El mal sueño de Ernst Jünger

ÁLVARO CORTINA
El Mundo

Tusquets edita la obra maestra del escritor alemán, 'Sobre los acantilados de mármol'.

Jünger escribió 'Sobre los acantilados de mármol' en las orillas del lago Constanza, en Alemania, a finales de los años 30, cuando el mundo temblaba. Su texto híbrido de onirismo y urgente alegoría, levantó revuelo en su momento.

Su peripecia, situada en un tiempo fuera de la historia, primigenio y límpido de realidad, cuenta el acontecer de una decadencia social en un espacio mítico, Marina, bañado también por un gran lago, como las intuiciones que lo inspiraron, en la quietud de los márgenes del Constanza.

Coartar esta historia por su contexto, y asignar nombres de personajes históricos a los ficticios sería la gran tentación de todo aquel que guste de pinchar los hallazgos del arte en el corcho de las palabras, de las definiciones, de lo explicable. Jünger se quejó siempre de esto. El arte busca autonomía, y Marina no es sólo Alemania u Occidente, aunque ambos terminaron ardiendo en el fuego suicida del conflicto.

Marina linda sus territorios con la Campaña. Marina es una tierra ordenada de suaves vientos y cultivos y vides, donde la gente rinde culto a los dioses en los solsticios, hay templos griegos y celebra mascaradas donde la gente se disfraza de pájaros. La Campaña es un lugar montaraz y agreste donde habitan lémures y afloran las nieblas en la noche.

Son tierras del Guardabosque Mayor. De él se dice que "el terror es su elemento", lleva un frac verde, bordado con hojas de acebo hechos de hilo de oro y sus huestes son salvajes, carnívoras y violentas. Naturalmente, los sabuesos del mensaje ven aquí a Hitler. Los nazis también lo entendieron así. De hecho, este título distanció definitivamente al autor de la derecha alemana, que siempre le admiró como estandarte del nacionalismo germano.

Entre la luz y la sombra están los acantilados de mármol donde reptan víboras mansas, lanceoladas, de color rojo y de latón, donde se divisa todo el vasto lago. Junto a estos acantilados se construyó la Ermita de las Rudas. Allí dos hermanos (uno de ellos el narrador) viven dedicados al estudio de la botánica, cultivando azucenas y admirando la ciencia clasificatoria de Linneo.

Como Jünger (valeroso alférez de la Primera Guerra Mundial en su juventud), son dos veteranos de viejas conflagraciones (de la orden de los Jinetes Púrpuras) y testimonian el enfrentamiento creciente entre Marina y Campaña con los visos alucinados de quien transita un mal sueño.

Sentencias

El estilo, ampuloso, como de parábola bíblica o de libro de proverbios chinos, trabaja todo este terruño declinante sembrando sentencias aquí y allá, en plan el maestro de 'Kung Fu'. Algunos ejemplos son:

"Profundo es el odio que entre los corazones abyectos arde contra los seres bellos", "El orden humano se parece al cosmos en lo siguiente: para renacer es preciso que se sumerja de vez en cuando en el fuego" o "En nuestras horas débiles la aniquilación se nos aparece con una figura terrible, como esas imágenes que se ven en los templos de los dioses de la venganza".

La muerte de los sabios y la rabia del poder del Guardabosque (muy vívidas las guerras, libradas aquí con jaurías de grandes perros de caza), la oscuridad de cuartel fronterizo que anega las tabernas, la inquietud frente a lo venidero y la nostalgia de lo pasado orienta todas las pinceladas de este fresco.

Fresco que puede recordar (vagamente) a las visiones de Lord Dunsany o de MacCarthy, que demarca como Faulkner o García Márquez o Tolkien el territorio concreto, de sus fantasías, y que al mismo tiempo se dirige en la senda simbólica y trascendental de contar la historia aciaga del mundo con la pretensión solemnísima de los profetas.