Una muestra en el Museo Reina Sofía y el libro «El arte como revuelta» recuerdan la figura del historiador C. Einstein
DELFÍN RODRÍGUEZABC
De Carl Einstein (1885-1940), historiador y crítico, novelista, poeta, ensayista, militante político, intelectual comprometido y tantas veces desbordado por los acontecimientos, incluidos sus participaciones voluntarias en la I Guerra Mundial y en la Civil Española, puede decirse que representa de forma trágica la lucidez del intelectual del siglo XX ante la realidad, cruzada por sueños pendientes de utopías artísticas, estéticas y literarias. Una trágica lucidez que aún conmociona, que inquieta todavía por haber ido dirigida siempre a lo esencial, recorriendo caminos paralelos y contradictorios que afectan tanto al escritor, al crítico, al historiador como al hombre político que asume la vida como horizonte lleno de promesas y que comprueba la miseria y la violencia de la realidad y el espejismo de cualquier futuro en libertad.
Recorrió e inició innumerables sueños y, mientras creía en ellos, pudo vivir y escribir, pensar y expresarse, hasta que la realidad y la misma experiencia del arte y la literatura le confinaron a la geografía vacía de la desconfianza, a la desilusión, incluso a la tragedia de renunciar a su propia lengua y a su vida. Lo primero fue involuntario, lo segundo, no. En 1940 se quitó la vida, atrapado entre la violencia nazi y los Pirineos atlánticos, una frontera que no podía atravesar, no sólo porque las fronteras sirven para eso, sino porque, al otro lado, en la España que salía de la guerra fratricida en la que él mismo había participado en la Columna Durruti, había otro infierno. Y ya había conocido muchos desde la Guerra del 14.
Condenado a no existir. En 1933 se exilia a París, aunque, como él mismo escribiera, un judío germanohablante en Francia estaba condenado a no existir: «Ahora conversaré brevemente conmigo mismo día tras día? En la poesía francesa nunca me sentiré como en casa, porque sueño y pienso en alemán, así que ahora Hitler me ha condenado a ser un completo apátrida y extranjero». Desde esa condición, y después de haber pasado por la Gran Guerra y por su decepción con la República de Weimar, militando en la Liga Espartaquista y seducido por la Revolución Soviética, se compromete como intelectual voluntario en las filas de Durruti y de la CNT/FAI. No sólo leyó una emocionante proclama después del asesinato, en 1936, del dirigente anarquista en Madrid, en la que expresó una idea muy querida de sus convicciones sobre el arte y la vida. Según Einstein, Durruti «había suprimido del vocabulario la palabra prehistórica "yo". En la Columna Durruti sólo se conoce la sintaxis colectiva». Dos años después, sus planteamientos políticos le acercan a Negrín. Es el momento en el que aparecen dos entrevistas suyas en Barcelona, una con el crítico de arte Sebastià Gash, verdaderamente significativa por su posicionamiento ante el surrealismo, en la que no sólo muestra su desprecio por Dalí, sino que incluso desconfía de su admirado Miró.
Gasch le describe de forma tan expresiva y brillante que casi no parece un intelectual, y menos uno de los historiadores del arte de la vanguardia más lúcidos en aquel momento: «Cazador de caza mayor en África, deportista a carta cabal? Y actualmente el único intelectual de fama internacional que lucha en nuestro frente». Precisamente durante esa estancia en Barcelona, para curarse de una herida, le escribe a su amigo el marchante y galerista del cubismo Daniel-Henri Kahnweiler preguntándole cómo puede ser posible seguir escribiendo después de haber luchado en dos guerras. En la entrevista con Gash afirmaría en ese mismo sentido que «las ametralladoras se burlan de los poemas y de los cuadros», lo que no era ajeno a su convicción de que «la cuestión del arte es, ni más ni menos, la cuestión misma de la libertad humana».
Valor cubista. Autor de una novela tan de vanguardia como Bebuquin (1912), en 1910 había viajado por primera vez a París, donde descubre el Cubismo, del que será uno de sus críticos más extraordinarios, poniéndolo de inmediato en relación con el arte africano, sobre el que publicará dos obras memorables como son Negerplastik (1915) y Afrikanische Plastik (1921). Relacionado intensamente con los expresionistas radicales alemanes, además de con los dadaístas berlineses y los pintores de la Nueva Objetividad, también se sumó como crítico e intelectual al ala disidente del Surrealismo, de Masson a Miró, contribuyendo a fundar la revista Documents, de la que sería secretario de redacción un joven e inesperado G. Bataille. Mantuvo una estrecha relación con Braque, Gris y Picasso, además de con otros muchos artistas de la vanguardia, publicando en 1926 una de sus obras fundamentales como es Die Kunst des 20. Jahrhunderts, con sucesivas revisiones hasta 1931.
Figura fundamental para comprender el significado de las vanguardias, Einstein es ahora reivindicado por fin en España, acompañando su apasionante y trágica historia intelectual y vital con más de un centenar de obras que no sólo ponen en valor sus publicaciones e iniciativas editoriales, sino que además se rodean de obras de los artistas que con él tuvieron una relación directa e intensa, así como con una treintena de esculturas africanas de aquéllas que le apasionaron durante toda su vida, mientras seguía con mirada rota y fascinado la experiencia del cubismo. Magnífica e imprescindible.