SRA. MOLINA
Solodelibros
Es la segunda vez que uno se deleita con este Manuscrito encontrado en Zaragoza, y tras ambas lecturas me queda la sensación de que esta genial creación es una suerte de Mil y una noches a la europea, con similares repercusiones artísticas y, sobre todo, con la misma belleza en la construcción de atmósferas.
Bien es cierto, eso sí, que esta obra es del todo decimonónica: hablo de una narración pausada y de morigerado desarrollo, con un desarrollo psicológico de los personajes muy elemental y una predilección por la descripción y el detalle. Obviamente, Jan Potocki es hijo de su tiempo y eso se trasluce en el texto: no sólo por la manera de escribir, sino por el tratamiento de los temas. Y es que el conde polaco era un hombre ilustrado, de vastísimos conocimientos y que viajó a lo largo y ancho del mundo durante su vida; todas las experiencias que disfrutó terminaron, de una u otra forma, en esta novela colosal, en la que se habla de cosmogonía, física, geología y un sinfín de otras materias.
Manuscrito encontrado en Zaragoza reproduce el entramado de historias de otras obras clásicas de la literatura universal: un joven militar, Alfonso van Worden, viaja hacia Madrid para ponerse al servicio de Felipe V; en el camino se ve obligado a detenerse en Sierra Morena y en sus agrestes parajes conocerá a una variedad de personajes que unirán sus historias a la suya, conformando un tapiz riquísimo de aventuras. Potocki juega con las aventuras de decenas de personajes diferentes cuyas vidas se cruzan en diferentes momentos y las tramas que surgen componen poco a poco una historia mayor, un muestrario de existencias tan variado como rico.
Quizá esa multiplicidad de visiones sea lo más destacable de la novela; el multiculturalismo que hallamos en el libro, lejos de recrearse en tópicos o en estereotipos (y, por supuesto, no tiene ni un detalle en común con ese multiculturalismo que el marketing contemporáneo trata de vender), nos pone en contacto con la riqueza social y cultural que entraña el intercambio de pareceres. El autor, de hecho, amalgama en ocasiones (como es el caso de la historia del cabalista Sadok ben Mamún) diferentes visiones religiosas o mitológicas, dando así lugar a una interpretación original y sincrética, una visión tan respetuosa como creativa que no sólo enriquece el texto, sino que ensancha sus fronteras ideológicas. Ese interés por la mezcla y la unión también se extiende a otros terrenos, ya que las corrientes artísticas, por ejemplo, se ven fusionadas en algún momento del texto, con obras de arte de diferentes épocas y estilos expuestas con una intención de continuidad. Potocki recrea de alguna forma un universo particular en el que las diferencias no se acentúan tanto y donde se puede encontrar una cercanía humana fuera de lo común. No es de extrañar que la convergencia última de todas las historias de los muy distintos personajes apele no sólo a la unidad formal, sino a una suerte de unidad epistemológica que hace aún más verdadero el fantástico universo que se ha ido creando a lo largo de la narración.
Aparte de consideraciones trascendentales, lo cierto es que Manuscrito encontrado en Zaragoza es un libro muy divertido, con una sensualidad desbordante y de un desarrollo meticulosamente planificado para sorprender al lector. (Esto último se aprecia con mayor claridad en esta versión de 1810 editada por Acantilado, en la que algunas partes han sido eliminadas —por “incorrectas” alusiones políticas y sexuales—, pero en la que el conjunto reviste una cohesión mucho más evidente.) La erudición de Jan Potocki, además, le otorga un marchamo de distinción que hace de algunas historias verdaderos compendios del saber, y que pueden interesar no sólo por su desarrollo formal, sino por su fondo temático. En suma: una lectura agradecida, con una ligereza superficial que oculta bajo su superficie una reflexión inteligente acerca del ser humano, de su capacidad para aprender y del respeto por las creencias que, en un mundo incierto, pueden ayudar a encontrar fortaleza.
Bien es cierto, eso sí, que esta obra es del todo decimonónica: hablo de una narración pausada y de morigerado desarrollo, con un desarrollo psicológico de los personajes muy elemental y una predilección por la descripción y el detalle. Obviamente, Jan Potocki es hijo de su tiempo y eso se trasluce en el texto: no sólo por la manera de escribir, sino por el tratamiento de los temas. Y es que el conde polaco era un hombre ilustrado, de vastísimos conocimientos y que viajó a lo largo y ancho del mundo durante su vida; todas las experiencias que disfrutó terminaron, de una u otra forma, en esta novela colosal, en la que se habla de cosmogonía, física, geología y un sinfín de otras materias.
Manuscrito encontrado en Zaragoza reproduce el entramado de historias de otras obras clásicas de la literatura universal: un joven militar, Alfonso van Worden, viaja hacia Madrid para ponerse al servicio de Felipe V; en el camino se ve obligado a detenerse en Sierra Morena y en sus agrestes parajes conocerá a una variedad de personajes que unirán sus historias a la suya, conformando un tapiz riquísimo de aventuras. Potocki juega con las aventuras de decenas de personajes diferentes cuyas vidas se cruzan en diferentes momentos y las tramas que surgen componen poco a poco una historia mayor, un muestrario de existencias tan variado como rico.
Quizá esa multiplicidad de visiones sea lo más destacable de la novela; el multiculturalismo que hallamos en el libro, lejos de recrearse en tópicos o en estereotipos (y, por supuesto, no tiene ni un detalle en común con ese multiculturalismo que el marketing contemporáneo trata de vender), nos pone en contacto con la riqueza social y cultural que entraña el intercambio de pareceres. El autor, de hecho, amalgama en ocasiones (como es el caso de la historia del cabalista Sadok ben Mamún) diferentes visiones religiosas o mitológicas, dando así lugar a una interpretación original y sincrética, una visión tan respetuosa como creativa que no sólo enriquece el texto, sino que ensancha sus fronteras ideológicas. Ese interés por la mezcla y la unión también se extiende a otros terrenos, ya que las corrientes artísticas, por ejemplo, se ven fusionadas en algún momento del texto, con obras de arte de diferentes épocas y estilos expuestas con una intención de continuidad. Potocki recrea de alguna forma un universo particular en el que las diferencias no se acentúan tanto y donde se puede encontrar una cercanía humana fuera de lo común. No es de extrañar que la convergencia última de todas las historias de los muy distintos personajes apele no sólo a la unidad formal, sino a una suerte de unidad epistemológica que hace aún más verdadero el fantástico universo que se ha ido creando a lo largo de la narración.
Aparte de consideraciones trascendentales, lo cierto es que Manuscrito encontrado en Zaragoza es un libro muy divertido, con una sensualidad desbordante y de un desarrollo meticulosamente planificado para sorprender al lector. (Esto último se aprecia con mayor claridad en esta versión de 1810 editada por Acantilado, en la que algunas partes han sido eliminadas —por “incorrectas” alusiones políticas y sexuales—, pero en la que el conjunto reviste una cohesión mucho más evidente.) La erudición de Jan Potocki, además, le otorga un marchamo de distinción que hace de algunas historias verdaderos compendios del saber, y que pueden interesar no sólo por su desarrollo formal, sino por su fondo temático. En suma: una lectura agradecida, con una ligereza superficial que oculta bajo su superficie una reflexión inteligente acerca del ser humano, de su capacidad para aprender y del respeto por las creencias que, en un mundo incierto, pueden ayudar a encontrar fortaleza.