E. RODRÍGUEZ MARCHANTE
ABC
Personajes, situaciones, líneas de diálogo, intenciones, género y números (musicales) en la órbita del cine que encumbró a Guy Ritchie, que revela las trastiendas de un Londres canalla, cínico y tan podrido como el hueco de la muela de un pirata de los de antes. Ahora, los piratas son tal y como los pinta Ritchie: intermediarios, contratistas de obras, concejales de distrito, mafiosos, rusos con dinero de todos los colores, muñecas del cine negro de los años treinta también de todos los colores...
«Rocknrolla» es una argamasa de cine, música y estilo que tiene una gran pegada instantánea, un directo a la mandíbula del espectador, que se sorprende por la rapidez y la aparente brillantez del golpe, pero que sorprende aún más por el escaso efecto que produce. «Rocknrolla» se va de la memoria aún antes casi de entrar en ella... Se evapora como una nube de humo blanco... Hace «pufff»... Y sin dejar el menor rastro, como esos venenos de la malas novelas de suspense.
La impresión de película vista es obvia, elemental: se la hemos visto al propio Ritchie, aunque con más retranco en «Snatch, cerdos y diamantes». Pero también esto es elemental: si alguien tiene derecho a copiarse, es uno a sí mismo. Delincuentes de medio pelo que se enfrentan al «aparato», y ese personaje realmente impagable que interpreta Tom Wilkinson, a medio camino entre la realidad política actual y el villano de los tebeos de Mortadelo o de un sucedáneo de los libros de Fu Manchú.
La voz en «off» siempre le da a estos asuntos una manita de grandeza, de ahí que el arranque pulse esa tecla. También le da este cine una cierta elegancia el «tarantinizar» los personajes y sus diálogos. Gerard Butler lleva gran parte del peso de las tramas, y tiene presencia y empaque para ello, y un indudable aguante para soportar el sentido del humor un tanto extremo de Guy Ritchie, que lo hace correr como un keniata delante de dos matones rusos en lo que es el meollo de las mejores escenas de la película.
En una escala de cualidades del cine de Ritchie, la del sentido del humor extremo estaría en el podium, y en «Rocknrolla» hay varias de ellas, la del portero de discotecas o la de los varios modos de dar bofetadas. Y encima o debajo de esto, siempre la variedad y fuerza de la música, pieza clave del cine (¿y de la vida?) de Ritchie.
«Rocknrolla» es una argamasa de cine, música y estilo que tiene una gran pegada instantánea, un directo a la mandíbula del espectador, que se sorprende por la rapidez y la aparente brillantez del golpe, pero que sorprende aún más por el escaso efecto que produce. «Rocknrolla» se va de la memoria aún antes casi de entrar en ella... Se evapora como una nube de humo blanco... Hace «pufff»... Y sin dejar el menor rastro, como esos venenos de la malas novelas de suspense.
La impresión de película vista es obvia, elemental: se la hemos visto al propio Ritchie, aunque con más retranco en «Snatch, cerdos y diamantes». Pero también esto es elemental: si alguien tiene derecho a copiarse, es uno a sí mismo. Delincuentes de medio pelo que se enfrentan al «aparato», y ese personaje realmente impagable que interpreta Tom Wilkinson, a medio camino entre la realidad política actual y el villano de los tebeos de Mortadelo o de un sucedáneo de los libros de Fu Manchú.
La voz en «off» siempre le da a estos asuntos una manita de grandeza, de ahí que el arranque pulse esa tecla. También le da este cine una cierta elegancia el «tarantinizar» los personajes y sus diálogos. Gerard Butler lleva gran parte del peso de las tramas, y tiene presencia y empaque para ello, y un indudable aguante para soportar el sentido del humor un tanto extremo de Guy Ritchie, que lo hace correr como un keniata delante de dos matones rusos en lo que es el meollo de las mejores escenas de la película.
En una escala de cualidades del cine de Ritchie, la del sentido del humor extremo estaría en el podium, y en «Rocknrolla» hay varias de ellas, la del portero de discotecas o la de los varios modos de dar bofetadas. Y encima o debajo de esto, siempre la variedad y fuerza de la música, pieza clave del cine (¿y de la vida?) de Ritchie.