(Profesora de Ciencias Políticas en la UNED)
Público
El objetivo de los ejércitos de una treintena de países al invadir y ocupar Afganistán no ha sido ni proporcionar el bienestar a sus sufridas gentes como afirman unos, ni la lucha contra el terrorismo para garantizar la paz mundial, como señalan otros. Las falsedades sobre Irak nos invitan a buscar las otras razones para agredir al país centroasiático y saber por qué Afganistán se va a convertir en la prioridad de la política exterior de la Administración Obama.
Sin rodeos, son dos las principales razones por las que la milenaria Ariana, la Tierra de los Arios, hoy sea el enclave más importante de la lucha de las superpotencias para hacerse con la hegemonía mundial. Primero, su posición estratégica, por lo que este peculiar "Estado tapón" comparte fronteras con China, las repúblicas ex soviéticas, Pakistán e Irán. Segundo, Afganistán es la única llave de acceso a toda Asia Central para las compaّñías occidentales de energía, impacientes por echar mano a los 236 billones de metros cúbicos de gas y los 160 millones de barriles de petróleo que esconde en su seno. Instaladas ya en esta región tras la caída de la URSS y, sobre todo, tras los criminales atentados del 11S, estas multinacionales, de paso, querrán hacerse con la tercera reserva de uranio del mundo -ubicada en Kazajstán-, con la reserva de oro de Kirguizistán y de los 115 billones de barriles de crudo de la Cuenca Caspia. Hacer realidad este sueّño significa poseer el control casi absoluto sobre los mercados de todo el planeta. Claro que antes habría que dominar dichos recursos y luego transportarlos desde una zona que presenta un grave problema: no tiene salida al mar. Es así como aparece la "solución afgana", país sin Estado y huérfano, que se convierte en la ruta obligatoria de tránsito de dichos productos hacia aguas libres.
Manos a la obra, en octubre de 1995, la Central Asia Gas (Centgas) -filial de la norteamericana Unocal- y el gobierno de Turkmenistán firmaron un acuerdo para construir el gasoducto que atravesará Afganistán (Herat y Kandahar) y llegará al puerto paquistaní de Karachi, a orillas del Mar Arábigo.
El 4 de diciembre de 1997, una delegación talibán fue recibida por el presidente de EEUU Ronald Reagan, quien se negó a pagarles los cien millones de dólares por año que pedían por el peaje. Tiempo después se decidió poner fin a la existencia de esta pandilla de criminales, dando luz verde a los medios de comunicación para emitir las imágenes de las lapidaciones y demás barbaridades que sus ex aliados venían haciendo desde hacía años, con el fin de que la opinión pública legitimase una intervención para "liberar a las mujeres afganas, del burka y al mundo, del terrorismo" y así poder deshacerse de unos colaboradores ineptos y poco fiables.
Para los socios de la OTAN, aquella agresión iba a ser una oportunidad única de implantarse en el suelo de Asia central, por vez primera. Asٍí, en 2002, las compaّñías norteamericanas firmaron el Acuerdo de Ashgabat, nombre de la capital de Turkmenistán, por el que se puso en marcha la construcción del oleoducto turkmeno-afgano-paquistaníٍ, que deberá estar terminado antes de2010. Con ello, EEUU podría diversificar sus fuentes de energía, romper el monopolio ruso sobre los yacimientos y el transporte de petróleo y gas de la región, impedir cualquier posibilidad de reunificación euroasiática bajo el paraguas de Moscú y frenar el desarrollo de la economía de China, país en cuya frontera común con Afganistán ya ha instalado una base militar, al igual que en los límites que comparte este país con Irán.
Por su parte, India ha conseguido hacerse con un acuerdo petrolífero con Kazajstán y un asentamiento militar en Tayikistán. El principal perdedor de este juego ha sido Pakistán, bastión de los talibán que, sin ser recompensado por los servicios en la "guerra contra el terrorismo" ha visto burlada su soberanía por las operaciones no autorizadas de la OTAN en sus territorios.
Pero ha sido el pueblo afgano la gran víctima de este plan geoestratégico-económico: cerca de un millón de muertos, unos tres millones de mutilados, cinco millones de refugiados y desplazados y un país entero aplastado a causa del uso indiscriminado de todo tipo de armas de destrucción masiva, incluido el uranio empobrecido. El presupuesto que iba a ser el "Plan Marshall" para Afganistán, en parte se ha esfumado y en parte ha sido destinado a construcción de infamias, como el lujoso hotel antisísmico en Kabul para los "ilustres visitantes" o los ingentes sueldos de los empleados occidentales, que cobran unas 200 veces más que uno local por el mismo trabajo.
El presidente del país Hamid Karzai -un ex consultor de la petrolera estadounidense de Unocal (apodado el "alcalde de Kabul" ya que su autoridad se limita a la capital)- gobierna el primer narco-estado del planeta, que abastece el 92% del mercado de opio y heroína. Sus horas contadas darán la oportunidad a Zulmay Khalilzad, un afgano-estadounidense pastún y sunníٍ -otro ex asesor de Unocal y actual embajador de Washington ante la ONU-, para que le sustituya y deje claro que Afganistán, hoy, no es más que una colonia.
Sin embargo, los primeros sueños teّñidos de fuel y de poder se desvanecen en el profundo descontento de los ciudadanos afganos que servirá para engrosar las filas de los insurgentes, sobre todo, por las gestiones de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), constituida en 2001 y formada por China, Rusia, las repúblicas de Asia central -Tayikistán, Kazajstán y Kirkizistán y Uzbekistán-, que cuentan con India, Irán y Pakistán como miembros observadores y la perspectiva de integrarse Brasil y Venezuela.
¡Casi nada! Un pacto económico, político y militar que, tras crear la Estructura Regional Antiterrorista (RATS), ha pedido a EEUU un calendario de retirada de la región. Las presiones de Uzbekistán a Washington para que desmantele su base en Janabad han sido recompensadas por Moscú permitiedo su ingreso en el mercado libre de la Comunidad Económica Euroasiática. Desde Kirguizistán, el presidente Bakٍyev estudia despedir a los militares de la OTAN alojados en la base de Manás.
Y en cuanto al codiciado gas, la china National Petroleum Corporation acaba de construir un gran gasoducto que nace en Turkmenistán y termina en su territorio, dejando claro que los forasteros ya no tienen nada que hacer en Afganistán, aunque lo llenen de soldados.