Cine iraquí, o cuando la realidad supera la ficción


MÓNICA G. PRIETO
El Mundo




¿Cómo recrear en una hora y media de cinta la locura de guerra, invasión, fanatismo, odio y venganzas que se apoderaron de Irak entre 2004 y 2008? Para Mohamed al Daradji, director de 33 años, no resulta nada difícil.

Los protagonistas de su última cinta, 'Amor, Guerra, Dios y Locura', son el vivo ejemplo de las fatalidades que ha confrontado Irak: no terminan de sortear un peligro para encarar otro. En un momento de la película, tres de sus personajes son secuestrados a las afueras de Bagdad, a orillas del Tigris, por militantes de Al Qaeda. Tras arrebatarles todas sus pertenencias, los extremistas comenzaron a sopesar qué hacer con ellos: las posibilidades son secuestrarles y obtener más dinero o matarles y arrojar sus cadáveres al agua.

Durante horas son hostigados y amenazados con pistolas, hasta que un disparo se escapa: alcanza el pie de uno de nuestros protagonistas, que pierde el sentido. En ese momento, la milagrosa aparición de un coche de la policía provoca la desbandada de Al Qaeda.

La policía les lleva al hospital del Karj, uno de los principales en la capital. Cuando iban a ser ingresados, un guardián del hospital miembro de una milicia- se percata del apellido suní de los jóvenes. Avisa a su grupo, Jala al Faquir, cuyos miembros acuden al hospital y sin más dilación los secuestra. En la mezquita de Al Braza, donde esta milicia chií relacionada con el Consejo Supremo de la Revolución de Irak [partido político religioso, en aquel momento en el Gobierno] tenía su particular feudo, los tres jóvenes son torturados: sus verdugos les acusan de pertenecer a Al Qaeda.

Tras cinco horas de golpes, los chiíes avisan al Ejército norteamericano: les cuentan que tienen en sus manos a tres líderes terroristas. Y así es como son secuestrados por tercera vez, esta vez por uniformados de Washington, que les conducen a la base de Al Muthana. Allí son amenazados y maltratados, pero uno de ellos muestra su pasaporte holandés. La embajada se activa, y tras cinco días de detención y tres secuestros consecutivos, nuestros protagonistas recobran la libertad.

Cuando la vida supera a la ficción, debe resultar difícil recrear las experiencias propias sin que los demás piensen que todo se trata del fruto de la imaginación. Es lo que le debe ocurrir a Al Daradji, porque el argumento de su última película se limita a describir sus experiencias, junto a su sobrino y técnico de sonido Ahmed y Amir, el maquillador de su equipo, cuando se disponía a grabar en diciembre de 2004 su película "hlaam" ganadora de varios premios.

Ahmed sigue teniendo la cicatriz de la bala de Al Qaeda en su pie, y los tres mantienen con vívida lucidez la dramática experiencia en sus memorias. "Sólo la intervención de la Embajada holandesa nos salvó", recuerda Mohamed, contactado por teléfono en La Haya, donde pasa largas temporadas, interrogado por aquellos eventos.

El cine iraquí comienza a renacer gracias a esfuerzos como los de Mohamed al Daradji y su equipo, ejemplo de iraquíes empeñados en salvar su país aportando normalidad al horror. Al Daradji, que abandonó Bagdad en 1995 para afincarse en Holanda con su familia y estudió cine en Gran Bretaña, decidió abandonar la comodidad europea para regresar a su Irak natal en 2003, cuando el Ejército norteamericano acabó con el régimen ocupando el país.

Su primera creación fue 'Ahlaam' ('Sueños', 2005), la historia de los tres días previos y posteriores a la invasión situada en el hospital psiquiátrico de Bagdad, la desgarrada historia de la tragedia de un pueblo bajo la paranoia de la dictadura. La película mereció cinco premios.

La segunda, 'Hijo de Babilonia' ('Son of Babylon', 2009), el relato de la búsqueda de una mujer kurda de los restos de su hijo, desaparecido en una de las campañas fraticidas de Sadam Husein, recibió el aplauso del público y el reconocimiento de la crítica internacional: dos en el Festival Internacional de Cine de Berlín y una nominación en el Festival de Sudance. La parte más emocionante, para el joven director, fue el estreno en Irak.

"Un millar de personas acudieron a verla al Teatro Nacional de Bagdad, fue un momento increíble, y ya se ha proyectado en todo el sur de Irak, a veces al aire libre, a veces en tiendas habilitadas para tal efecto". Las cifras pueden parecer ridículas para Europa, pero en un país donde salir de casa puede costar la vida gracias a un coche bomba, un suicida, un tiroteo o un bombardeo requiere especial mérito salir al cine.

La gratificación para Al Daradji y su equipo proviene de constatar la voluntad de los iraquíes de normalizar sus vidas.

"El público reacciona positivamente pese a las limitaciones: en un país tan grande como Irak, sólo tres cines permanecen abiertos", lamenta el director. "Por eso hacemos lo posible para presentar nuestras películas en universidades, bases militares, jardines públicos y también en lugares que han sido escenario de explosiones".

Al Daradji lamenta que el actual Gobierno, y en especial el Ministerio de Cultura, no fomente las artes, ahora que una inestable normalidad se empeña en permanecer en Irak desde 2009 pese a los sobresaltos de los atentados. "Sólo los esfuerzos individuales sacan adelante el cine, no hay ningún tipo de subvención estatal".

Pero él es la prueba de que el talento se impone incluso sobre las bombas.