Solos ante la indiferencia


DIEGO A. MANRIQUE
El País



Algunos lo llamarán sobreexplotación pero otros estamos felices: siguen saliendo discos en directo de The Doors. Los Doors con Jim Morrison, urge precisar. Un cuarteto que solo duró cinco años (1966-1971) pero muy documentado en grabaciones. Eso explica que cada poco nos encontremos con un nuevo live de calidad sonora más o menos aceptable.

Los cínicos dirán que tal avalancha es redundante: reiteración de repertorio conocido, reproducido en piloto automático. Pero ésa es la mentalidad a la que nos tiene acostumbrados el frígido rock business contemporáneo: los Doors no funcionaban como una máquina de tocar éxitos. Por el contrario, sus actuaciones eran elásticas e imprevisibles. En su papel de chamán dionisiaco, Morrison gustaba de increpar a los agentes de policía presentes (no existía entonces el concepto de seguridad privada) y a sus propios fans. Si añadimos su imbécil hábito de embriagarse, ya tenemos los ingredientes para unos conciertos explosivos.

Para imaginar la tensión y el enfrentamiento resultantes, resulta indispensable el triple Live in Boston, turbulentos shows registrados en 1970. Pero el último lanzamiento, el doble Live at The Matrix 1967, es otra película. Corresponde a la pesadilla de cualquier músico: ofrecer un concierto y que (casi) nadie acuda.

Los Doors todavía no habían logrado su primer número 1 con Light my fire pero eran una banda en ascenso, con un elepé en el respetado sello Elektra que reventaba los esquemas del rock en sonido y temática. Sin embargo, se hallaban en San Francisco, territorio hostil. Ellos iban a la meca de los beats; ignoraban que la ciudad vivía intoxicada con los vapores del jipismo y no se sentía impresionada por las propuestas que llegaban de Los Ángeles, capital de la "cultura plástica".

Estaban contratados en el Avalon, típico ballroom de la época, donde se proyectaban gelatinosas imágenes sobre los grupos mientras la gente de las flores hacía que bailaba. Ya que estaban allí, se buscaron un par de bolos extra en un pequeño club, The Matrix, donde había mesas y el público podía sentarse. Era el local de Marty Balin, uno de los cantantes de The Jefferson Airplane, con lo que imaginaron que atraerían a los músicos de Frisco.

Para nada. Lo extraordinario de Live at The Matrix 1967 es escuchar a un grupo hoy legendario esforzándose ante una sala vacía. Apenas logran arrancar aplausos a un público que el baterista John Densmore calcula en "unas ocho personas". Así que podemos escuchar cómo sonaban los Doors antes del éxito, de la histeria, de los colocones.

Y lo que descubrimos es una banda de club. Músicos acostumbrados a tocar, entre su repertorio personal, éxitos bailables: Money, Gloria, Who do you love, Get out out of my life, woman. Chicos espabilados: siguiendo la pista de los Rolling Stones y demás conjuntos británicos, también intercalaban algunos blues lúbricos de Slim Harpo, Muddy Waters, Howlin' Wolf.

Aparte del repertorio de batalla, no eran el habitual grupo de rock de garaje. Instrumentalmente, se parecían más a un trío de jazz: órgano, batería, guitarra (no usaban bajo). Se les escapaban modismos de amable banda de restaurante: ecos de bossa nova, bastante de jazz, esa versión de Summertime, una sugerencia del Concierto de Aranjuez.

El punto subversivo se aprecia en Alabama song, pieza de Kurt Weill y Bertolt Brecht que cantaban las prostitutas en Mahagonny. En The Matrix, Jim Morrison ni siquiera cambiaba el sexo de la letra: "muéstrame el camino hacia el siguiente muchachito".

Demasiado turbio para el San Francisco feliz de 1967. Enfrentados a un local desierto, los Doors se explayaron a capricho: casi todo su debut y adelantos de la siguiente entrega. En un agujero de la calle Fillmore, pintaron la cara B del inminente Verano del amor: odio a los padres, alienación, soledad, sexo desesperado. Instantáneas de una California hosca que Raymond Chandler habría reconocido inmediatamente.