SR. MOLINA
Solodelibros
Parece imposible superar el patetismo tan crudo que plantea Gógol en las pocas páginas de este relato. El personaje de Akaki Akákievich apenas se nos presenta en unas cuantas líneas; poco sabemos de él, nada conocemos de su pasado ni de sus circunstancias. Sin embargo, esto no es óbice para que inmediatamente establezcamos una conexión con él, para que sintamos a este pobre desdichado como alguien cercano. Alguien íntimo.
Esa empatía generada por el protagonista es un elemento intangible sobre el que, paradójicamente, se sustenta “El capote”. Reza la contraportada que Akaki prefigura a Bartleby o a Gregor Samsa, y aunque la afirmación (como casi siempre ocurre con los textos de promoción) sea exagerada, sí que es cierto el hecho de que los tres encarnan figuras de perdedores, de descastados o de inadaptados, personajes todos que suelen motivar una especial empatía.
En este caso, el protagonista es un hombre insignificante, dedicado en cuerpo y alma a su trabajo de funcionario, al que sus compañeros observan con desagrado y malicia. Su vida gira en torno a las tareas que ejerce y en las que pone un empeño reverencial, sin prestar atención a las miserables condiciones de su existencia.
Todo esto cambia cuando descubre que su viejo capote, el único abrigo frente al frío reinante, no puede ser remendado y debe adquirir uno nuevo. La compra de la prenda se convierte en su particular redención vital: por primera vez tiene un objetivo hacia el que dirigir sus anhelos y sobre el que depositar esperanzas de felicidad. Sin embargo, su posesión será el origen de otras desgracias mucho peores…
Gógol expone de manera descarnada la situación de un hombre en mitad de la vorágine social (tengan presente que la obra se publicó en 1842, lo cual dice mucho sobre su modernidad) y la confronta con la propia percepción de su personaje. Akaki se presenta como un ser desvalido y asocial, pero en cierto modo feliz: la dedicación a su trabajo de copista (labor que también desempeñará Bartleby pocos años más tarde), aunque dura, le reporta una satisfacción humilde; su solitaria existencia le priva de la compañía de otros, pero le permite unas rutinas apacibles.
Será precisamente su inmersión en el mundo que le rodea lo que le depare desgracias irreparables. El capote que encarga a su sastre encarnará de forma metafórica su peculiar ascenso social y su posterior caída en desgracia; no deja de ser irónico que su viejo abrigo, raído hasta quedar casi inutilizable, sea la prenda que mejor le haya protegido frente al frío exterior, mientras que el nuevo, flamante y exquisito, apenas le sirva como objeto de burla y pronto desaparezca. Cuando Akaki se reúne al fin con sus compañeros funcionarios, que celebran una fiesta “en honor” a su nuevo capote, se encuentra desubicado («Sencillamente no sabía cómo comportarse, qué hacer con las manos, con los pies y con toda su figura.»), aunque se siente alegre ante las nuevas experiencias que se le ofrecen. Esa ilusión pronto desaparecerá cuando le roben el capote e intente recuperarlo acudiendo a un alto cargo, que le rechaza por insolente. De nuevo situado “en su lugar”, Akaki muere, sin embargo, ajeno a toda jerarquía, fuera de cualquier círculo social: nadie sabe de su deceso y apenas hay noticia del óbito. No es de extrañar, pues, que Gógol lo resucite como fantasma que atormenta a los peterburgueses para pedirles sus capotes. El frío de Akaki va más allá de lo físico: es el frío de la injusticia y la sinrazón popular, mucho más devastador que las inclemencias meteorológicas.
Lo interesante, yendo más allá de las meras cuestiones metaliterarias, es que “El capote” puede transmitir —como, de hecho, hace— varios mensajes, o dar lugar a varias interpretaciones, pero se hace imprescindible por su candor, por su envidiable sencillez narrativa que, de alguna manera (mágica, como siempre ocurre con las buenas historias), nos atrapa y seduce. Pocos escritores habrá que consigan con unas pocas palabras, como hace Gógol, describir a un personaje y sumergirnos en su peculiar visión del mundo. Además, en esta hermosa edición de Nórdica tenemos como acompañamiento especial las bellísimas ilustraciones de Noemí Villamuza, que ponen rostro a Akaki de forma magistral. Un inmejorable regalo (en cualquier época del año).
Solodelibros
Parece imposible superar el patetismo tan crudo que plantea Gógol en las pocas páginas de este relato. El personaje de Akaki Akákievich apenas se nos presenta en unas cuantas líneas; poco sabemos de él, nada conocemos de su pasado ni de sus circunstancias. Sin embargo, esto no es óbice para que inmediatamente establezcamos una conexión con él, para que sintamos a este pobre desdichado como alguien cercano. Alguien íntimo.
Esa empatía generada por el protagonista es un elemento intangible sobre el que, paradójicamente, se sustenta “El capote”. Reza la contraportada que Akaki prefigura a Bartleby o a Gregor Samsa, y aunque la afirmación (como casi siempre ocurre con los textos de promoción) sea exagerada, sí que es cierto el hecho de que los tres encarnan figuras de perdedores, de descastados o de inadaptados, personajes todos que suelen motivar una especial empatía.
En este caso, el protagonista es un hombre insignificante, dedicado en cuerpo y alma a su trabajo de funcionario, al que sus compañeros observan con desagrado y malicia. Su vida gira en torno a las tareas que ejerce y en las que pone un empeño reverencial, sin prestar atención a las miserables condiciones de su existencia.
Todo esto cambia cuando descubre que su viejo capote, el único abrigo frente al frío reinante, no puede ser remendado y debe adquirir uno nuevo. La compra de la prenda se convierte en su particular redención vital: por primera vez tiene un objetivo hacia el que dirigir sus anhelos y sobre el que depositar esperanzas de felicidad. Sin embargo, su posesión será el origen de otras desgracias mucho peores…
Gógol expone de manera descarnada la situación de un hombre en mitad de la vorágine social (tengan presente que la obra se publicó en 1842, lo cual dice mucho sobre su modernidad) y la confronta con la propia percepción de su personaje. Akaki se presenta como un ser desvalido y asocial, pero en cierto modo feliz: la dedicación a su trabajo de copista (labor que también desempeñará Bartleby pocos años más tarde), aunque dura, le reporta una satisfacción humilde; su solitaria existencia le priva de la compañía de otros, pero le permite unas rutinas apacibles.
Será precisamente su inmersión en el mundo que le rodea lo que le depare desgracias irreparables. El capote que encarga a su sastre encarnará de forma metafórica su peculiar ascenso social y su posterior caída en desgracia; no deja de ser irónico que su viejo abrigo, raído hasta quedar casi inutilizable, sea la prenda que mejor le haya protegido frente al frío exterior, mientras que el nuevo, flamante y exquisito, apenas le sirva como objeto de burla y pronto desaparezca. Cuando Akaki se reúne al fin con sus compañeros funcionarios, que celebran una fiesta “en honor” a su nuevo capote, se encuentra desubicado («Sencillamente no sabía cómo comportarse, qué hacer con las manos, con los pies y con toda su figura.»), aunque se siente alegre ante las nuevas experiencias que se le ofrecen. Esa ilusión pronto desaparecerá cuando le roben el capote e intente recuperarlo acudiendo a un alto cargo, que le rechaza por insolente. De nuevo situado “en su lugar”, Akaki muere, sin embargo, ajeno a toda jerarquía, fuera de cualquier círculo social: nadie sabe de su deceso y apenas hay noticia del óbito. No es de extrañar, pues, que Gógol lo resucite como fantasma que atormenta a los peterburgueses para pedirles sus capotes. El frío de Akaki va más allá de lo físico: es el frío de la injusticia y la sinrazón popular, mucho más devastador que las inclemencias meteorológicas.
Lo interesante, yendo más allá de las meras cuestiones metaliterarias, es que “El capote” puede transmitir —como, de hecho, hace— varios mensajes, o dar lugar a varias interpretaciones, pero se hace imprescindible por su candor, por su envidiable sencillez narrativa que, de alguna manera (mágica, como siempre ocurre con las buenas historias), nos atrapa y seduce. Pocos escritores habrá que consigan con unas pocas palabras, como hace Gógol, describir a un personaje y sumergirnos en su peculiar visión del mundo. Además, en esta hermosa edición de Nórdica tenemos como acompañamiento especial las bellísimas ilustraciones de Noemí Villamuza, que ponen rostro a Akaki de forma magistral. Un inmejorable regalo (en cualquier época del año).