ‘Ship of fools’ o la ya citada ‘Roadhouse blues’.
Eso sí, lo de regrabar en 2009 la armónica de John Sebastian para incluirla en los tres temas en los que su interpretación se perdió ha sido una verdadera chapuza. Claro que suena bien y si no lo lees en el libreto interior ni te enteras, pero una cosa es recoger lo que ocurrió en una noche con sus fallos técnicos incluidos y otra fingir décadas después. Nada que estropee la edición, pero habría sido más lógico incluir las canciones sin Sebastian, por mucho que aquella noche el tipo estuviera tocando y la unidad de grabación lo obviara.
Y es que los Doors son uno de esos grupos cuyo legado se extiende a través de múltiples piratas, y es de agradecer que se ponga orden en los archivos de una banda que en directo añadía nuevas dimensiones a sus canciones. En ese sentido, The Doors son un grupo muy similar a Led Zeppelin: Cada actuación era distinta y si se les enlataba con buena calidad de sonido, el producto podía superar incluso al capturado en estudio.
Por ello, cada vez que se lanza al mercado un nuevo directo de The Doors es una buena noticia. En los últimos años Bright Light Records ha editado múltiples referencias, siendo la última de ellas el paquete que nos ocupa: “Live in New York”, una cajita de lujo, excelentemente presentada, con un libreto bastante cuidado pero cuyo mayor atractivo es, lógicamente, su contenido. Las actuaciones en el Felt Forum de NY ya habían visto la luz de forma fragmentada (por ejemplo en el box set del 97), pero esta vez se presentan en su integridad. Y eso es mucho.
Cuatro conciertos completos, grabados con un sonido perfecto, cuatro actuaciones de una banda que se crecía en vivo. Mucho se ha hablado de The Doors (tanto en vivo como en estudio), pero siempre conviene recordar que eran una entidad, mucho más que la banda de Jim Morrison (aunque él fuera parte fundamental, claro). “Live in New York” registra a un grupo en perfecto estado de forma, preparado para arremeter contra cualquier frontera musical, dispuesto a elevar a la audiencia al extásis en un viaje único. Cada vez profundizaban más en sí mismos, buceaban en su propia profundidad y llegaban a nuevos terrenos que explorar. En la época en la que se grabaron los conciertos que nos ocupan, los Doors estaban a punto de editar el hermoso “Morrison Hotel”, el que sería el penúltimo álbum de un Jim Morrison cada vez más interesado en cantar con la agrietada voz de un bluesman, alejado de su imagen de sex symbol aunque algunas hembras del auditorio le arenguen.
No falla, empiezan templados (siempre con ‘Roadhouse blues’) y a partir del tercer o cuarto tema comienzan a inmolarse mientras la audiencia arde. Ahí está el teclado de Manzarek aportando gran parte de la personalidad del grupo, la guitarra de Krieger, tan violenta en vivo, y la adaptable batería de Densmore, todos al unísono junto al chamán Morrison. Y es que el Jim con unos pocos kilos de más es aún mejor que el de cuero negro y torso desnudo, Manzarek y Densmore eran cada vez menos hipnóticos y mucho más directos y Krieger ganaba contundencia según maduraba. Todas las virtudes del grupo se amplificaban en vivo, Manzarek les hacía sonar aún más carnavalescos y Morrison hechizaba a la audiencia. Escuchad su presentación de la mítica mini suite poética ‘Celebration of the lizard’, sencillamente poderoso, un comunicador único.
Para los dos días en los que se desarrollaron los cuatro conciertos recogidos (dos por día) el grupo manejó un repertorio de unas veinticinco canciones que se intercambiaban y combinaban en cada uno de los pases, icnluyendo versiones como ‘Who do you love’ de Bo Diddley o ‘Close to you’ de Willie Dixon (¡sí, estos tipos amaban el blues y el rock primitivo!). Evidentemente, por muy espontáneos que fueran sus espectáculos, había clásicos que incluir y ahí están ‘Light my fire’, ‘Break on through’ y ‘The end’. Sorprende que no incluyeran, por ejemplo, ‘Love me two times’, pero el repertorio exhibido es impresionante. Además, y esto es de lo más interesante, durante estos conciertos avanzaron canciones del entonces inédito “Morrison hotel”, dando a su público privilegiadas escuchas de ‘Blue Sunday’, ‘Peace frog’ (¡el tema funky de The Doors!), ‘Ship of fools’ o la ya citada ‘Roadhouse blues’.
Eso sí, lo de regrabar en 2009 la armónica de John Sebastian para incluirla en los tres temas en los que su interpretación se perdió ha sido una verdadera chapuza. Claro que suena bien y si no lo lees en el libreto interior ni te enteras, pero una cosa es recoger lo que ocurrió en una noche con sus fallos técnicos incluidos y otra fingir décadas después. Nada que estropee la edición, pero habría sido más lógico incluir las canciones sin Sebastian, por mucho que aquella noche el tipo estuviera tocando y la unidad de grabación lo obviara.