“Y se abre el tiempo, se abre el tiempo. Viendo la vida no se vive. Hace falta niña un poco de acción”. Acción es poco para describir lo que Pony Bravo es capaz de ofrecer con su música. Apuesta a caballo ganador
DIEGO J. CEBALLOS
Tertulia andaluza
El último número de una importante revista musical (y de tendencias) se abría con un amplio reportaje para ejemplificar lo que se movía en el nuevo indie nacional, poniendo su óptica en grupos de las escenas de Barcelona y Madrid. No voy aquí a criticar su ombliguismo ni a caer en un demagogo chauvinismo sureño, pero en Sevilla, sin haber propiamente una ‘escena’, han surgido en los últimos tiempos algunos de los proyectos musicales más originales y atrevidos del panorama nacional. Bandas como Blacanova, Las Buenas Noches, Midi Puro, o, de los que nos vamos a ocupar en las líneas siguientes, Pony Bravo, ponen de manifiesto que algo bueno se mueve por estos lares.
La mezcla de diferentes estilos musicales, eso que algunos han dado por denominar como fusión, y que bajo su paraguas se han refugiado innumerables bodrios (con algunas notabilísimas excepciones, todo hay que decirlo), no es una idea en sí misma descabellada. Eso sí, ha de hacerse con respeto, con estudio, con admiración. La música de cada pueblo va asida a su cultura, a su vida, a sus sentimientos, a su pasión. Y sólo respetando esos parámetros dicha mezcla puede fluir de forma natural. Con honestidad. Con verdad. La que Pony Bravo rebosa acaudaladamente.
Los sevillanos, entre tanto producto de catálogo, han parido una de las propuestas más originales y genuinas, a la par que estimulantes, de los últimos tiempos. Su reciente disco Si bajo de espalda no me da miedo, editado por el también novísimo sello local Discos Monterrey, y grabado en los Estudios La Mina por Raúl Pérez (miembro a su vez de The Baltic Sea, Marina Gallardo y Tweilicht), incluye doce temas en los que, además de la presencia de la sólida base rítmica característica del krautrock, se balancean y expanden con total fluidez hacia la música sureña americana, el western, vestigios del rock andaluz de los setenta (esos Triana), dejes flamencos, reggae, ritmos africanos y un acertadísimo espíritu coplero por el que siento gran debilidad. Sonidos fronterizos dispares con sensación de conjunto. Enormes canciones como El Rayo, la homónima El Pony Bravo, Trinchera, Arcanul, El guarda forestal, El piloto automático o Sunset que, gracias a la única difusión del boca a boca y de las diversas aplicaciones informáticas a su alcance (MySpace, Youtube, blogs…), llevan meses sonando sin parar y que justifican por méritos propios la expectación y admiración que provocan a su paso.
Pasando con naturalidad del castellano a la lengua anglosajona, el grupo integrado por el diseñador gráfico Daniel Alonso junto con los ex-Renochild Pablo Peña, Darío del Moral y Javier Rivera ha elaborado un discurso musical propio, experimental y cercano, aderezado además de una imagen gráfica también personal, que suma quilates al Pony tanto con el magnífico artwork que custodia el disco como con los efectistas carteles que anuncian sus actuaciones. Actuaciones en las que Pony Bravo no sólo son capaces de plasmar todo lo bueno que recoge el disco, sino que hacen crecer muchas de sus canciones con su potencia y versatilidad.
Dicho todo esto no debería quedar duda alguna de que Pony Bravo es un grupo al que hay que escuchar (y disfrutar) y seguir la pista. A mí no me queda. Pero para los escépticos, decir que la última potencial arruga de mi bigote desapareció fulminantemente de mi rostro con la satisfacción de verles en directo dando vida a una arrebatadora versión de La niña de fuego de Manolo Caracol. Mucho arte hay aquí. Arte equino. ¡Pony Bravo!
La mezcla de diferentes estilos musicales, eso que algunos han dado por denominar como fusión, y que bajo su paraguas se han refugiado innumerables bodrios (con algunas notabilísimas excepciones, todo hay que decirlo), no es una idea en sí misma descabellada. Eso sí, ha de hacerse con respeto, con estudio, con admiración. La música de cada pueblo va asida a su cultura, a su vida, a sus sentimientos, a su pasión. Y sólo respetando esos parámetros dicha mezcla puede fluir de forma natural. Con honestidad. Con verdad. La que Pony Bravo rebosa acaudaladamente.
Los sevillanos, entre tanto producto de catálogo, han parido una de las propuestas más originales y genuinas, a la par que estimulantes, de los últimos tiempos. Su reciente disco Si bajo de espalda no me da miedo, editado por el también novísimo sello local Discos Monterrey, y grabado en los Estudios La Mina por Raúl Pérez (miembro a su vez de The Baltic Sea, Marina Gallardo y Tweilicht), incluye doce temas en los que, además de la presencia de la sólida base rítmica característica del krautrock, se balancean y expanden con total fluidez hacia la música sureña americana, el western, vestigios del rock andaluz de los setenta (esos Triana), dejes flamencos, reggae, ritmos africanos y un acertadísimo espíritu coplero por el que siento gran debilidad. Sonidos fronterizos dispares con sensación de conjunto. Enormes canciones como El Rayo, la homónima El Pony Bravo, Trinchera, Arcanul, El guarda forestal, El piloto automático o Sunset que, gracias a la única difusión del boca a boca y de las diversas aplicaciones informáticas a su alcance (MySpace, Youtube, blogs…), llevan meses sonando sin parar y que justifican por méritos propios la expectación y admiración que provocan a su paso.
Pasando con naturalidad del castellano a la lengua anglosajona, el grupo integrado por el diseñador gráfico Daniel Alonso junto con los ex-Renochild Pablo Peña, Darío del Moral y Javier Rivera ha elaborado un discurso musical propio, experimental y cercano, aderezado además de una imagen gráfica también personal, que suma quilates al Pony tanto con el magnífico artwork que custodia el disco como con los efectistas carteles que anuncian sus actuaciones. Actuaciones en las que Pony Bravo no sólo son capaces de plasmar todo lo bueno que recoge el disco, sino que hacen crecer muchas de sus canciones con su potencia y versatilidad.
Dicho todo esto no debería quedar duda alguna de que Pony Bravo es un grupo al que hay que escuchar (y disfrutar) y seguir la pista. A mí no me queda. Pero para los escépticos, decir que la última potencial arruga de mi bigote desapareció fulminantemente de mi rostro con la satisfacción de verles en directo dando vida a una arrebatadora versión de La niña de fuego de Manolo Caracol. Mucho arte hay aquí. Arte equino. ¡Pony Bravo!