La edición en DVD de Vampyr, película de terror inédita en España del maestro Dreyer, saca a la luz un título fundamental y atípico de su rica filmografía
JESÚS PALACIOS
El Mundo
Carl Thedor Dreyer es uno de los grandes cineastas de lo invisible. Su estilo sobrio, profundo y austero, casi calvinista, sumado a sus temáticas de resonancia religiosa y moral, le ha valido ser considerado como el realizador metafísico por excelencia. Pero escondido en el corazón de este sereno moralista, hubo también espacio para el lado oscuro. Para los espectros de la obsesión, lo sobrenatural y lo esotérico. Así fue como vio la luz Vampyr (1932), rodada entre 1930 y 1931, a caballo entre el cine mudo y el sonoro, después del no menos sonoro fracaso de La pasión de Juana de Arco (1928), obra maestra incomprendida en su día. Quizá por ello, ante el éxito que obtenían las producciones fantásticas del cine alemán, y movido también por cierta envidieja hacia su compatriota Benjamin Christensen y su polémica Häxan, Dreyer decidió plasmar su propia versión de lo sobrenatural.
La contribución de Dreyer al género fantaterrorífico y, más concretamente, a la filmografía vampírica se ha convertido, con los años, en un genuino filme de culto, exquisitamente macabro, surrealista e inclasificable que ahora Versus edita en DVD en una edición restaurada. Aunque inspirado en motivos de los relatos de Sheridan LeFanu -el castillo asolado por una vampira de Carmilla, el enterramiento en vida que aparece en La posada del Dragón Volado...-, lo cierto es que éstos son mera excusa para sumergirnos en un delirante mundo de magia y pesadilla, carente de la lógica formal y el desarrollo clásico no sólo de los cuentos originales, sino del cine de terror tradicional. Nunca el espectador se ve tranquilizado por la explicación de lo sucedido, ni por una secuencia lógica de acontecimientos, sino que, al igual que el sonambúlico protagonista se encuentra plácida y aterradoramente perdido en un escenario onírico, recreado con regusto simbolista y surreal por la espléndida fotografía de Rudolph Maté.
Dejando de lado el mecanismo tradicional del cuento de fantasmas, tanto como las convenciones del guión y la narración cinematográfica, Dreyer deambula a través de los ojos de su personaje principal, Allan Gray, interpretado por el excéntrico aristócrata Nicolas de Gunzburg, quien también contribuiría a la financiación del filme, por una Centroeuropa fantasmagórica, escapada de las ilustraciones y grabados de Gustave Doré, Goya o, más apropiadamente, Kubin, Bresdin o Ensor... Aunque, curiosamente, casi toda la acción se desarrolla a pleno día, bajo una blanca luz, digna del mágico naturalismo del pintor sueco Anders Zorn (para aumentar el aspecto fantasmal de sus imágenes, Dreyer rodó interponiendo un velo de tela casi transparente sobre la lente de la cámara). En este mundo esotérico y místico, está presente, para sorpresa del seguidor de la sobria y austera narrativa dreyeriana, un peculiar sentido del humor, negro, claro, repleto de sombras chinescas que se mueven al son del swing, de grotescos personajes mutilados, calaveras y episodios absurdos.
Historia de vampiros casi sin vampiros, con un protagonista prácticamente autista, llena de imágenes innovadoras y perversas -el célebre enterramiento en vida filmado en plano subjetivo, la muerte del villano encerrado en el cruel reloj de arena del molin... -, donde lo sobrenatural y lo real, lo fantástico y lo cotidiano, se yuxtaponen sin explicación ni ruptura alguna, planos contiguos en la alucinada mente del director, no es raro que Vampyr tampoco contara con el beneplácito del público. Tan fría fue su acogida que Dreyer tardaría diez años en volver a rodar, y no retornaría nunca al género. Ahora, cuando el DVD nos devuelve Vampyr con el brillo sobrenatural del primer día, no podemos dejar de maravillarnos ante una obra tan singular y delirante, mucho más próxima sin duda a los mundos improbables de Lynch, Buñuel, Svankmajer o Fellini, que al cine de terror clásico.
La contribución de Dreyer al género fantaterrorífico y, más concretamente, a la filmografía vampírica se ha convertido, con los años, en un genuino filme de culto, exquisitamente macabro, surrealista e inclasificable que ahora Versus edita en DVD en una edición restaurada. Aunque inspirado en motivos de los relatos de Sheridan LeFanu -el castillo asolado por una vampira de Carmilla, el enterramiento en vida que aparece en La posada del Dragón Volado...-, lo cierto es que éstos son mera excusa para sumergirnos en un delirante mundo de magia y pesadilla, carente de la lógica formal y el desarrollo clásico no sólo de los cuentos originales, sino del cine de terror tradicional. Nunca el espectador se ve tranquilizado por la explicación de lo sucedido, ni por una secuencia lógica de acontecimientos, sino que, al igual que el sonambúlico protagonista se encuentra plácida y aterradoramente perdido en un escenario onírico, recreado con regusto simbolista y surreal por la espléndida fotografía de Rudolph Maté.
Dejando de lado el mecanismo tradicional del cuento de fantasmas, tanto como las convenciones del guión y la narración cinematográfica, Dreyer deambula a través de los ojos de su personaje principal, Allan Gray, interpretado por el excéntrico aristócrata Nicolas de Gunzburg, quien también contribuiría a la financiación del filme, por una Centroeuropa fantasmagórica, escapada de las ilustraciones y grabados de Gustave Doré, Goya o, más apropiadamente, Kubin, Bresdin o Ensor... Aunque, curiosamente, casi toda la acción se desarrolla a pleno día, bajo una blanca luz, digna del mágico naturalismo del pintor sueco Anders Zorn (para aumentar el aspecto fantasmal de sus imágenes, Dreyer rodó interponiendo un velo de tela casi transparente sobre la lente de la cámara). En este mundo esotérico y místico, está presente, para sorpresa del seguidor de la sobria y austera narrativa dreyeriana, un peculiar sentido del humor, negro, claro, repleto de sombras chinescas que se mueven al son del swing, de grotescos personajes mutilados, calaveras y episodios absurdos.
Historia de vampiros casi sin vampiros, con un protagonista prácticamente autista, llena de imágenes innovadoras y perversas -el célebre enterramiento en vida filmado en plano subjetivo, la muerte del villano encerrado en el cruel reloj de arena del molin... -, donde lo sobrenatural y lo real, lo fantástico y lo cotidiano, se yuxtaponen sin explicación ni ruptura alguna, planos contiguos en la alucinada mente del director, no es raro que Vampyr tampoco contara con el beneplácito del público. Tan fría fue su acogida que Dreyer tardaría diez años en volver a rodar, y no retornaría nunca al género. Ahora, cuando el DVD nos devuelve Vampyr con el brillo sobrenatural del primer día, no podemos dejar de maravillarnos ante una obra tan singular y delirante, mucho más próxima sin duda a los mundos improbables de Lynch, Buñuel, Svankmajer o Fellini, que al cine de terror clásico.