Cesare Pavese, a la deriva

Lumen edita 'Entre mujeres solas', una novela breve del malogrado escritor italiano


ÁLVARO CORTINA
El Mundo




En 'Entre mujeres solas', Turín es un lugar incierto y triste. La ciudad desmochada por el invierno, paredes de posguerra, mustias, decrépitas, como con sarna, la habitación de un hotel turinés, como una emboscada.

La trama, desnuda, se articula en torno a los grises neorrealistas de un enero que ya ha olvidado la Navidad (la feliz Navidad) pero que tiene muy presente sus fantasmas muertos en combate. Sus millones de fantasmas. Las mujeres hablan aquí unas con otras, en piña, pero no son orgullosas, ni guardan una especie de fraternidad sexista como las de 'Thelma y Louise'. Andan aquí las mujeres muy desconcertadas, removidas y a la deriva.

Cuando aparece Clelia, narradora y protagonista, ya llegando a su hotel, recién venida de Roma, una chica vecina de habitación casi consuma un suicidio por intoxicación con veronal. Sumen ustedes una ciudad extraña, un hotel, un invierno y el intento de suicidio de una jovencita. Pues eso es, básicamente, el universo Pavese. Aquí los personajes son una especie de desecho de varias promesas indebidas, de una frustración latente en cada línea de diálogo.

Cesare Pavese era un animal de hoteles, un solterón nómada. Si él escribió de 'Santuario', de Faulkner, que era una ficción policíaca con pretensiones, se podría decir de él que encontró la pretensión de su novelar en las almas tristes que pululan por la que era su ciudad, Turín, quizá con las que se topaba en el descansillo de su habitación numerada. Como un costumbrismo de naturalezas muertas. Descarrío de invierno el de Pavese, suicida con vocación que imaginaba en 'Entre mujeres solas' el drama del suicidio frustrado.

Suicidio como padecer, como acechanza

En su libro de culto, diario capital, 'El oficio de vivir', escribe: "Es preciso observar bien esto: en nuestros tiempos el suicidio es un modo de desaparecer, se comete tímidamente, silenciosamente. No es ya un hacer, es un padecer". La sombra de este suicidio persigue, como una enfermedad atmosférica, como un posible acceso de cansancio terminal, a la mujer entrada en años que dirige las páginas.

Clelia conoce a varias mujeres, y se cuentan escarceos y trivialidades, conversaciones banales, ellas, locuaces solitarias (en esto el título es muy concluyente), escandalizándose las unas a las otras en un mundo de tedio.

La mirada más adulta de Clelia resulta ser de altivo cinismo, de empático cinismo. Morelli, por su parte, es un conquistador con canas con el que comparte conversaciones y más tedio. Un inquietante desánimo imbuye 'Entre mujeres solas', cuando pesa el silencio entre conversación y conversación, cuando en el desdoblamiento de un espejo se respira enajenación y lejanía. Cuenta Clelia:

"-Conocí a una cajera en Roma -dije- que a fuerza de verse en el espejo, en el espejo de detrás del mostrador, se volvió loca. Creía ser otra".