ALBERT LLADÓ
Revista de Letras
Poesía, teatro, circo, magia, ópera, escultura… Para Joan Brossa, el arte y la comunicación estética no tenían género ni fronteras. El 30 de diciembre se cumple el décimo aniversario de su muerte y, por ello, desde Revista de Letras hemos querido recordar su inconformismo creativo y su, indiscutible, genialidad.
El nuevo surrealismo (1943-1950)
Joan Brossa participa, con sólo 17 años, en la Guerra Civil. Allí, se aficiona a la escritura. Y en 1941, cuando vuelve a Barcelona, conoce al poeta J.V. Foix, que le influye profundamente. Es la época que conoce, también, a Joan Prats y Joan Miró, y que se interesa cada vez más por las lecturas de Freud. Para expresar las ideas que le vienen del subconsciente, empieza a hacer poemas visuales con imágenes que llama “hipnagógicas”.
En 1948, crea la revista “Dau al set” con artistas como Antoni Tàpies, Joan Ponç, Joan-Josep Tharrats y Modest Cuixart, entre otros. Es entonces cuando, aparte de escribir versos y prosas breves, se interesa por el teatro, que define como “poesía escénica”. Los diálogos de los personajes, que parecen absurdos y sin trascendencia, le sirven para seguir investigando en temas como el amor, el paso del tiempo o la muerte.
El compromiso político (1950-1960)
Separar la obra de Brossa en etapas claramente marcadas, tal vez, es un error. Pero es cierto que, sin dejar de escribir sonetos o sainetes, los años cincuenta son la época donde se agudiza su compromiso político, el interés por la cotidianidad y la defensa de la patria catalana, coaccionada por el franquismo. Pasa de hablar del subconsciente a obsesionarse por la realidad más cercana y asfixiante.
Es el contacto con el poeta brasileño Joao Cabral de Melo lo que le hace iniciar un camino estético que poco tiene que ver con lo que hacían otros poetas del momento, inmersos en el post simbolismo. Joan Brossa no está de moda, es muy desconocido todavía, pero esta denuncia de la realidad política más oscura hace que utilice cada vez más la oda sáfica, que antes habían utilizado Verdaguer o Guimerà.
La búsqueda de la esencia (1960-1975)
Cada vez más, el poeta se da cuenta del poder representativo de las letras. Ve en el blanco del papel más protagonismo y comienza una búsqueda hacia la síntesis más radical. Encuentra las esencias en la poesía visual que, poco después, sí le hará famoso.
Son años de experimentación. Hay que investigar nuevos lenguajes y collabora, habitualmente, con artistas plásticos. Recoge este pensamiento, donde reconoce la poesía visual como una excelente forma de expresión contemporánea, en “La poesía en presente”, en los Juegos Florales de 1985. Sin dejar de utilizar la métrica tradicional en algunos de sus textos, trabaja más el poema objeto.
El Brossa público (1975-1998)
Joan Brossa es conocido, sobre todo, a partir de los años ochenta. Y lo es, aunque ha escrito más de trescientas obras de teatro y más de ochenta textos literarios, por su obra plástica y como el maestro moderno de la poesía visual.
A raíz de la “Exposición antológica de poesía visual y poemas objeto” en la Fundación Miró, en 1986, Brossa se convierte en un hombre público con un ritmo de trabajo frenético. Los ayuntamientos, y varios arquitectos, le empiezan a hacer encargos y, por ello, es fácil encontrar obras suyas en las calles de Cataluña y en el extranjero, en países como Alemania o Cuba.
El nuevo surrealismo (1943-1950)
Joan Brossa participa, con sólo 17 años, en la Guerra Civil. Allí, se aficiona a la escritura. Y en 1941, cuando vuelve a Barcelona, conoce al poeta J.V. Foix, que le influye profundamente. Es la época que conoce, también, a Joan Prats y Joan Miró, y que se interesa cada vez más por las lecturas de Freud. Para expresar las ideas que le vienen del subconsciente, empieza a hacer poemas visuales con imágenes que llama “hipnagógicas”.
En 1948, crea la revista “Dau al set” con artistas como Antoni Tàpies, Joan Ponç, Joan-Josep Tharrats y Modest Cuixart, entre otros. Es entonces cuando, aparte de escribir versos y prosas breves, se interesa por el teatro, que define como “poesía escénica”. Los diálogos de los personajes, que parecen absurdos y sin trascendencia, le sirven para seguir investigando en temas como el amor, el paso del tiempo o la muerte.
El compromiso político (1950-1960)
Separar la obra de Brossa en etapas claramente marcadas, tal vez, es un error. Pero es cierto que, sin dejar de escribir sonetos o sainetes, los años cincuenta son la época donde se agudiza su compromiso político, el interés por la cotidianidad y la defensa de la patria catalana, coaccionada por el franquismo. Pasa de hablar del subconsciente a obsesionarse por la realidad más cercana y asfixiante.
Es el contacto con el poeta brasileño Joao Cabral de Melo lo que le hace iniciar un camino estético que poco tiene que ver con lo que hacían otros poetas del momento, inmersos en el post simbolismo. Joan Brossa no está de moda, es muy desconocido todavía, pero esta denuncia de la realidad política más oscura hace que utilice cada vez más la oda sáfica, que antes habían utilizado Verdaguer o Guimerà.
La búsqueda de la esencia (1960-1975)
Cada vez más, el poeta se da cuenta del poder representativo de las letras. Ve en el blanco del papel más protagonismo y comienza una búsqueda hacia la síntesis más radical. Encuentra las esencias en la poesía visual que, poco después, sí le hará famoso.
Son años de experimentación. Hay que investigar nuevos lenguajes y collabora, habitualmente, con artistas plásticos. Recoge este pensamiento, donde reconoce la poesía visual como una excelente forma de expresión contemporánea, en “La poesía en presente”, en los Juegos Florales de 1985. Sin dejar de utilizar la métrica tradicional en algunos de sus textos, trabaja más el poema objeto.
El Brossa público (1975-1998)
Joan Brossa es conocido, sobre todo, a partir de los años ochenta. Y lo es, aunque ha escrito más de trescientas obras de teatro y más de ochenta textos literarios, por su obra plástica y como el maestro moderno de la poesía visual.
A raíz de la “Exposición antológica de poesía visual y poemas objeto” en la Fundación Miró, en 1986, Brossa se convierte en un hombre público con un ritmo de trabajo frenético. Los ayuntamientos, y varios arquitectos, le empiezan a hacer encargos y, por ello, es fácil encontrar obras suyas en las calles de Cataluña y en el extranjero, en países como Alemania o Cuba.