La ola



MIKEL INSAUSTI
Gara


Felicitaciones a Dennis Gansel, un joven cineasta alemán que tiene cosas que contar a las nuevas generaciones, sin salirse de la narrativa de género y utilizando las reglas del drama estudiantil. «La ola» es un artefacto de lo más contundente y efectivo, y de ahí el merecido éxito de público alcanzado en su país. Introduce muy bien el tema que quiere debatir, al presentar las protestas iniciales de los alumnos de un instituto ante el profesor que les propone un curso sobre la «autocracia». Es natural que se quejen porque pertenecen a una nueva Europa que quiere dejar atrás el lastre histórico del holocausto, y que contempla la proliferación de bandas neonazis como algo anecdótico y marginal. El propio docente coge de mala gana la materia que le ha sido asignada, puesto que él prefería dar «anarquía», como fan que es del punk-rock de los Ramones y de los Clash, grupos de los que luce sendas camisetas.

El potencial de liderazgo que poseen los educadores ya ha sido tratado en el cine, sobre todo a raíz del eco alcanzado por «El club de los poetas muertos». El personaje encarnado por Jürgen Vogel en «La ola» va mucho más lejos que el que hizo Robin Williams al gusto de Hollywood, en cuanto que se trata de un elemento progresista al que el vértigo del poder le acaba corrompiendo. Todo empieza como un proyecto escolar para hacer la asignatura más entretenida, pero le coge tanto gusto al ensayo que llega a creérselo y pierde el control de la situación, convirtiéndose en una pésima influencia para sus alumnos. La mención de la terminología experimental no es casual, ya que la película de Dennis Gansel es el equivalente estudiantil al planteamiento carcelario mostrado por su compatriota Oliver Hirschbiegel en «El experimento».

Puede parecer exagerado, pero «La ola» es defendible como película de tesis, dado lo ilustrativa que resulta a la manera de un tratado práctico. La observación detallada de los cambios que experimentan los estudiantes sirve para comprender el origen y desarrollo de los movimientos fascistas, así como las causas que los conectan con el populismo. En la clase hay quien necesita del grupo para ocultar sus complejos, para sentirse uno más, para sentirse integrado. Está también el artista mural o grafitero que se siente seducido por la maquinaria propagandística. No falta, por supuesto, el inmigrante turco a la que la uniformidad le ofrece la posibilidad de ser un igual con respecto a sus compañeros germanos. Y los que más se identifican con esa disciplina que los hace tan fuertes y programados para la victoria son los deportistas, que se toman los partidos de water-polo como un desafío patrio.

El modo en que Dennis Gansel se distancia de tanto enardecido fanatismo en las aulas es la ironía detectable en su visión de los símbolos externos de los regimenes autoritarios, volcada en lo patético que resulta el saludo «olero», una pura caricatura del romano o del nazi. Pero tampoco pierde la oportunidad de denunciar la violencia inherente a los comportamientos grupales, tan atractiva a los más jóvenes. Cuando el proyecto se le va de las manos al protagonista surgen los enfrentamientos internos, y entonces «La ola» cobra plena actualidad en sintonía con «Bowling for Columbine», «Elephant» o «Battle Royal». Y lo mismo que los títulos mencionados, se puede decir que bebe de las fuentes de «El señor de las moscas», la novela de William Golding merecedora de una adaptación cinematográfica mejor que la que conoció hace casi veinte años.