Los dilemas de la OTAN en la guerra de Afganistán


Los países del Tratado enviarán 7.000 soldados a Afganistán, en medio de intentos de negociación con la dirigencia talibán

TOM HAYDEN
Revista Debate




Los países miembros de la OTAN (sigla en inglés del Tratado del Atlántico Norte) están listos para enviar a Afganistán un contingente de 7.000 soldados que se agregarían a la escalada que representan los 30.000 nuevos efectivos estadounidenses, con lo que contribuirán a darle una pátina de multilateralismo a la intervención del gobierno de Barack Obama y al accionar del comandante de la OTAN, el general norteamericano Stanley McChrystal. La decisión de la OTAN fue ratificada el 28 de enero en una reunión convocada por el Reino Unido, Alemania, Francia, el gobierno de Hamid Karzai y la UNAM (Misión de las Naciones Unidas en Afganistán).

Para calmar los recelos de la opinión pública europea, McChrystal ha caracterizado por primera vez la escalada como un paso destinado a alcanzar un acuerdo político con los talibanes. El documento elaborado en Londres señala que “la perspectiva de que una guerra de ocho años pudiera concluir con el acceso al poder de algunos líderes talibanes representa un giro notable” en la política conjunta de Estados Unidos y la OTAN.

Mientras la OTAN profundiza su intervención en el conflicto con el envío del nuevo contingente, la reunión de Londres es presentada como una muestra de “poder blando” capaz de estabilizar a Afganistán. Uno de los promotores de la reunión, el desacreditado presidente afgano Hamid Karzai, pedirá a los países convocados mil millones de dólares para poder atraer a combatientes talibanes e incluirlos en la nómina salarial del régimen de Kabul, una réplica de la medida que se tomó durante la ofensiva desplegada en Irak en 2007-2008 para asegurarles un sueldo a 99.000 rebeldes sunnitas.

Sin embargo, los conflictos de Irak y de Afganistán no son idénticos. Los sunnitas iraquíes son una minoría (el 20 por ciento de la población) que lucha contra un gobierno y un ejército controlados por la mayoría chiíta que Estados Unidos instaló en el poder. En Afganistán, el poder de los talibanes emana de los pashtun, que representan el 45 por ciento de la población, y ni el precario gobierno de Karzai ni las etnias minoritarias que pueblan el Norte del país, los tajikos, hazara o uzbekos, están en condiciones de derrotarlos. La situación se asemeja a una suerte de punto muerto de orden étnico, algo que el secretario de Defensa norteamericano, Robert Gates, reconoció la última semana cuando declaró que los talibanes forman parte indisoluble del “tejido político” de Afganistán.

Una de las razones que explican estos comentarios conciliadores es que tanto la opinión pública canadiense como la europea se oponen enérgicamente a la escalada. El 71 por ciento de los alemanes, y el 56 por ciento de los británicos, están francamente en contra. En Francia, el 82 por ciento se ha manifestado contra el envío de nuevos contingentes. Canadá se ha comprometido a retirar sus tropas en 2011 y la presión para que otras naciones de la OTAN la imiten va en aumento.

BAJAS EN LAS TROPAS

La escalada de Obama está provocando cada vez más bajas entre las tropas estadounidenses y de la OTAN, y el número de muertos seguramente se incrementará a medida que vayan llegando más efectivos. En enero murieron veinticinco norteamericanos y doce europeos y canadienses, mientras que el año pasado las bajas en el mismo mes ascendieron a veinticuatro norteamericanos y nueve europeos y canadienses. El pico de crecimiento de 57 por ciento muestra que la “temporada de lucha” en Afganistán se está extendiendo a todo el año en lugar de concentrarse en los meses de verano.

Veinticinco muertos puede parecer una cantidad pequeña para la así llamada guerra contra el terrorismo, pero las bajas se acumulan. Los norteamericanos muertos en la guerra ascienden hasta ahora a 972, y superarán los 1.000 en las próximas semanas. A ese ritmo, otros 1.000 norteamericanos más morirán antes del verano de 2011, la fecha fijada por el gobierno de Obama para comenzar la retirada. Durante el último verano, el número de norteamericanos heridos llegó a 350 por mes. El número total de muertos europeos y canadienses, que llega a 617, se duplicó en un solo año.

Hasta ahora, el costo de esta guerra que ya lleva ocho años asciende a 250 mil millones de dólares y, aproximadamente, un millón de dólares por soldado estadounidense. Y se convertirá en otra guerra de billones de dólares cuando concluya el segundo año del gobierno de Obama. Entretanto, es probable que los costos presupuestarios hagan zozobrar la agenda interna del presidente e intensifiquen las presiones inflacionarias.

SIN FISURAS

En sintonía con el nuevo tono de la escalada, el primer ministro británico Gordon Brown ha señalado que en el plan elaborado en Londres “los recursos militares y civiles se alinean sin fisuras detrás de una estrategia política conducida por los afganos”, un eco del reciente plan estratégico de McChrystal. Brown promete que las tropas afganas comenzarán a reemplazar a las unidades de la OTAN este mismo año. Pero más allá de la retórica, Brown se ha comprometido a enviar otros 500 efectivos más, lo que llevará el número de soldados británicos a 9.500. El movimiento contra la guerra Stop the War Coalition, cuya sede se encuentra justamente en Londres, organizó protestas masivas, tanto durante la reunión de la OTAN como en la audiencia de la así llamada investigación Chilcott, una investigación oficial acerca de los engaños a los que recurrieron los funcionarios británicos y norteamericanos como argumentos para lanzar la guerra contra Irak. El ex primer ministro Tony Blair logró eludir los reclamos, al presentarse dos horas antes para brindar su testimonio sobre la intervención del Reino Unido en la guerra en Irak, el viernes 29.

También se están organizando protestas en varias otras capitales europeas. La cuestión se presenta particularmente conflictiva en Alemania, porque tanto la constitución como la costumbre prohíben el despliegue de tropas en zonas de guerra para fines bélicos.

Sin embargo, el 4 de setiembre de 2009, un comandante alemán ordenó un ataque aéreo que dejó como saldo 142 civiles afganos muertos. Al principio se negó que hubiera habido muertos civiles, luego se lo reconoció, después se intentó una defensa, y, finalmente, a consecuencia del amplio debate que se produjo en Alemania, el oficial responsable renunció. Por otra parte, se espera que esta semana el gobierno de Angela Merkel envíe 500 soldados más, lo que llevaría el total de tropas alemanas a los 5.000 efectivos. Y Alemania entrenará otros 30.000 policías y soldados afganos, duplicando así el número actual.

No hace mucho, el gobierno de Karzai despertó una comprensible alarma cuando predijo que la OTAN se quedará en Afganistán hasta el año 2024 para entrenar y proteger a las todavía débiles fuerzas de seguridad afganas.

La actual “conversación sobre conversaciones” va en contra del respaldo que dan los neoconservadores a la doctrina de la “guerra prolongada”, pero no hay ninguna razón para creer que la paz es inminente. Más bien al contrario: el plan de Obama y el Pentágono implica combates brutales, entre ellos bombardeos desde aviones no tripulados y operaciones especiales a lo largo de entre dieciocho y veinticuatro meses, en la creencia de que así los talibanes pueden ser obligados a aceptar un acuerdo de paz impuesto por los norteamericanos y darle tiempo al ejército afgano de Karzai para que se convierta en una fuerza eficaz.

Las partes están muy distanciadas. Los talibanes, el gobierno de Karzai, algunos europeos y el movimiento pacifista coinciden en que Estados Unidos y la OTAN deben fijar una fecha precisa para la retirada definitiva de sus fuerzas, que deberían ser reemplazadas por tropas de paz no alineadas. Más aún, las negociaciones deberían incluir a la dirigencia talibán, particularmente el mullah Omar, que actualmente tiene su cuartel general en el estado paquistaní de Baluchistán, en la frontera con Afganistán.

La dirigencia talibán exige la eliminación de la así llamada lista negra de las Naciones Unidas, que clasifica a 144 líderes talibanes como criminales y les prohíbe viajar. Mientras la lista negra no quede sin efecto no hay ninguna posibilidad de que se concreten conversaciones directas. Los defensores de la paz también exigen que se les garantice el debido proceso a 750 detenidos para evitar otro Guantánamo. Como concesión en el camino hacia la paz, los talibanes han dado a entender en declaraciones recientes que podrían apartarse de cualquier agenda de Al Qaeda a cambio de una participación en el poder en el futuro Afganistán.

Por otra parte, Estados Unidos y muchos miembros de la OTAN se niegan por ahora a fijar una fecha precisa para la retirada, aunque Obama sí ha anunciado un cronograma para el “comienzo” de la retirada. Tampoco negociarán con la dirigencia talibán en la medida en que consideran a Omar como un aliado de Al Qaeda. Estados Unidos le ha pedido a Pakistán que “elimine” a Omar y a la dirigencia talibán instalada en Baluchistán, o bien que autorice a sus tropas a lanzar una ofensiva militar en la zona. Las declaraciones más recientes de Gates y de otros funcionarios estadounidenses insisten en que el movimiento talibán está estrechamente vinculado con Al Qaeda. Por el momento, cualquier oferta estadounidense de negociación se limita a los combatientes talibanes de segunda línea en las aldeas afganas. Aunque Estados Unidos ha prometido identificar a los 750 detenidos, en el Afganistán ocupado cualquier semejanza con el imperio de la ley es, en el mejor de los casos, un proyecto aún no concretado.

Es probable que el actual atolladero conduzca a más derramamiento de sangre durante todo 2011 y que se llegue a un punto crítico cuando se supone que Obama esté por comenzar la retirada de las tropas estadounidenses. Para entonces, los europeos y los canadienses ya estarán listos para volver a casa, y es probable que no tengan intenciones de quedarse ni un minuto más. Pero el Pentágono, y los halcones internos, podrían augurar que habrá una catástrofe si Estados Unidos se retira, forzando así a Obama y a los demócratas a que opten entre la profundización del punto muerto y la política de retirada estratégica, justo en el momento en que se acercan las elecciones del 2012.